Los libros de caballerías

Estamos hablando, estos días, del titular que han reproducido todos los periódicos, noticiarios y agencias de noticias, y que dice, más o menos, esto: “El primer caso en el mundo de un menor hospitalizado por su grave adicción al Fortnite“. El titular lo suministraba el hospital, por lo que todos los medios lo han reproducido. El psiquiatra que atendió el chico ha hablado con las agencias.

Pero después hemos sabido que el chico sufría otros trastornos y que tal vez esta adicción era el catalizador. Su problema más importante, seguramente, es que ha perdido a su madre. Haciendo una búsqueda en Google ves que de “casos” de adicción al Fortnite, en el mundo, ha habido varios. O se han “documentado” varios.

Es evidente que hay personas que pueden convertirse en adictas al juego y personas que no. Hay personas que disfrutan jugando a videojuegos o máquinas del casino. Yo jugando a videojuegos me mareo y no tengo ninguna destreza manejando los mandos, no entiendo la mayoría de juegos de cartas y no me parecen divertidos, porque hay un componente de azar demasiado grande. Pero me casé en Las Vegas, que me pareció divertidísimo. El espectáculo que están a punto de estrenar las T de Teatre con Dagoll Dagom y La Brutal, que está basado en historias mías, está ambientado en un bingo.

Veo lo que tienen de bueno los videojuegos, porque en mi entorno hay jugadores. El talento de sus creadores es innegable. En el de El Padrino, los jugadores deben entrar (para dedicarse a la extorsión) en diferentes salas de fiesta. Pues bien; los monólogos de los personajes que te encuentras son divertidísimos. Hay otro juego protagonizado por samuráis. Tienes que hacer la guerra y asesinar a todo aquel que te encuentres por delante, pero en un momento dado, para continuar jugando ¡tienes que componer un haikú! El Fortnite, como el fútbol, ​​como el pilla-pilla, como el Scrabble tiene muchas cosas buenas. La adicción es mala, pero no sólo a los videojuegos. La frase de Paracelso no puede ser más cierta: “Todo es veneno y nada es veneno. Es sólo la dosis la que hace el veneno”. Los libros de caballerías, los videojuegos, el estudio, el deporte, la comida procesada o la comida baja en calorías. Todo puede ser malo si se abusa.

Entiendo que, con un juego de estos, como el Fortnite, con media hora no tienes ni para empezar, pero que jugar cuatro horas al día no puede ser. Entiendo que se debe restringir el horario (de todo) a los adolescentes. Entiendo que antes era la tele el coco alienante (la careta de Los Simpson lo explicaba muy bien) y ahora pagaríamos para que toda la familia estuviera, al menos, mirando el mismo programa. Entiendo que todos nosotros, los mayores, nos hemos convertido en dependientes del móvil y es el aparato que siempre, siempre llevamos en la mano. Que ahora, en el metro, cuando ves a alguien que lee un libro, lo que piensas no es que está leyendo un libro, sino que “no está mirando el móvil”. Pero no le echaría la culpa al Fortnite de la hospitalización de este adolescente, como no se la echaría a la peli Superman por la muerte de aquel niño que se tiró por la ventana para volar, después de verla.