Cuando pase el tiempo necesario y se estudie el impacto de la pandemia en la vida del país (enfatizando primero las víctimas, faltaría más, y después la catástrofe económica que ha comportado la Covid), espero y deseo que los historiadores tomen nota de la conducta criminal que nuestra administración ha perpetrado con el sector de la hostelería y del ocio nocturno. Referirse a actitudes criminales no es un ejercicio de clickbaiting ni una exageración literaria. Hagámoslo como dios manda, empecemos con los datos y agárrense fuerte: según un estudio impulsado por el Gremio de empresarios de discotecas de Barcelona y provincia dirigido a los profesionales del ocio durante este agosto, un 74,74% de locales no han facturado porque no les ha salido a cuenta abrir (un 23,16% ha obtenido entre el 0% y el 25% de lo que ingresó en agosto del 2019; locales que facturen igual o más que el año pasado sólo encontramos la explícita cifra del 0%).
Sigamos. Las ayudas que ha recibido el sector del ocio, podemos concluir sin demasiada sesera, resultan una auténtica broma: han servido para cubrir el porcentaje de pérdidas del 0% al 5% en el 31,58% de los casos, del 5% al 10% en el 25,16% y sólo han llegado a mitigar entre el 50% y el 100% en el 8,42% de los encuestados. Pasado por la traductora y sin rodeos: el sector del ocio nocturno vive una situación de emergencia y ello no sólo afecta al universo de las discotecas, sino también a muchos bares de copas o coctelerías de la ciudad cuya mayor facturación empieza a partir de medianoche. El responsable de todo esto no es sólo el efecto del virus, sino los vaivenes en las restricciones de la administración para con de uno de los pocos sectores que ha recibido mandatos de cierre específicos, como si las discotecas o los bares fueran lugares donde la Covid se contagia más que en supermercados, festivales de música o chiringuitos.
A poco de comenzar la temporada, la mayoría de profesionales del mundo de la hostelería todavía no han podido planificar el curso de otoño porque el Govern ha decidido regalarse unas vacaciones escolares de agosto. Lo más preocupante del caso es que la mayoría de nuestros consellers (especialmente los de la sectorial de empresa, trabajo y salud) son inconscientes de que las discotecas, las casas rurales y también los bares del país se planifican a meses vista y están perdiendo contrataciones de eventos futuros simplemente porque la Generalitat no ha tenido la bondad de explicarles cuándo llegarán el fin de las restricciones horarias. La situación es tan denigrante que la mayoría de cráneos privilegiados del poder público se exclaman contra la proliferación de botellones en la calle cuando este fenómeno etílico se explica justamente por el cierre de los bares y las propias fiestas mayores que no ha autorizado el Espíritu Santo, sino el propio Govern.
Para ser todavía más tajantes y que todo el mundo lo entienda. El propio Govern que permite las fiestas mayores de Gràcia o de Sants, y que, por tanto, impulsa que la calle se masifique, es el mismo organismo que acaba enviando la policía a cascar a los jóvenes de los barrios porque, lógicamente, y como pasa desde el pleistoceno, continúan la fiesta en la calle cuando se ha superado el filo de la medianoche. Exclamarse de este hecho (y encima enviar a la pasma para limpiar (sic) las calles supera la incompetencia y el cinismo al que, por otro lado, ya nos tienen acostumbrados nuestros líderes). Pero por si esto fuera poco, lo más delirante de todo es que el Govern Aragonés, un grupo de gente sensata que debía concentrarse teóricamente en la buena gestión del país, se ve incapaz de entender la previsión con la que debe funcionar un sector, el del ocio nocturno, que, como incluso entendería un bebé, no puede estar esperando a hacer pedidos ni contratación de personal atendiendo a medidas que cambian cada semana.
El propio Govern que permite las fiestas mayores de Gràcia o de Sants, y que, por tanto, impulsa que la calle se masifique, es el mismo organismo que acaba enviando la policía a cascar a los jóvenes
Paso la mañana charlando con los baristas que han acampado en Sant Jaume y su desesperación es tal que se contentan con pedir que la administración les diga cuándo podrán abrir sin restricciones y que, a poder ser, la medida no tenga carácter retroactivo. Este no es un sector como el mío, el de la cultureta, que se queja por sistema debido a su enfermiza dependencia de las subvenciones públicas: estos son un grupo de trabajadores y currantes que sólo piden poder ejercer su profesión sin más tropiezos que aquellos que acarrea una crisis vírica. Lo repito y debo insistir; ningún sector ha recibido tantas restricciones como el del ocio nocturno y quien quiera culpar este potente factor de creación económico de los contagios sólo debe prestar atención a los datos de saturación de las UCI, que en Catalunya es del 72,29% y en Madrid el 69,91%. Es por tanto objetivamente falso (y perverso) imputar al ocio nocturno la proliferación del virus.
Si pasáis por el Gòtic, deteneos a escuchar a los portavoces del sector que hacen guardia en la Plaça Sant Jaume y, si deseáis ayudar a nuestros profesionales, y me dirijo especialmente a los conciudadanos barceloneses, haced el fotut favor de entrar en los bares y locales que tantas satisfacciones nos han regalado durante tantas noches de diversión y tomaros aunque sea una cerveza en sus barras.
En la capital del país, la mitad de los establecimientos se encuentra en riesgo de cierre. Que no pase como siempre, queridos conciudadanos, y lloremos la muerte de nuestro local predilecto cuando ya sea demasiado tarde. En casa sabemos desde siempre que las cosas sólo se mantienen pagando la cuenta. Depende de nosotros, porque ya os digo que, si es por esta administración de genios, ya podemos dar el sector por muerto. Y vosotros, historiadores del futuro, si la posteridad me regala la gracia de lectores que sobrevivan a mi aliento, recordad el crimen del que os hablo.