Ya no sabemos juntarnos y hablar

Un Parlamento, como su nombre indica, es un lugar al que la gente va a parlamentar. Un lugar en el que tener conversaciones. La posible idea implícita es que hay diferentes ideas y hace falta un sitio donde encontrarse, confrontarse, hablar de ello, buscar puntos de acuerdo. Un espacio donde puedes escuchar a los otros, una tribuna en la que te puedes explicar ante el resto. Todo parece indicar que la cosa ha degenerado, y que ahora mismo a los Parlamentos cada uno va convencido de sus ideas y con pocas ganas de escuchar las de los otros, y en absoluto dispuesto a cambiar de opinión. Las imágenes de nuestros Parlamentos son suficientemente penosas: gritos, bronca e incluso insultos cuando habla tu opositor, y aplausos y euforias a menudo ridículas cuando uno de los tuyos dice algo punzante.

El Ayuntamiento es otro modelo y su nombre también lo indica: es un lugar donde juntarse, un lugar al que acudir juntos. Un lugar donde se priorizan las cosas que compartimos y se dejan a un lado las que nos separan. Nos juntamos y ponemos foco en las causas comunes. Las podemos hablar, las podemos discutir, pero estamos juntos. Reunidos. En francés lo llaman Mairie, etimológicamente emparentado con el concepto de casarse, juntarse, convivir. En inglés, City Hall, la sala de la ciudad. El lugar de todos. El espacio común.

Ayuntamiento y Parlamento son dos temas etimológicamente diferentes porque hacen referencia a dos propuestas diferentes para atender lo compartido. El Parlamento, hablar, puede ser un modelo más adecuado cuando se trata de administrar y gestionar intereses muy diversos. En cambio el Ayuntamiento, reunirse, coordinarse, puede ser lo más eficiente cuando lo compartido es claro, evidente y vertebrador. Seguramente en los pueblos más o menos pequeños la idea de Ayuntamiento continua siendo bastante natural y eficiente, en cambio, las ciudades están adquiriendo un tamaño y una complejidad que provoca que, a la práctica, sus Ayuntamientos ya funcionan como Parlamentos: bloques opuestos que no sólo han olvidado colaborar, sino que se han parlamentarizado y ya ni se escuchan ni se respetan.

Seguramente en los pueblos más o menos pequeños la idea de Ayuntamiento continua siendo bastante natural y eficiente, en cambio, las ciudades están adquiriendo un tamaño y una complejidad que provoca que, a la práctica, sus Ayuntamientos ya funcionan como Parlamentos

Es una pena que los Ayuntamientos se parezcan tanto a los Parlamentos, que hayan entrado en esta dinámica de bloques, de mayorías y minorías, de sumas y cálculos aritméticos para ver quién queda delante y quién detrás, quien encima y quien debajo, quien manda y quien queda al margen. De diálogos sordos, de maleducados que patalean y silban las ideas, de trucos técnicos para dilatar los plazos y bloquear las acciones de los otros, de laberintos legales para complicarlo todo y hacer inviable lo que sea que alguien quisiera hacer.

Dentro de un año habrá elecciones municipales. Votaremos pacíficamente y de manera ejemplar, y de ahí saldrán elegidas las personas que nos representarán, que muy probablemente lo harán de manera poco ejemplar. Pero a mí no me representa alguien que ni parlamenta ni sabe juntarse con los otros.