Quién sabe si podríamos hacer cómo en ciertos países civilizados del mundo, donde las universidades promueven procesos de selección particulares en cada carrera. ©Anna Berga/ACN

Selectividad, una mala idea

Yo también pasé por este calvario absurdo de la sele

“¡Kant y Marx!, ¡Kant y Marx!, ¡Kant y Marx!”. El único recuerdo que conservo de la selectividad es el de una aula espantosamente soviética de la Facultad de Ciencias Económicas de la UB (ahora rebautizada como de Economía y Empresa, supongo porque esto de la ciencia da un palo tremendo y resulta mucho más guachi formar entrepreneurs) inundada de estudiantes gritando con una mezcla de alegría y desespero los nombres de estos dos ilustrísimos alemanazos, justo cuando el profesor entregaba los papeles a las primeras filas. Hace veinte años, en tiempos de BUP y COU, la asignatura de filo consistía en estudiar una decena de autores indiscutibles del canon occidental; en la sele entraban un par de ellos, con lo que la mayoría de la peña se ejercitaba jugando a la ruleta, empollaba como máximo la mitad del temario (traficando con resumencitos sobre los pensadores), y rezaba para que el azar hiciera el resto.

Escogí Kant. Marx era la opción sensata, porque sus esquemas eran mucho más fáciles de memorizar y la mayoría de maestros correctores aún vivían afectados por la horripilante enfermedad del comunismo. En cuanto a Marx, descubrí su genio un tiempo después, gracias a mis profesores pijos de Nueva York. Pero en aquellos tiempos ya empezaba a gustarme más esto del siglo XVIII y, quizá por mi carácter un tanto rutinario, me entusiasmaba la figura de aquel hombrecillo que había revolucionado la metafísica planetaria y la sincronización de los relojes de sus vecinos. Vuelvo a menudo a Kant, porque todavía me conmueven sus intuiciones literarias: “dos cosas llenan mi ánimo de admiración y respeto; el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”. Cómo me gustaría charlar con él, sobre todo para recordarle que lo de obrar según el deber, desgraciadamente, no tiene nada que ver con la vida feliz. 

En filo saqué un ocho y en el examen global poco más de un aprobado. No me esforcé mucho, porque Laia me había dejado hacía pocos meses y todavía estaba deprimido (por otra parte, en las carreras de letras podrías acabar entrando si eras capaz de escribir tu propio nombre sin faltas). Una vez en la universidad, aprendí a tener pasión por la filosofía mientras me curaba el dolor de amores, y esa dialéctica espantosa entre el pensamiento y las mujeres me ha acompañado hasta el día de hoy. En la facu me ejercité en lo único que me acerca a la felicidad y que sé hacer como dios manda: estudiar filosofía. Si has pasado la sele y te interesa dedicarte a lo de pensar, te recomiendo que te pegues a los buenos maestros y que leas a los grandes filósofos del pasado hasta quemarte los ojos. Tal y como está el patio, si terminas la carrera sabiendo escribir, garlar y con quince textos venerables bien leídos serás una auténtica perla.

 A mí la cosa no me ha ido del todo mal. Tuve la suerte de estudiar el pensamiento antes de que Steve Jobs inventara los trastos que han enviado a tomar por el saco la cultura del papel y la concentración lectora. No fotem, yo también malgasto mucho tiempo en vídeos absurdos de Youtube o admirando cómo los poetas catalanes se discuten vía Twitter, pero tengo la suerte de conservar la capacidad de leer un párrafo mínimamente largo y recordar la primera frase. Hoy repasaba el examen de filosofía de este año. Las cosas no han cambiado mucho y mis colegas siguen haciendo tragar a los niños obras de unos pensadores que escribían en un presente cultural que nada tiene que ver con su vida (como les he dicho mil veces, sería mucho más útil enseñarles la filosofía desde el presente e ir atrás, pero es una batalla perdida) y que, acabado el examen, no leerán nunca más.

Es una pena porque los dos fragmentos de este examen son caviar. De hecho, para un joven de dieciocho años debe tener mucha coña leer como Descartes habla de la unidad del espíritu y de la atomización del cuerpo en las Meditaciones ahora que, para la mayoría de chavales del mundo, el alma es algo jodidamente disgregado y lo único auténticamente espiritual que les hemos dejado es precisamente su piel. También deben flipar, pobrecitos míos, cuando leen una de nuestras obras maestras más ancestrales, el libro VII de La República, y Platón les cuenta que la ciudad es una traducción casi literal del fuego y del temperamento de nuestra alma (diría que, a la hora de gobernarse, a los jóvenes sólo les hemos permitido conocer las chispas de la impotencia, que es una mala consejera). Pero bueno, todo esto lo irán descubriendo con el tiempo, porque comprender estos párrafos nos ha costado muchos siglos.

No fotem, yo también malgasto mucho tiempo en vídeos absurdos de Youtube o admirando cómo los poetas catalanes se discuten vía Twitter, pero tengo la suerte de conservar la capacidad de leer un párrafo mínimamente largo y recordar la primera frase

A mí lo de la selectividad me sigue pareciendo una mala idea, no sólo por estas animaladas de contenidos con los que embutimos a los niños, sino porque llevar a los jóvenes al matadero de la competencia por una nota media me sigue pareciendo una salvajada. Quién sabe si podríamos hacer cómo en ciertos países civilizados del mundo, donde las universidades promueven procesos de selección particulares en cada carrera; o incluso, ya ves tú, actualizar programas educativos como el de filosofía con la sana intención de que alguien, aunque sea por error, acabe estudiándolos en la universidad. A todos los temerarios que se dediquen a tal menester les recuerdo que exige muchos esfuerzos, pero que, pasado el tiempo, la satisfacción no tiene límites. La mierda es que lo de la filo exige buscarse un curro para seguir estudiando. Los artículos no son una mala opción, pero recomiendo algún menester que llene más platos de arroz.

Si esto de la sele y los planes de futuro te han ido mal, no sufras, porque de lo que ocurre después… lo mejor es lo que no habías previsto. Y si te dedicas a lo mío, prepárate para estar muy solo. Como Kant y Marx, a pesar de todas las revoluciones que regalaron a las masas.