lectura infantil
Hoy la no-lectura se reafirma incluso como una fuente de orgullo. © Laura Guerrero

¿Por qué deben leer los niños?

Los últimos índices de comprensión lectora presentan datos trágicos para con el futuro de los adolescentes

Esta semana la prensa noticiaba dos datos infernales relacionados con los niños y la lectura. Primero sabíamos que, según cifras del último estudio internacional de comprensión lectora (PIRLS), en España los lectores más novatos han perdido hasta siete puntos en este ámbito durante el último lustro. La debacle es compartida por otros países de la UE y la OCDE, y a menudo se excusa en el impacto de la pandemia en cuanto al cierre de muchas escuelas; pero en nuestro caso resulta aún más preocupante, porque el nivel de comprensión ya se situaba bastante por debajo de la media europea. Conocíamos también un estudio del Departament d’Educació que constataba que uno de cada tres alumnos de cuarto de ESO asegura ver leer sólo un libro a sus familiares durante todo el año. Estas tragedias no han ocupado demasiadas portadas o, en caso de hacerlo, no han provocado ningún tipo de discusión pública relevante.

Éste no es un artículo que quiera criminalizar a los niños (que al fin y al cabo aprenden sus hábitos de los adultos; también los de lectura) ni comprar el argumento tecnofóbico según el cual la ignorancia planetaria es culpa de Mr. Apple. Ahora no es el momento de esprintar en busca de responsables, sino buscar soluciones de forma urgente. Resulta evidente que la omnipresencia de las pantallas ha provocado una sobreinformación intoxicante y un amodorramiento de nuestros cerebros. También que, comparado con décadas recientes, la alfabetización mundial comporta que la lectura sea algo natural para cada vez más millones de ciudadanos. Pero esto no quita gravedad al hecho de que hasta un 25% de nuestros alumnos de cuarto de primaria tengan graves problemas de comprensión y que, como puede certificar cualquier profesor universitario, los jóvenes empiecen a cursar una licenciatura con una cultura libresca mínima.

Si la realidad del tema es preocupante, lo es aún más que los nefastos datos de comprensión lectora no tengan el honor de ser subrayados ni por casualidad por una clase política cada día más inculta y que, a su vez, encontrar alguna referencia a la lectura (¡o incluso a la educación!) en una campaña electoral como la presente sea algo propio de la ciencia ficción. Servidor creció en una cultura muy perfectible (que hacía tragar libros como El Quijote o Mirall Trencat a alumnos que no podían digerir obras tan complejas como las citadas a su tierna edad), pero donde no haber leído ciertos volúmenes producía siquiera un poco de vergüenza. Hoy la no-lectura se reafirma incluso como una fuente de orgullo y los niños viven mucho más pendientes de un mundo de imágenes híper-veloz que los convierte en auténticos adictos a la novedad continua. Si no paliamos esta desgracia, ayudando a nuestros futuros lectores, esto del papel tiene un futuro magro.

¿Se puede vivir perfectamente, y tener una carrera próspera en cualquier ámbito cultural, sin haberse zampado La Montaña mágica? Sí y recontrasí. La lectura no es una playlist por la que uno deba pasear obligatoriamente, pero sí resulta el fundamento de nuestra capacidad discursiva y la base del acto racional autoconsciente. Leer sobre el papel (las pantallas, lo demuestra la neurociencia, nos anestesian), escribir sobre una hoja es un acto de ralentización del tiempo necesario, es un fenómeno único para mezclar nuestra voz con la de un autor imaginario que nos habla a través de los fantasmas del pasado. Leer no te hace mejor, querido niño, pero te da muchas posibilidades para serlo (o, al menos, para sufrir esto tan pesado de la vida con unas palabras que te regalen más sentido que un simple tuit). Si dejamos a los chavales sin acceso a los libros, les estamos privando uno de los mayores placeres que nos regala la vida.

Si dejamos a los chavales sin acceso a los libros, les estamos privando uno de los mayores placeres que nos regala la vida

Mientras nuestros responsables basan la política cultural en mandangas como regalar entradas de cine a los ancianos o fomentar la fiesta mayor de turno, la lectura retrocede entre nuestros niños a una velocidad que hace temer a lo peor. También entre nuestros maestros, que ya hacen mucho teniendo pacificadas unas aulas de orígenes culturales mega-diversos y con chavales afectados de problemas mentales casi inconocidos… como para encima sentarlos a leer Platón. Deberíamos ayudarles, y quién sabe si también haríamos bien los medios de comunicación sólo mediante un hábito tan sencillo como dedicar un 10% de las horas espantosas que programamos deporte a la lectura (lo escribe un socio del Barça). No podemos continuar con esta sangría, si no queremos que los chavales entren en la adolescencia con un virus tremebundo, mucho peor que la covid, y que se llama falta de criterio. El futuro nos hará pagar carísima tanta desidia con los niños.

Gobiernos, administraciones, reaccionad. Y, ya que estamos, predicad con el ejemplo. Porque si tenemos que guiarnos por la calidad de vuestro verbo, poca lectura debéis guardar en las pupilas. Qué cruz.