El icónico restaurante del Hotel Alma.

El alma del Eixample

El hotel Alma es uno de los establecimientos más bellos del Eixample, un oasis de tranquilidad que ha sobrevivido a la crisis del sector hotelero gracias a la excelencia de su concepto y estrategia empresarial y al impulso de su magnífico restaurante

Si Ildefons Cerdà resucitara de entre los muertos y quisiera encontrar el rincón ideal para admirar de nuevo el barrio que parió, acabaría viviendo en el Hotel Alma. Desde su apertura, a finales del 2010, la familia Ausejo ha convertido el establecimiento de la calle Mallorca 271, junto al Passeig de Gràcia, en uno de los oasis del Eixample, encarnación perfecta del orden y la osadía que inspiró a su ilustre creador. Elena Hachuel y Yoel Karaso, almas de Habitan Architects, son los artífices de un diseño que se inspira en la tranquilidad de la cuadrícula y que hace de cada rincón un pequeño hogar donde refugiarse. Nori Furlan y Paco Llonch le han regalado un interiorismo de piel de caoba, hierro y un uso genial del cuero que regala a las paredes del hotel el poder seductor y atrayente de una pantera empachada de ñus. Como el Eixample, el Alma no es un lugar; es una idea que basa su magia en la virtud de encarnar la vida en paz.

Desde su apertura, a finales del 2010, la familia Ausejo ha convertido el establecimiento de la calle Mallorca 271, junto al Passeig de Gràcia, en uno de los oasis del Eixample, encarnación perfecta del orden y la osadía que inspiró a su ilustre creador

A parte de acoger extranjeros de todo el mundo, hay que alabar el Alma porque ha querido ser imagen de una Barcelona modélica, buque insignia de su centro urbanístico, segunda casa de los eixamplencs ávidos de silencio. Esto es lo primero que sorprende cuando uno pone pie en el lugar y se sumerge en la quietud prácticamente sepulcral del jardín interior que Albert Santamaria cuida como si la hojarasca que ahí se mezcla fuera su propia descendencia. El oasis es un pequeño homenaje al mediterráneo y los cuatro plataneros que lo coronan imponen aura y salvajismo griegos a la timidez de las encinas y los abedules navarros que recuerdan el origen pamplonica los dueños. Al Alma se puede ir a comer con un amigo para reconciliarse o tener una noche de amor furtiva, pero sobre todo es ideal para tomar un café leyendo tranquilo en un interior de manzana que es un pequeño milagro en nuestro Eixample lastrado por el ruido y la suciedad del tráfico.

Había comido muchas veces en su magnífico restaurante, pero ayer lloviznaba y decidí viajar a doscientos cincuenta metros de mi casa para dormir en el Alma e inventarme el privilegio de tener un segundo hogar. Erra quien cree que el lujo se encuentra en el exceso barroco y la histeria de la atención arrodillada; en el interior de cada room del Alma la perfección no radica en la opulencia ni la fastuosidad, sino en el clic perfecto de las cosas que tienen la benignidad de funcionar para que el primer café del día se encuentre a pocos metros de la cama y que la ropa de baño deje la piel más suave que las heridas carnosas de Santa Eulalia. Si pernoctáis en el Alma, enseguida os sorprenderá la comodidad insultante de los colchones oceánicos ideados en el atelier de Carlos Yoar, una marea blanca donde el insomnio se ahogará entre olas de cojines. Cuando nadábamos ahí con mi compañera de ágora, no sabíamos bien si amarnos o abandonarlo todo al sueño.

La terraza del Hotel Alma es un oasis de tranquilidad en el Eixample.

Joaquín Ausejo ha ido transformando su hotel en una máquina perfecta de tranquila elegancia y su hijo, Joaquín Ausejo Asiáin, ha sumado la coordinación empresarial de un equipo que se encuentra al punto de conseguir la suma perfecta de singularidades que configura una ópera total. En el hotel hay solistas de alma fría que morirían antes de desafinar una sola nota; por la mañana uno puede gozar el desayuno, no sólo para zamparse su magnífico bikini trufado, sino sobre todo para admirar el gesto matemático de Viera, una de las mejores camareras de Barcelona. Más tarde, en el restaurante, abarrotado hace meses, nos regala el buen trabajo de Eduard, que ha entendido la ética cruyffista según la cual correr es de cobardes porque un buen metre debe ser siempre el centro de su restaurante, con los ojos clavados en las mesas como si fueran balas de artillería, adelantándose a los deseos igual que un mago.

Los barceloneses siempre hemos dado la espalda a nuestros hoteles, unos establecimientos que en cualquiera de las ciudades que amamos conforman la columna vertebral de su identidad y una industria fundamental a nivel económico

La singularidad del Alma no sería la misma sin su primer tenor, el chef francés Gio Esteve. He visto cocinar a Gio hace más de un lustro y he podido admirar como ha pasado de firmar una carta simplemente correcta, con clásicos como el arroz de pichón de Araiz, radicchio y habas o los guisantes de lágrima de Llavaneres, a transmutarse en un chef que ha entendido que su primera obligación matinal (¡gracias, maestro Carles Gaig!) es volar al mercado y emocionarse con lo que encuentre en las mejores paradas. Es así como Gio viaja por la mañana al mercado del Ninot, con la boca aguada de un bebé que divisa el pecho maternal, y regresa a la calle Mallorca cargado de chipirones y rodaballos más contento que unas pascuas, como si fuera el hermano gemelo de Neptuno. Actualmente, la cocina del Alma brilla por su fantasía ordenada, y los comensales que inundan el salón contiguo al jardín han aprendido que la mejor forma de disfrutar es desprenderse del tiempo apurando las cavernas de un cabracho.

El restaurante y su éxito entre la parroquia del Eixample ha permitido que el hotel esté abierto desde mayo, y hay que felicitar a los Ausejo porque han demostrado que la ética del triunfo sólo tiene una contraseña: mientras todo el mundo se queja y reniega, tú tienes que trabajar y resistir. Durante los meses más duros de pandemia, una buena parte de la familia se confinó en el hotel y aprovechó la siesta del planeta para pensar en cómo podría perfeccionar un equipo de trabajadores que ya ha conseguido currar como una auténtica dinastía en la que se impone el reloj pero donde todo el mundo explota su singularidad. De 72 trabajadores se ha pasado a 50 después de los ERTE sin que la máquina se resienta en el servicio. Pero el Alma ha aguantado, insisto, porque sus propietarios han querido que, aparte de los visitantes, sus clientes también sean los barceloneses, y más en concreto los habitantes del Eixample.

El hotel pertenece a la familia navarra Ausejo.

La mejor forma de ayudar al sector hotelero de Barcelona es predicar menos salmodias y dar las gracias a los profesionales que se han dejado el alma durante unos meses de gélida complejidad. A pesar de nuestros discursos cínicos para con el sector, los barceloneses siempre hemos dado la espalda a nuestros hoteles, unos establecimientos que en cualquiera de las ciudades que amamos conforman la columna vertebral de su identidad y una industria fundamental a nivel económico. Alma ha conseguido acercarnos el alma del Eixample y nuestro deber más elemental es devolver el gesto con generosidad, viviendo ahí una noche, o tomando algo en su jardín aunque sea sólo unas horas, agradeciendo también la suerte de poder tener un segundo hogar en el Eixample, sintiendo que esta noche, cuando volvamos a casa, no pueda regalarte un mar tan blanco para que duermas a mi lado ni un jardín tan bien cuidado por donde nos podamos perder.

Imagen del spa del hotel, situado en la calle Mallorca.