Mi tía Pura en el colegio electoral

Yo iré a votar y espero que ustedes también. Pero no iré a primera hora, como solía, a fin de “tenerlo hecho”. Si voy a primera hora, como solía, es posible que me pillen para hacer de presidenta de mesa, porque alguno de los que tenían que ir no haya ido. Por miedo o por fuerza mayor. Imaginemos que a usted le toca y se levanta con fiebre. No podría ir a trabajar y hacer de presidente de mesa es trabajar. Me esconderé tras un árbol (cuyo tronco habré rociado con gel hidroalcohólico) y esperaré a que las mesas estén constituidas. Esta vez no haré lo que hago siempre: salir del colegio, muy despacio, y sonreírle al que hace encuestas “a pie de urna” para que me haga una. Mi propósito, siempre, cuando me hacen una encuesta a pie de urna es mentir, con el fin de ayudar a que el sondeo salga erróneo.

 

A mi tía Pura le ha tocado. No pasaré a verla para no propagar el virus, pero me gustaría. La mujer no tiene una gran movilidad, lo que combina con unas ganas de presumir encomiables. La tía Pura no se puede abrochar los zapatos, pero usa siempre tacón alto porque “plana no sé ir”. Lleva siempre un vestido apretado (no tiene pantalones, excepto los del pijama) y para mostrar al mundo su “tipito de avispa” (esto, dicho por el tío Eusebio) se enfunda el adminículo llamado “faja tubular”. Va a la peluquería cada semana a hacerse un cardado.

Quiero decir con esto que cuando mi tía Pura tenga que ponerse el epi, en ese colegio sufrirán. Ni se querrá quitar los zapatos, ni arremangarse el vestido, ni mucho menos destruir su crepado al ponerse una gorra en la cabeza. Si alguien la toca con la noble intención de ayudarla, le dará un tortazo.

No digo nada del momento en que la tía Pura deba contar votos con guantes. Nunca jamás, nunca, ha sido capaz de abrir una bolsa de súper con guantes. Nunca. Nos esperan meses tensos, hasta que termine.