Para el fundador de Anagrama, Jorge Herralde, Rafael Chirbes (1949-2015) fue una de sus mejores amistades literarias, junto a Carmen Martín Gaite, que, precisamente, fue quien les puso en contacto. Con el escritor valenciano, Herralde construyó una “absoluta confianza editorial” que empezó con Mimoun y continuó con “tantos y tantos” libros que publicó la editorial barcelonesa, como La buena letra, La larga marcha, La caída de Madrid y los éxitos que le encumbraron como escritor, Crematorio y En la orilla. Un reconocimiento que le llegó tarde y en el que su “alergía a las lentejuelas” y su discreción le dificultaron conseguirlo.
Seis años después de su muerte, Anagrama acaba de publicar el primer tomo de los diarios de Chirbes, Diarios. A ratos perdidos 1 y 2, que abarca desde 1985, cuando empezaba su carrera literaria, hasta 2005, justo antes de Crematorio. Este primer volumen representa dos de los seis archivos en los que Chirbes dejo sus memorias, que primero escribía a mano y luego pasaba a ordenador, según explica la editora Silvia Sesé. El resto se traducirán en “dos volumenes o alguno más” por su extensión y llegan hasta junio de 2015, poco antes de su muerte.
Chirbes, “uno de los grandes” de las letras españolas según su editor, se descubre en estos diarios, revisados por su albacea literario, Juan Manuel Ruiz, a quien le pidió que su publicación no ensombreciera sus novelas, sus “obras con mayúsculas”, como el decía. Ruiz no tuvo ninguna duda en que había que publicarlos a medida que iba avanzando en su lectura y veía cómo se desbordaba su grandeza, pese a que tenía miedo que se produjera una “psiquiatrización” de su obra, lo que lamenta que ha hecho el prólogo escrito por Marta Sanz.
Diarios. A ratos perdidos 1 y 2 y los volúmenes que vendrán tienen saltos en el tiempo, eliminados por Chirbes cuando sentía que no había la tensión narrativa necesaria. Entre las elipsis, cuenta sin tapujos sus dudas, flaquezas, miedos, enfermedades y ambiciones, así como sus opiniones y vivencias sobre los libros que leía, las películas que veía, la música que le gustaba, los viajes que hacía, sus relaciones personales, la política… Sobre prácticamente todo.
Esta no es la única obra póstuma de Chirbes, después de que París-Austerlitz se publicara meses después de su muerte. Esa novela tardía que habla de amor, desamor y muerte fue un regalo que dejo el escritor a sus lectores, al que ahora se suman estos cuadernos en los que muestra cómo vivió y escribió, y completan, sin duda alguna, su obra literaria.