A La Villarroel le funcionan bien las historias de amor. Después del éxito de L’illa deserta, con Miki Esparbé y Maria Rodríguez, el teatro vuelve a la carga con Love, love, love, en cartelera hasta el 3 de diciembre. Los Beatles, como avanza el título, se cuelan más de una vez en una sala que está a punto de echarse a bailar para acompañar a los actores Laia Marull y David Selvas, tanto haciendo de hippies como de padres, con Clara de Ramon y Marc Bosch teniendo que sufrirles como hijos.
A veces, el teatro está bien que permita algo tan sencillo como sentarse en una butaca y dejarse llevar durante una hora y pico, relajándose con historias que no arreglaran el mundo pero hacen sonreír. Puede que lo raro sea que esto sorprenda. Love, love, love lo consigue repasando con gracia lo bueno y lo malo de una pareja a lo largo de toda su vida. Dice su director, Julio Manrique, que el teatro no es el lugar donde meter sermones, pero sí que tiene que servir para hacerse preguntas. Y lo hace en La Villarroel sin cansar mientras uno se ríe con unos personajes que consiguen gustar a pesar de su egoísmo.
Lo de Kenneth y Sandra no es un camino de rosas, como no lo es nunca, pero no se idealiza ni se dramatiza en exceso, simplemente, pasa lo que muchas veces pasa. Flechazos, imprudencias, aburrimiento, mentiras… Unos vaivenes que se entrelazan con las décadas del Reino Unido en el que se ambienta la obra, empezando en los sesenta, continuando en los noventa y acabando con la crisis de 2008. Las transiciones, además de para cambiar la escenografía sin aburrir, permiten refrescar las caras más destacadas de cada momento. Una coincidencia con otro título en cartelera, La nostra ciutat en el Lliure, es la ambientación algo costumbrista de historias humanas en entornos lejanos que podrían resultar más cercanas.
Es la historia de una pareja, pero también la de sus hijos, con un peso destacado de Clara de Ramon, a quien se pudo ver hace poco en Coralina, la serventa amorosa y uno de los éxitos de la temporada pasada, Tots eren fills meus, con David Selvas como director. Tal y como se plantea, los padres se quieren en una época en la que pueden despreocuparse de todo, hasta de la familia, y a los hijos les queda lo que dejan. Puede que el choque generacional sea lo menos consistente, hasta un poco vacío. Pero lo más importante es dejar un buen gusto de boca y eso Love, love, love lo consigue, asegurándose el tiro con la banda británica como himno. La Villarroel llena lo demuestra día tras día.