Lisette Oropesa en La Traviata en el Met
Lisette Oropesa en La Traviata en el Met. © Richard Termine (Met Opera)

Una ‘Traviata’ intensa y salvadora

Lisette Oropesa vuelve a Barcelona con La traviata en la esperada reapertura del Gran Teatre del Liceu, después de su aclamado protagonismo en la Rodelinda de Haendel, para completar un maravilloso elenco de cantantes

El cuarteto de sopranos que caracterizan a la protagonista de La traviata de Giuseppe Verdi, en el Liceu, cuyas funciones se reanudan el lunes 14 de diciembre tras un paréntesis con dirección de Speranza Scappucci, es de un nivel excepcional. Junto a Kristina Mkhitaryan, Ermonela Jaho y Pretty Yende —a quien ya dedicamos una pieza— destaca la participación de Lisette Oropesa. Cantante norteamericana de ascendencia cubana, debutó muy joven con un papel enorme —nada menos que interpretando a la Susanna de Le nozze di Figaro–– en la Ópera de Nueva York. Se trata de una soprano versátil, ágil en coloratura, y con el empaque que requiere un rol como el de Violetta Valery. Rol que la Callas encumbró, dotando a la protagonista del melodrama verdiano de una dimensión trágica. Entre ensayo y ensayo conversamos con una Lisette Oropesa risueña y muy feliz de estar en Barcelona, ciudad que confiesa amar.

Fotografía de Lisette Oropesa en la playa de Barcelona
Fotografía de Lisette Oropesa en la playa de Barcelona, publicada en su perfil de Instagram.

— Es un placer volver a verte en el Liceu, y supongo que también lo será para ti subirte a un escenario. ¿Cómo te ha afectado la situación de pandemia y confinamiento? ¿Cuesta mantenerse en forma, desde el punto de vista artístico?

Bueno, al principio del lockdown, en marzo y abril, no lo llevé demasiado bien, la verdad. Todos los teatros estaban cerrando, todo cancelado. Me sentía muy mal, sin ánimo. De hecho, estuve un par de semanas sin cantar. Pero luego cambié de actitud, y empecé a implicarme en la formación de jóvenes a través de masterclasses sobre técnica, belcanto, repertorio… Todo gratuito. La iniciativa creció hasta convertirse en una comunidad muy grande, con cientos de personas. ¡Gente de todos los continentes reunida en cada sesión de Zoom por el puro placer de aprender! Eso me volvió a dar ánimos, me devolvió el gusto por cantar.

— Y de entre tanta cancelación, de la noche a la mañana te surge la oportunidad de hacer una sustitución y cantar La traviata en Barcelona. ¿Tardaste mucho en decidirte?

Sin pensármelo contesté “¡claro que sí!”, porque me encanta Barcelona. Hay una energía que sólo se encuentra aquí, tiene que ver con el arte, la música, la cultura. Pero también está en la gente. Se percibe al caminar por la calle. En el estilo y el diseño. Además, la gente en Barcelona es muy simpática. Es una ciudad para enamorarse. Cuando estoy aquí me gusta salir a correr por la Barceloneta. En mi primer viaje quedé fascinada con la Sagrada Familia, que espero poder volver a visitar. Por supuesto, la vida nocturna también es muy característica, una lástima encontrarlo todo tan distinto, en estos días.

— Por eso, quizá más que nunca, necesitamos un espacio de desconexión, olvidarnos por un momento de nuestra situación y vivir relatos ajenos, como los que ofrece la ópera, ¿no crees?

Por supuesto, todos tenemos ganas de desconectar y huir de la realidad. La gente va al teatro para soñar, para vivir otro mundo o ejercitar la fantasía. ¡Funciona como terapia! Yo cuando canto estoy concentradísima en lo que estoy haciendo y no pienso en las noticias ni en ninguna otra cuestión o situación del mundo, fuera del escenario. Yo estoy pensando sólo en el personaje, en la música, junto a mis colegas. Esos momentos son preciosos. Parece que a veces prescindir de “la verdad” nos hace sentir verdaderamente bien.

La gente va al teatro para soñar, para vivir otro mundo o ejercitar la fantasía, ¡funciona como terapia!

— Sin duda es fascinante el poder del relato, que en el caso de la ópera se traslada muy eficientemente a través de los resortes emocionales que activa el canto… Aunque tú no comenzaste cantando, o al menos con la conciencia de que ese era tu camino.

Pues no, yo empecé tocando la flauta. Mi madre era cantante y pianista, siempre cantaba por casa, y yo de joven no quería seguir sus pasos, quería hacer otra cosa. Por eso empecé a estudiar la flauta —todavía me gusta mucho— porque quería dedicarme a la música, pero de otra manera.

— Y, ¿qué pasó? ¿Qué salió “mal”?

¡Resulta que yo tenía mucho más talento como cantante! [risas] Quizá por algo genético, de hecho también mi abuelo era cantante. Y todavía canta, tiene una voz muy natural. Esto es como los deportistas, que dentro de una familia se heredan las aptitudes. Pero debo decir que si no fuera por la flauta yo no sería la cantante que soy. Además, la flauta tiene un sonido que aún me llega al corazón.

— Y ahora, después de hacer el papel de mujer fuerte en El rapto en el serrallo de Mozart —esa maravillosa Konstanze— asumes el rol protagonista de La traviata. Una “demi-mondaine —según la expresión de Dumas— que demuestra una gran complejidad psicológica, con matices musicalmente perceptibles gracias al genio de Verdi.

El caso de Violetta es muy especial. A diferencia de otras heroínas de melodramas, ella no muere voluntariamente ni se deja matar, sino que lo hace por causa de una enfermedad que no desea. Por el contrario, es una mujer vital. Tiene claro el estilo de vida que quiere llevar y el dinero que necesita para ello, como explica Alexandre Dumas hijo en La dama de las camelias. Lo primero para ella no es el amor. Por eso de inicio no se quiere juntar con Alfredo Germont.

— Según lo planteas, parece que Alfredo Germont es quien dramatiza una situación que a Violetta no se le antoja especialmente problemática.

Pues sí, porque es Alfredo quien tiene una especie de complejo de “salvador”. Él quiere salvarla. De su enfermedad, de la sociedad… de la vida en que ella se encuentra. Y lo dice claramente en la ópera: “Si tu fueras mía, yo te curaría, yo te sacaría de todo esto”. Y ella le contesta: “¡Ja! Eso es lo que tú te crees, no eres un salvador”. Y aunque él regresa con ese propósito, no la salva. No hay nada que él pueda hacer para curar su enfermedad. La realidad es la realidad.


— Es como si ambos oscilaran entre dos planos de realidad distintos, sin espacio para encontrarse, o no de forma duradera. La visión pragmática y temporal de ella frente a una más platónica pero estéril, al fin y al cabo.

Es que, realmente, si alguien ejerce el papel de salvadora, es ella. Violetta salva a la hermana de Alfredo. El padre de Alfredo la convence para que deje a su hijo y su nombre quede desvinculado del de la familia Germont y así pueda tirar adelante la boda de la hija.

— ¿Hay algo en la puesta en escena del Liceu por David McVicar que enfatice, en este sentido, la profundidad psicológica de ella?

La producción del Liceu quiere mostrar sobre todo el amor entre Violetta y Alfredo. Por ejemplo, en la fiesta de Flora, cuando Alfredo le tira el dinero a la cara de manera ofensiva —y él mismo es reprobado por todos los asistentes de la fiesta— casi siempre lo que vemos sobre el escenario es que Violetta se cae, o se desmaya. Después se vuelve a levantar y canta su aria (“Alfredo, Alfredo, no puedes comprender todo el amor de mi corazón”) pero separada de él. En la producción del Liceu, en cambio, ella no se desmaya ni hace ningún aparte: se mantiene muy serena, en medio del escenario. Lo acaricia y sostiene como si fuera un bebé. Lo conforta. Yo creo que eso es muy novedoso y revelador.

En la producción del Liceu, Violeta no se desmaya: se mantiene muy serena, y acaricia a Alfredo, lo sostiene como si fuera un bebé

— Parece un canto balsámico, que limpia la imagen de Alfredo como si a ella no le importara el escándalo que ha montado, y en cambio estuviera muy segura de su posición y de su amor. De nuevo, ejerce de salvadora…

¡Sí, exacto! Lo que se representa en público es una realidad muy íntima. Esta caracterización de la escena, poco frecuente, es de una ternura maravillosa, al permitirse enseñar públicamente el sentimiento privado, sin el choque o la contradicción que socialmente cabría esperar.

— La ambivalencia de Violetta, como mujer que quiere ser libre —al tiempo que está socialmente condicionada por los valores de la época— es enfatizada más o menos según la puesta en escena. En nuestro momento histórico, de legítima y necesaria reivindicación, ¿la consideras una mujer emancipada o, por el contrario, crees que perpetúa una forma muy sofisticada de sumisión?

Bueno, yo creo que esto depende bastante de la manera cómo cada mujer la interpreta, como actriz. Y también según la voz. Hay maneras de actuar y de cantar con las que una se muestra como una persona frágil, una persona débil. Porque, de hecho, ella está enferma y tiene que mostrar su debilidad. Pero al mismo tiempo ella canta fuerte. Le grita a Germont padre: “¡Tú no me hablas así!”. No es pusilánime. Con todo, depende en última instancia de la mujer que la interpreta…

Pretty Yende, Lisette Oropesa y Kristina Mkhitaryan en el Liceu.
Pretty Yende, Lisette Oropesa y Kristina Mkhitaryan en el Liceu.

— Y tú, ¿cómo la interpretas?

¡Con fuerza! ¿Qué creías? Pero también, en cualquier caso, eso no deja de ser un traje, una apariencia. Violetta no está acostumbrada a mostrar sus emociones, sus dudas, su sufrimiento delante de la gente. Más bien prefiere hacer creer que todo está bien, que todo está perfecto. ¿Sabes lo que quiero decir?

— Creo que sí, de algún modo ofrece una imagen de persona que se protege y protege su libertad, que quiere tener el control o al menos no dejarlo en manos de los otros.

Sí, es así. Es importante saber que cuando Germont padre dice “¿de dónde están sacando todo este dinero? Este dinero debe ser nuestro, de nuestra familia, usted nos está robando”, ella le replica: “Perdón, este es mi dinero, lo he ganado yo. Quizá de una manera que no les gusta, pero es mío”. Esto es muy moderno. En este sentido, Violetta no es una víctima. Muere por su enfermedad, pero no como víctima de la sociedad.