Roger Mas no necesitaba ninguna consagración. Este solsonés reconsagrado iluminó el Palau como merecía la ocasión, de etiqueta y de gala pero también de fiesta mayor, sobre todo con aquella americana de azul tornasolado con la que el cantante se ha cambiado la foto de perfil como quien anuncia la orquesta Meravella en la plaza mayor. Después de una gira de 13 años (como nos señaló, en efecto, año 2012 con la misma copla) ha profundizado claramente en el conocimiento mutuo, junto con un impecable y apasionado batería (Josep Pinyu), un polifacético Xavier Guitó (piano y voces y platillos), una elegante base de contrabajo y bajo eléctrico (Arcadi Marcet) y su propia guitarra. Ya al principio, con el flautín de Massardana detonando el introito sardanístico con un azul desliz hacia el jazz, se nos señalaba una noche con cientos de conejos dentro de la chistera donde de nuevo se nos recordaría, como anotaba Gaudí, que lo original consiste en volver al origen.

La pose de Mas es cercana, de compañero en el bar, con un tono cotidiano y casi desganado que en verdad sólo intenta modular la pasión. Debe de estar harto de que le llamen crooner, pero es el precio de la polifacecia, que le hace ir de la canción italiana (La canzone dell’amore perduto) a las tradicionales balcánicas, aranesas (Aqueres montanhes), pasando por su autoría propia (I la pluja es va assecar, L’home i l’elefant, Si tu m’ho dius, Michela, Lo comte Arnau, Sota una fina capa de cendra, Si el mar tingués baranes) y un primer clímax de la noche con Llorona, que más que tradicional mexicana es definida universalmente (y literalmente) como un fantasma o un espectro del folclore mexicano, y que en manos de Roger toma una fuerza poética que parece también tocar el más allá.
Que después el público también reconociera La bien pagá es normal y previsto, y planteado por el cantautor como una comunión entre “cobla” y copla, en una nueva muestra de capacidad de sinapsis o directamente de genialidad. La copla, en efecto, hace que los estilos musicales diversos de la velada resuenen con sol de plaza y con chillido de vida subrayado por las azulísimas alpargatas del protagonista, que parecían querer poner en todo momento su conjunto tornasolado a dar saltitos en medio del escenario.
La Oda a Francesc Pujols viene tras su conocido recital del Concepte General de la Ciència Catalana, que como todo el mundo sabe o debe saber hace referencia a una moral (o religión) autóctona, sutil y casi involuntaria, que asociaría la catalanidad a la verdad ya no como una búsqueda permanente, que también, sino como una constatación: no tiene nada que ver con el realismo, no solamente, o con la razón (no solamente), ni con la victoria (Dios nos libre), sino con la verdad.
La verdad es algo muy diferente que incorporaría la actitud hoy llamada auténtica; ser auténtico, ser de verdad y proclamar que nuestra simple existencia como pueblo es una verdad como un templo. De eso va, creo que bastante, la música de Roger Mas: alguien que no busca exponer la verdad no se hace acompañar de la Cobla de Sant Jordi-Ciutat de Barcelona para hacerla destacar, en primer plano o como acompañamiento, en torno a músicas y estilos de todo el mundo. Y con voz propia. Con carácter.
Tanto carácter que Roger, como decía, solsonés reconsagrado, no neutralizará la última vocal de veure ni siquiera para hacerla rimar con misèria cuando canta con Marina Rossell (la invitada sorpresa de la noche) la quebequesa Quand les hommes vivront d’amour (Quan tothom viurà d’amor), ya versionada por la cantante de Castellet i la Gornal en 1985.

Se diría que los corazones de platea ya están de pie cuando el repertorio lo remacha con la mariadelmarbonetense L’aigle noir (L’àguila negra), en este caso versionada por la cantante mallorquina en 1971 a partir de la canción de Barbara Brodi. Final de concierto con El dolor de la bellesa, casi un himno con ritornelo ya hecho cultura popular (y con repique de manos del público en la tirada de tres sardanísticos).
El resto ya son los bises para poner el lazo, merecido, haga el favor, y pasamos del Guarda che luna de Fred Buscaglione a una apoteósica Santa Espina que el público también acompaña tanto con tiradas de tres como con gritos de independencia al final. Y cantan la luna y el sol, y Roger canta que cantará, aún con un Canta Maria que nos dice va, ir tirando hacia casa, que no ha sido nada y todo esto también pasará. Y no, Roger. Hay cosas que no se nos pasan.
