Golfus de Roma
Golfus de Roma, en el Teatro Condal, es una producción de Focus. © David Ruano

​Si es cómica (y está bien hecha) es mejor

Daniel Anglès ha levantado una excelente producción catalana de 'Golfus de Roma' que merece más público... y una prórroga

Hará poco más de una semana y como dirían los cursis, trascendió un hilo de Twitter escrito por Mercè Martínez en el que nuestra actriz lamentaba la escasa acogida de público del musical Golfus de Roma que la productora Focus ha llevado al Condal desde finales de septiembre. Martínez recalcaba la paradoja entre el altísimo número de quejosos profesionales de la tribu (a saber, la peña que se pasa el día lloriqueando porque no hay oferta del género en catalán) y una platea con demasiadas butacas vacuas, recordando que el montaje ya se había realizado en español y que Focus había empleado muchos recursos en la “proeza” de remontarlo en nuestra lengua, garantizando asimismo un show homologable en cualquier otra ciudad del planeta. Martínez acababa reclamando más “activismo” (a saber, menos palabrería y más pasar por taquilla) como condición necesaria para mantener y levantar producciones similares.

A juzgar por la función del pasado jueves, casi un sold out, diría que los catalanes han respondido al ruego de la actriz haciendo honor a su espantosa y ancestral tradición de mover el culo (y aflojar la pasta) sólo cuando suenan campanas de emergencia y se declara luto nacional por la lengua. Martínez tiene razón en la raíz de su mosqueo: montar un musical en catalán de tales dimensiones implica una animalada de presupuesto que sólo puede salvarse con un éxito apabullante de público o, como mal menor, gracias a la almohada de una administración que, digámoslo finamente, socialice sus pérdidas. Las causas de este hecho merecerían muchos artículos y se explican por fenómenos igual de importantes como el analfabetismo militante de nuestros políticos y el esnobismo insufrible de los espectadores que consideran natural pagar 150 euros por un musical londinense que no entienden mientras escarnecen un producto similar en catalán.

A problemas complejos no hay soluciones sencillas, y ya os adelanto que no soy de los que piensa que el problema se solucionaría simplemente con una administración que sea almohada paternalista de espectáculos deficitarios. Sea como fuere, y como siempre ocurre en Catalunya, el requisito fundamental (y más difícil) en cuanto a la pervivencia de este género lo cumplimos con creces y este espectáculo es una buena muestra de ello. En resumen, estamos ante un Golfus de Roma de primer mundo que poco tiene que envidiar a una producción broadwayiana y que merece el precio que vale. La primera virtud cardinal de este Golfus tiene relación directa con el debate del catalán, puesto que parte de una adaptación textual espléndida del texto de Sondheim. Daniel Anglès y Marc Gómez merecen el primer aplauso sonoro por haber recreado un texto que hace honor a la inmensa ductilidad de nuestra lengua, con una riqueza léxica y rítmica bestial.

En resumen, estamos ante un Golfus de Roma de primer mundo que poco tiene que envidiar a una producción broadwayiana y que merece el precio que vale 

El trabajo empleado en el libreto no es un asunto casual, porque la frescura del texto (y su adaptación al canto silábico) son la pared maestra de todo el espectáculo. Después, evidentemente, está la música, y la pencada de Anglès y del gran Xavier Mestres al frente de una veintena de actores-cantantes con una implicación escénica desbordante resulta encomiable. Anglès ha obrado santamente al tratar la obra maestra de Sondheim como un clásico, desatándola de su entorno natural romanizado para convertirla en una comedia bufonesca donde la trama surge del ingenio de los actores (el armazón escénico de Montse Amenós ayuda a ello y funciona a la perfección). Éste es un Golfus pensado para un espectador que ya tiene la tradición de la obra en retina y tímpano, y Anglès ha hecho muy bien transformándola en un montaje muy parecido a la ópera Pagliacci de Leoncavallo para jugar con la propia convención teatral como premisa.

Un buen espectáculo requiere también una crítica exigente. Yo diría que la puesta en escena mejoraría con unas dosis menos de exageración “musicalista”: el rol de Senex resulta demasiado caricaturizado en su vertiente de viejo gruñón, la pasión de Eros y Philia necesitaría muchas menos dosis de azúcar (¡están enamorados, no son gilipollas!) y para servidora Miles Gloriosus todavía me sigue pareciendo más efectivo como barítono heteropatriarcal que como tenor metrosexual. Pero todo esto son mandangas que no enmiendan un cast espléndido. Jordi Bosch se enfrenta a la losa de un personaje que han defendido titanes como Zero Mostel o Nathan Lane con muy buen oficio, salvando una cierta rigidez en el baile y una voz a menudo corta en las frases largas a base de jordibosquear sin rival. Frank Capdet es un Hysterium como una catedral y Meritxell Duró se casca a un Lycus con acento de Ponent que es una maravilla.

 

Si pensamos en la pervivencia del género en nuestra casa, conforta también ver cómo la nómina de actores jóvenes de este cast (plenamente formados en la cultura musical) nos regala toneladas de optimismo. Eloi Gómez, Ana San Martín y Víctor Arbelo hacen lo que debe hacerse en un musical: cantar de puta madre. Y quien quiera ahorrarse un doctorado sobre cómo se interpreta clown clásico que se pase toda la función admirando a Oriol Boixader, que merece una Creu de Sant Jordi asap. Me dejo muchos nombres, ya lo sé; ¡pero es que sois muchos! Estarán allí, si los dioses quieren y la tribu se rasca un poquito el bolsillo, hasta el 11 de diciembre, pero esta función debería llegar a la primavera. Es cómica, está bien hecha. ¡Es mejor!

Ana San Martín y Eloi Gómez interpretan a Philia y a Eros. © David Ruano