Un Souvenir para Barcelona

En caso de necesitar un imán de nevera, un llavero o una postal, los vecinos de Sagrada Familia lo tenemos facilísimo. Disponemos de una amplísima oferta comercial donde encontrar este tipo de productos de primerísima necesidad. En el pequeño tramo de la calle Marina que hay entre Mallorca y Aragó, hay una docena de tiendas de souvenirs. Tres de ellas, inauguradas recientemente. Todas ofrecen el mismo tipo de mercancía: recuerdos de un gusto y calidad pésimos a precio de saldo.

Para escribir este artículo, me he entretenido un rato en revisar el género de estos deliciosos comercios de barrio. He comprobado que, como era de esperar, ofrecen todo tipo de reproducciones del templo de Gaudí: imán de nevera, llavero, postal, pero también bola de nieve, abridor de cerveza o colgante. Hay reproducciones en miniatura del dragón o salamandra del Park Güell. Comparten estantería con flamencas y toros cuyo acabado imita el mosaico trencadís, reinterpretación gaudiniana del souvenir más casposo. Hay banderitas de Catalunya, España e incluso esteladas. También vestidos de flamenca de talla infantil que deben tener poca salida porque están llenos de polvo. O docenas de camisetas con mensajes ordinarios y chabacanos estampados que solo deben comprar grupitos llegados a la ciudad para celebrar una despedida de soltero o rebaños de hooligans en el umbral del coma etílico.

Es todo un mundo esto del souvenir. Seguramente, el más célebre de todos esos pequeños objetos es la clásica Torre Eiffel en miniatura que casi todo el mundo tenía sobre la tele, cuando las teles no eran tan delgadas como ahora. Siempre había un tío, una vecina o un compañero de trabajo que volvía de París con un cargamento de torres eiffeles para repartir entre la familia, la comunidad vecinal o los colegas de la oficina. Las máscaras de carnaval son también un souvenir clásico de los viajes a Venecia. El gallo de Barcelos lo es de Oporto. El Mannaken Pis, de Bruselas. Los amuletos en forma de escarabajo, de Egipto y las martiochkas, de Moscú.

A juzgar por la afluencia registrada en las tiendas de los alrededores de la Sagrada Familia, están siempre vacías, da la impresión de que lo de los souvenirs va a menos. De hecho, sería muy interesante que alguien intentara averiguar el modelo de negocio de este tipo de establecimientos, porque sospecho que no son trigo limpio… Dicho esto, regresando al tema de los souvenirs. Me da la impresión de que la popularización de los viajes ha ido proporcionalmente en detrimento del negocio de estos recuerdos, objetos inútiles que solían acumularse en las casas en el mismo cajón que los recuerdos de comunión o boda, por lo general, igualmente espantosos. De un tiempo a esta parte, para demostrar a amigos, saludados y conocidos que hemos ido a París no hace falta que les llevemos un imán de nevera en forma de Torre Eiffel, ¡ya se lo enseñamos en tiempo real a través de Instagram!

Pese a ello, creo que sería interesante que Barcelona ofreciera a los turistas que a toda costa quieren llevarse un recuerdo de su visita a la ciudad algún objeto lo suficientemente icónico para representarnos y, ya de paso, que no nos avergüence. En este sentido, me decanto claramente por el panot en forma de flor. A pesar de que la doctora en Espacio Público y Regeneración Urbana por la Universidad de Barcelona, Danae Esparza, sostenga que no es cierto que originariamente lo diseñara Josep Puig i Cadafalch para recubrir el pavimento de la Casa Amatller, esta icónica baldosa es un objeto que simboliza la Barcelona de la gente, de la calle, que celebra la herencia modernista y la apuesta por el diseño. Un símbolo laico que puede reproducirse con cemento hidráulico, plata o chocolate. Que puede estamparse en camisetas, gorras, delantales y llaveros. Un souvenir para Barcelona.