Travy
Una escena de 'Travy', en la Biblioteca de Catalunya hasta el 3 de marzo. © Clàudia Serrahima

‘Travy’: la realidad hecha poesía

'Travy', el espectáculo de la familia Pla-Solina en la Biblioteca de Catalunya, es una tragicomedia poética que retrata los desesperados intentos de una familia de juglares por no desaparecer. .. o para desaparecer, pero con clase. Una propuesta surrealista y valiente, sin disfraz y sin maquillaje. La realidad a pelo, pero poetizada (a pelo, también). Un grito, un llanto, una media sonrisa dibujada en la cara que atraviesa el escenario por la cuerda floja y termina, al final, dejando el corazón en un puño. Circo puro.

Es que la idea es muy buena, más que la idea el concepto, la invitación, el retrato que se quiere inmortalizar: el salto generacional en una familia de juglares (decir de payasos sería demasiado simple) como es la propia familia Pla-Solina, la conocida artísticamente como “familia Travy”. No se me ocurre mejor manera de dejar testigo de las dificultades de adaptarse, o de no adaptarse (¿quién dice que adaptarse es el único camino?) a los nuevos tiempos por parte de una fagilísima discilpina artística.

Los padres se preguntan uno a otro si todavía hacen gracia, los hijos van peligrosamente perdidos en un mundo que les pide salir del patrón clásico y al mismo tiempo saber decir algo interesante. El resultado: un hijo angustiado, muerto de miedo, lleno de contradicciones e incapaz de dirigir nada porque no se sabe dirigir a sí mismo, y una hija que se esfuerza por encontrar la transgresión absoluta mediante el lenguaje corporal y la danza contemporánea.

El circo, el espectáculo de payasos, ya no es lo que era y no sabe si se encuentra en agonía o evolución. Travy es una obra que habla, básicamente, de la muerte. De la muerte de un mundo, que no tiene por qué ser definitiva, sino que puede conllevar, como diría Maragall, a un “major naixença”. El problema es que quizás no. Que quizá sea una muerte lenta y definitiva.

Como esto no es nuevo, puesto que colgar de un hilo de trapecista ha sido siempre la dinámica de este arte, parece claramente que la muerte es sólo aparente y que no tiene nada de definitivo. Pero la prueba más fehaciente de esta conclusión es el mismo espectáculo teatral Travy, bajo los arcos medievales de la Biblioteca de Catalunya, dirigida por Oriol Pla (el hijo) y escrita por él mismo y por Pau Matas, producción original del Teatre Lliure, invitada por La Perla 29, entrada a través de unas cortinas de escenario y un telón que te llevan hasta tu silla. Después, todo comienza y todo termina.

La obra es un acto poético y un acto suicida, pero también resurrector. Sublimar la crisis, la mueca, el desconcierto. Casi la primera aparición de Oriol Pla, haciéndose un lío con el mundo actual y con los supuestos trabajos serios y consigo mismo, hasta y punto de convertirse en un diabólico manojo facial que llega a dar miedo. Luego, la familia. Los padres, que se preguntan si hacen gracia y hablan de un payaso italiano muerto. ¿De qué? De repente. Y el padre que arrastra constantemente una sandía, misteriosa y metafórica, shakesperiana y absurda.

Los toques de genialidad: Oriol Pla tropezando hasta tres o cuatro veces con la misma silla, en el mismo diálogo, de la misma exacta y clavada manera; los toques de humor bien encontrados de Diana, la hermana, asustada y desenfrenada ante el reto de la innovación más radical; los serios aires de actor que sobrevienen al padre, Quimet Pla, que se sabe Shakespeare de memoria e incluso cocinándose una tortilla; la delirante imitación de diálogo en italiano macarrónico entre Quimet y Núria (mamá); y, sobre todo, el onírico baile de mesas rodantes en todo el escenario cuando ya todo se descontrola y se convierte en un pozo infinito, cósmico, tenebroso como la peor pesadilla. Nos morimos. Nos morimos y no lo sabemos ver, y el público lo ve perfectamente pero ellos todavía no se dan cuenta. Se están muriendo y tratan de salvar la pelota muerta con todas sus fuerzas, y no se están muriendo los personajes: se está muriendo la familia. La real. Y el mundo de los juglares, el real. Y el mundo entero, seguramente. Afortunadamente, como decíamos, para renacer.

“Nos morimos. Nos morimos y no lo sabemos ver, y el público lo ve perfectamente pero ellos todavía no se dan cuenta”

Como puntos débiles, los diálogos no siempre son divertidos y no siempre son tristes. A veces son demasiado planos, demasiado indiferentes, y eso de no ir a la vena en todo momento se acaba notando. Supongo que la intención rompedora, contemporánea, de reflexión intelectual, hacía pensar que era necesaria una cierta frialdad en las frases. Pero no, pudo ser una obra mucho más lacrimógena y despiadada, menos surrealista y más trágica o cómica o más tragicómica, en definitiva menos psico y más drama.

Pero las virtudes de la idea y del resultado multiplican por mucho las carencias que puedan observarse, y el boca-oreja está funcionando impecablemente, y las entradas se agotan, y que al final haya casi un museo entero dedicado al pasado de la familia permite darse cuenta de dónde estamos. De lo que estamos hablando. Cuál es la gracia y la pena de la historia.

Nunca había visto una obra tan desnuda. Tan hara kiri, tan S.O.S., tan valiente, agónica y al mismo tiempo esperanzadora. No, no hace reír. Pudo hacer llorar más, pero en todo caso no hace reír. No hace gracia. Respondiendo a la pregunta de los Travy, no: ya no hacéis gracia. Ahora habéis decidido conmover, y lo habéis conseguido.

Escena Travy
Las virtudes de la idea y del resultado multiplican por mucho las carencias que puedan observarse en Travy. © Clàudia Serrahima