— ¿De pequeño ya querías ser actor?
— No tengo antecedentes familiares, pero de pequeño me gustaba mucho el teatro. Mi padre me llevaba a ver teatro familiar. Un día fui a ver una obra de adultos llamada El enfermo imaginario, y me flipó. Dije: “me encantaría hacer esto”. Me disfrazaba mucho… Me encantaba hacer de malo cuando jugábamos en el patio. Yo jugaba más con las chicas de la clase que con los chicos porque me interesaba más hablar y contar historias que no sudar como un energúmeno detrás de un balón. Era muy amigo de todos, eso sí. Creo que como era bastante gracioso, me querían mucho. Y yo a ellos.
— ¿El humor te ha salvado en múltiples ocasiones?
— No era un chico muy guapo. No era muy agraciado, creo que he mejorado con los años… Tenía las orejas grandes. Aún las tengo, pero ahora me ha crecido la cabeza. Nunca he forjado mi carácter desde un aspecto físico, sino siempre desde el habla y el carácter. Me he relacionado con la gente hablando o haciendo bromas. El humor es una herramienta maravillosa porque no solo sirve de armadura, sino que también puede servir de espada.
— Dices que eres el catalán más triste del cine español y que por eso te cogieron por la película Saben aquel, donde representas a Eugenio. En cambio, en Catalunya empezaste a ser conocido por tu aparición en el programa de humor Alguna Pregunta Més? (APM?).
— No sé por qué creen que me toca hacer de catalanes tristes. Se ve que lo hago bien de triste. Supongo que marcó la diferencia la película 10.000 km. Allí hacía como esta nueva masculinidad, si se puede decir así, del tío que quiere formar una familia… Se me quedó esa imagen como de tío sensible. Se me da bien llorar en ficción. Ahora he hecho una peli que se llama La casa y hago de valenciano triste.
— ¿De alguna manera te sentías identificado con Eugenio?
— Investigando un poco vi que era un person… Yo no soy tan person, pero sí que hay cosas que me siento muy identificado. El síndrome del impostor lo he sufrido bastante y también el terror que tengo cada vez que salgo al escenario. Eugenio lo pasaba muy mal antes de salir al escenario y con eso me identifico mucho con él. Tengo mucho miedo y cada año tengo más miedo. De momento, yo gano al miedo. Espero seguir ganándolo muchos años, pero lo paso muy mal. También me identifico con que hacer humor es algo muy serio.
— Hace unos meses, cuando recogiste el Goya como mejor actor, también hablaste de los miedos. ¿Es un tema que te obsesiona?
— Cuando eres joven eres un inconsciente. Hay algo que es muy guay que es que estás como jugando. No tienes que pagar el alquiler ni tienes una hija que mantener. Cuando vas haciendo años, la cosa se complica. Se supone que debes mantenerte donde supuestamente te ha puesto la gente. Y esa presión —que te pones más tú que la gente— a veces te gana. Te olvidas que lo que estamos haciendo es un trabajo que no consiste en operar a corazón abierto. No es un trabajo a vida o muerte. Es un trabajo creativo, que, a veces, puedes hacerlo bien y, a veces, puedes hacerlo mal. Pero creo que cuando pasan unos años… Espero que en 10 años me la vuelva a pelar.
— Los actores deben gestionar la incertidumbre. ¿Tú cómo la vives?
— La vivo más o menos bien. Esto no sé quién me lo dijo una vez: o tienes sueño o tienes hambre. Tienes que aprender a vivir con esto.
— Otra de las cosas complicadas de tu sector son los horarios y esta vida tan cambiante. Tú que tienes una hija, ¿cómo llevas la conciliación?
— La conciliación familiar es complicada para todos, te dediques a lo que te dediques. Es verdad que tenemos un plus añadido, sobre todo si haces teatro, que trabajas por las noches y no hay guarderías de noche. Al mismo tiempo creo que hay dos cosas buenas. Primero, que cuando no trabajamos —que es lo normal— tenemos todo el tiempo del mundo. La otra cosa es que nuestra hija está viendo algo muy bonito que no todos los hijos ven. Está viendo a unos padres que hacen el trabajo que les gusta.
— Uno de los grandes problemas del mundo de la interpretación es la brutal presión estética que sufren las actrices. ¿Tú la sufres?
— No. Supongo que como tío nunca la he vivido. Y como tío, si se me contrata, no se debe a que en un momento dado se espera de mí que me saque la camiseta y tenga abdominales. Un director de casting me dijo una vez: “Siempre trabajarás porque siempre harás del amigo del protagonista”.
— Últimamente, en el mundo del teatro y del cine se han hecho denuncias de distintos tipos de abusos. ¿Están cambiando las cosas?
— Queda mucho por hacer. En la parte cultural siempre vamos un poquito por delante. Los debates, en muchas ocasiones, se ponen en nuestro sector. Pero queda mucho trabajo por hacer, por supuesto.
— Este año has ganado el Goya, el Feroz y el Gaudí. No está nada mal, ¿no?
— Esto significa que hasta dentro de diez años no volveré a recibir ni un premio ni la Bonoloto… Todo esto acaban siendo modas, ¿eh? Si este año hubiera sido nominado Bardem, evidentemente, yo no hubiera ganado. Quiero decir que también va por épocas.
— Decías que siempre has batallado con el síndrome del impostor. ¿Estos premios te han ayudado a contenerlo?
— Los premios son como una mini validación dentro de tu oficio. Es como un abrazo. Los premios repercuten en el hecho de que quizás tienes más opciones de recibir más guiones, más opciones de decir que no, quizás te ahorras algún casting… Pero no son premios económicos. Los premios no me han hecho crecer el síndrome del impostor, son un pequeño bálsamo.
— Hasta el 14 de abril estás haciendo una obra de teatro en La Villaroel llamada Elling.
— Es una obra muy guay, donde no hay ni buenos ni malos. Son dos tíos con problemas de salud mental y es una historia muy bonita de superación. Son dos perdedores que aprenden a ganar y no renuncian a lo que son. Nunca se bajan los pantalones. La otra cosa que me ha gustado mucho de esta obra es que encuentran la paz y la tranquilidad con dos cosas que creo que todos necesitamos: que nos quieran y ser amados. También, encontrando algo que te motive.
— Estás viviendo en Barcelona, pero pasas temporadas en Madrid por trabajo. ¿Cómo lo llevas?
— Vivo en Barcelona, pero he trabajado mucho en Madrid. Pero no tanto, ¿eh? Algunos proyectos, si implican muchos meses en Madrid, me agobia y digo que no.
— ¿Es difícil vivir siempre en Barcelona si eres actor?
— Yo, como tengo el teatro, siempre he hecho teatro aquí en Barcelona. Me encanta estar en Barcelona y no tengo ninguna lucha, no. A mí me encanta Madrid, pero cuando vuelvo a Barcelona pienso: “Uau, es que se está muy bien, en Barcelona”. Y la gente de Madrid me gusta mucho.
— ¿Qué te imaginas para los próximos años?
— Espero que estos 20 siguientes sean iguales o mejores. Me gustaría mucho tener un piso. Es algo que me imaginaba con 20 años y no lo tengo. Vivo de alquiler. Es algo seguramente muy material, pero creo que me daría cierta tranquilidad también en el trabajo.