Sant Jordi 2024

No es exactamente que hacer pagar por poner una parada en el Passeig de Gràcia quite espíritu popular a la fiesta, ya que el cobro se circunscribe a esta área de la ciudad, en efecto. Pero sí que es, coincidirán conmigo, por lo menos inquietante. Supongo que se trata de poner un filtro, de modo que no todo el mundo, no todas las editoriales grandes o pequeñas, puedan acceder a este espectáculo de las firmas y así se eviten aglomeraciones. Dicho esto, y entendiéndolo parcialmente, no me gusta. No me gusta que el orden de la Diada de Sant Jordi sea un orden de decreto, de regulación administrativa, de tasa y de entrada. Evidentemente que hay un gasto, y un servicio de orden, y una organización logísticamente compleja, pero yo diría que hay algo que se llaman impuestos y que el Ayuntamiento puede hacer sobradamente ese gasto en favor de una Diada ancestral, popular y ciudadana. O eso o hacer pagar por las primeras filas de la cabalgata de Reyes, o algún concierto de la Mercè, ¿no les parece? Y es que me temo que empezamos a obsesionarnos en ordenarlo todo a raíz de la pandemia y desde entonces que no sabemos dar espacio a la espontaneidad y al ya lo encontraremos. Y la Diada se convierte, aunque sea solo en el corazón del Eixample, en una Diada de mercado editorial y de compra y de venta. Y no, no era esto.

Si fuera necesaria alguna ordenación en la disposición de las paradas, esta sería la de poder separar a los autores literarios de los inefables instagramers, influencers, tiktokers, pornstars, showmen y divas que ahogan cualquier visión del escritor sentado en una mesa dispuesto a firmar su última novela. Lleven a toda esta respetable gente a un lado alejado o diferenciado del resto, pongamos por caso en medio de la Plaza Catalunya o frente al FNAC de l’Illa, de modo que la proximidad excesiva con las obras de literatura no provoque un eclipse excesivo. “Oh, es que este influencer también ha escrito un libro de poesía”. Y merece todo el respeto, faltaría más, pero comprenderán que incluso en el fútbol hay divisiones y los escritores estamos dispuestos a ser considerados de segunda o tercera división, en comparación con ellos, mientras los tengamos lo más lejos posible. Mira que me cae bien, Nacho Vidal, pero ese año en que en la parada compartida expuso una cola mucho más larga que la mía, me sentí, en efecto, jugando en otra división. Menos mal que, en cuanto a la cola más corporal, las categorías estarían por ver.

Por Sant Jordi mejor que todo el mundo pueda sacar su parada gratuitamente, respetando el espacio adjudicado (sí) cuando se trata de una calle muy concurrida, y que la literatura pueda tener una vez al año su propia extensa área sin interferencias. No, no es lo mismo que aquello de los autores mediáticos, porque en mediáticos podemos convertirnos todos si llegamos a ser muy conocidos o muy vendidos o si somos también simpáticos en las redes. No es eso: se trata de democratizar realmente los espacios, de modo que todo el mundo tenga verdaderamente su oportunidad y, simplemente, repartir; mira que hay espacio para repartir, entre propuestas más modestas o arriesgadas y propuestas que simplemente parten de una excesiva ventaja en pantalla. De estar, deben estar todos. Sin exclusiones. Pero si realmente quieren ordenar, ordenen de modo que el mayor no se trague constantemente al pequeño y que nuestra fiesta de los enamorados no se convierta en una especie de mercado de Calaf o de Bolsa de Nueva York, donde solo estemos pendientes de los ránkings y de las editoriales que cortan el bacalao. No hablo como escritor afectado, yo hasta ahora no he tenido ninguna queja, sino como barcelonés: paradas con la senyera, literatura, calles llenas, caos autoordenado, rosas reventadas de precio al anochecer y olor a pétalos mientras volvemos a casa. No tiene precio.