Miedo de fábrica

Son las 6:30 de la mañana, me calzo las zapatillas de correr y salgo. Salimos, mejor dicho, yo y el miedo. Sí, nosotras las chicas, mujeres, niñas llevamos un equipaje de mano que se llama miedo. Y no lo queremos, os aseguro que no lo queremos, pero los acontecimientos, el machismo, el patriarcado, la historia y los datos, han constatado que a nosotras nos agreden, nos violan y nos matan. Cuando comento con mis colegas de entreno que yo llevo el miedo incorporado, que las calles de noche o de madrugada solitarias me alteran el ritmo cardíaco, que me dan inseguridad y que vivo con eso, porque si no, no haríamos nada… intentan empatizar conmigo, pero me dicen que les cuesta. Ellos, los hombres, salen a entrenar y sus sentidos están en ese disfrute o sufrimiento, pero nunca en el miedo.

Y eso me ha hecho ocuparme y preocuparme activamente de como el miedo se vive mucho más y con más matices desde el cuerpo de mujer, desde el sexo femenino y desde la experiencia vital mayoritariamente de las mujeres. Un 52% de mujeres que hacemos deporte al aire libre nos hemos sentido agredidas alguna vez. Según la OMS una de cada 3 mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual, el 60% de las mujeres en España han experimentado acoso sexual en algún momento de su vida. El 83% de las mujeres sienten miedo caminando solas por la noche, y así podríamos seguir llenando la hoja de datos que nos configuran una foto con mujeres asustadas, inseguras y con miedo caminando de noche y de madrugada solas en grandes ciudades y pueblos remotos. Sabes de qué te hablo, puedes sentir esa sensación. 

Como estratega de comunicación y experta en construir marcas con mirada de género, he querido mirar al miedo de cara y no esconderlo debajo de la alfombra. No me gusta que cuando sale mi hija adolescente me hace estar en vilo hasta que no regresa y si sale mi hijo, menor que ella, no siento el peligro tan a flor de piel. Odio sentirlo y vivirlo así, pero mientras educamos a los hijos, hombres y amigos en esas nuevas masculinidades y en que el  cuerpo de la mujer es —solo— de ella,  debemos procurar espacios seguros y crear una comunidad de códigos, gadgets y redes donde nos sintamos protegidas. 

Y desde la  comunicación podemos hacer mucho. No utilicemos eufemismos para hablar del miedo, de las agresiones, de la inseguridad. Interpelemos a la sociedad, a los gobiernos, para que las buenas acciones puedan más que las  malas, invirtamos en espacios públicos con más luz, más conectividad, más cuerpos de seguridad. Repensemos las ciudades y recuperemos la figura del sereno.  Invirtamos en educación sobre feminismo y las relaciones sexo afectivas. Fomentemos la denuncia activa que intimida a las malas intenciones. 

Interpelemos a la sociedad, a los gobiernos, para que las buenas acciones puedan más que las  malas, invirtamos en espacios públicos con más luz, más conectividad, más cuerpos de seguridad

Sí, la buena comunicación trabaja con buenos valores, hace las cosas de forma distinta y nos empodera con su posicionamiento. Esas marcas son nuestras aliadas. Marcas que patrocinen espacios violetas, que iluminen las calles y plazas oscuras, que marquen rutas de deporte al  aire libre con vigilancia explicita, que inviertan en mapas de las zonas negras de las  urbes y así poder reducirlas. Así podremos pasar del #metoo en las agresiones en el espacio público al #seacabo el miedo.