En opinión de la mayoría de los habitantes del mundo, el verano es uno de los instantes más propicios para la lectura. Aquellos que nos dedicamos profesionalmente a zamparnos muchos libros durante el año (en mi caso, el delirio llega al centenar), a menudo irrumpimos en la canícula perjurándonos de que aprovecharemos los meses de julio y agosto para alejarnos de la página y así poder zambullirnos en los setenta podcasts o series televisivas “que no te puedes perder” y que todavía tenemos pendientes. Pero la sensación resulta huidiza, porque sólo nos hacen falta unas horas alejados del mayor placer que existe para acabar cediendo y volver a las tardes de lectura (las mejores, complementadas con una siesta de pijama y orinal). Servidor suele aprovechar el verano para leer los libros más extensos —los tochos, vaya— puesto que, durante el ruido del trabajo, resulta difícil prestar atención a novelas o ensayos elefantiásicos.
A parte de leer un montón de ensayos filosóficos sobre el suicidio (por uno de esos libros que digo que haré y que seguramente quedarán en el cajón), he aprovechado este verano, que afortunadamente ya se acaba, para devorar los dos volúmenes de Guerra i pau con los que la benemérita Edicions de 1984 ha celebrado sus cuarenta años. Hay que aplaudir esta efeméride y que la novela de Tolstoi pueda coronar un catálogo militante y literariamente notable, y también hay que felicitar especialmente a la traductora Judit Díaz Barneda por una versión que le ha debido satisfacer mucho pero por la que, seguro, ha sudado toneladas de sangre y de tinta. No seré yo quien os cante las virtudes de esta obraza de casi dos mil páginas, porque sobre Guerra i pau ya está prácticamente todo dicho. Me limitaré a apuntar que me ha sorprendido poner de manifiesto como un libro conocido por sus espléndidas escenas bélicas nos explica tan bien que, básicamente, la guerra más real se da entre los hombres y las mujeres.
Acabado el viaje con Tolstoi, he aprovechado también las tardes de verano para zambullirme en una aventura lectora de igual exigencia; jalarme la trilogía Encegador (L’Ala Esquerra, El cos y L’Ala Dreta) del hombre de letras total Mircea Cărtărescu. Con el autor rumano voy tarde, porque leí hace un par de años la novela que le encumbró a la fama mundial (Solenoide, publicada también en Edicions del Periscopi). Lo escribo con cierta vergüenza, porque he leído a pocos prosistas de este nivel extraordinario. Cada vez que suenan campanas de Nobel, el escritor siempre acaba en el podio de los escogidos, pero como nuevo devoto suyo debo decir que tanto da este premio o cualquier otro, porque aquí estamos frente a un escritor de otro planeta. Si Solenoide quizá barroquice en exceso sus trucos extraordinarios, diría que la trilogía Encegador (de nuevo, hace falta descubrirse ante traductora, Antònia Escandell Tur) es el hijo perfecto del arte de Proust y Kafka.
Leyendo a Cărtărescu te reconcilias con la posibilidad de una literatura sin ningún tipo de límites, de gigantesca ambición
Recomiendo a grandes gritos que, sea la época del año que sea, abandonéis las novelitas que inundan el panorama de novedades y os lancéis a estas dos obras descomunales. Lo de Tolstoi es una animalada, pero ya lo sabíamos a ciencia cierta; lo que resulta un soplo impresionante de aire fresco es esta monstruosidad que nos ha regalado Periscopi con Encegador. Por fortuna, Catalunya vive una especie de ola febril con el autor rumano y de Cărtărescu también podéis leer sus espléndidos Dietaris 1990-2017, el precioso libro Per què ens estimem a les dones y la recopilación de poemas Res, una pieza literaria estratosférica muy bien traducida por el estimable Xavier Paulí y editada con el cariño que hace falta en Lleonard Muntaner. Leyendo a este autor te reconcilias con la posibilidad de una literatura sin ningún tipo de límites, de gigantesca ambición. Insisto, dejad la repisa de novedades que pronto nos estresará y volved al verano con este par de obras maestras.
Afortunadamente, llegamos al mejor mes del año; ya estamos en el oasis de septiembre. Y este año continuarán las puñaladas; ¡faltaría más!