Experimento pocas satisfacciones mayores que el instante concreto de presenciar cómo una amiga alcanza la madurez artística. Así sucedió el pasado martes, cuando oscurecía dentro de la minúscula sala del teatro Heartbreak Hotel, comandado por Àlex Rigola, y todavía resonaban las últimas palabras de Sis hectàrees d’oliveres, la obra de mi querida señora de teatro Aina Tur: “Un rossinyol batega les ales. S’atura. I canta. Les xitxarres l’acompanyen. Les merles ploren. I les cendres. S’encelen. Emportant-s’ho tot” (Un ruiseñor bate las alas. Se detiene. Y canta. Las chicharras lo acompañan. Los mirlos lloran. Y las cenizas. Se elevan. Llevándoselo todo). Dos primos se encuentran tras una separación más que traumática de siete años. Ella guarda muchas agresiones y desprecio dentro del alma y ha decidido vengarlas quemando el paisaje de infancia que había compartido con él: el chico, incapaz de asumir los silencios familiares, la escucha contrariado mientras los dos intentan la misión imposible de hacer las paces. Vuelven a ser niños. Se van haciendo adultos. El fuego es latencia y purificación.
En manos de un dramaturgo efectista y sociovergente, esta historia podría haberse convertido en una tabarra ideológica o en un vómito efectista insoportable. Pero Aina se ha regalado un texto excelente; la metáfora de los olivos y su corazón de hilachos funciona a la perfección, el diálogo entre lo que se dice y lo que se piensa en secreto fluye como una seda y el texto, cuando podría edulcorarse buscando la lágrima fácil, va directo hacia la contención de una forma estrictamente centroeuropea. Muy bien, salada mía; se nota que, antes de coger la pluma, has tenido la delicadeza de leer mucho, lo que debería ser la norma general entre los escritores. Servidor, ya te lo dije, puliría algunas expresiones de nuestra lengua (ciertos quelcoms y etcétera) que no encajan bien en la conversación entre dos familiares. Pero nada, mandangas, porque has parido una obra fantástica con un dominio ejemplar del catalán. Gran content, Aina amada.
La autora también ha querido dirigir su pieza y buscar al mejor equipo artístico para defenderla. En una sala tan pequeña como el Heartbreak se pueden hacer pocas florituras (y yo lo celebro, porque así quién sabe si volveremos a prestar atención a las palabras, la raíz primordial del teatro); sin embargo, la bella maqueta diseñada por Marc Salicrú funciona muy bien cuando toca presentar el paisaje como una persona más de la trama y su cerrada humareda resulta fantástica para enmarcar el diálogo de los protagonistas. ¡Qué dos actores, ciertamente! En casa somos alarconistas convencidos, pues existen pocas actrices que puedan hacerse dictadoras de la escena con su simple presencia. Yo sólo sugeriría, a riesgo de ser perepunyetes, que nuestra actriz modere la intensidad —de piano a forte, para entendernos— y que inicie el camino del texto emulando aún más a la pequeña que antes fue. Es una cuestión de matiz, pero la obra lo necesita.
Lo del Nao Albet merecería un artículo aparte. Servidor había disfrutado la labor de nuestro actor —y excelente cantante, dicho sea de paso— en espectáculos, digamos, más expansivos y desgarrados. Pero esto que despliga en esta obra, de una contención y de un regurgitar las palabras despampanante, es un trabajo de primerísima división que me dejó literalmente de piedra. Desde hace tiempo sufro un cierto divorcio amistoso con el teatro, lo confieso, porque estoy cansado de paternalismos ideológicos y de turras que ya vemos en los mítines de nuestros aprendices de políticos. Pero la labor actoral de Albet me ha reconciliado con este arte, pues no es fácil enfrentarse a Anna Alarcón y aguantarle el tipo de esta forma. La transición del infantilismo ingenuo y la nula voluntad de autoconocimiento hacia la aceptación del dolor pretérito que se casca este intérprete es de barretada. Tanto da lo que yo le diga, puede sentirse más que orgulloso.
Así también la autora de todo el tinglado. Sólo me queda decirle al lector que haga el favor de viajar a la periferia del Heartbreak, porque Sis hectàrees d’oliveres termina su viaje el próximo 28 de julio. Estoy muy contento, Aina, querida amiga. Y últimamente no me pasa muy a menudo, porque lo quemaría todo.