Barcelona y Catalunya en la era Trump

La victoria de Donald Trump ha venido a certificar una verdad incómoda. El mundo que viene va camino de revertir, al menos durante un tiempo largo, algunas de las verdades con las que habíamos construido el relato del mundo globalizado e interconectado de las últimas décadas. Por un lado, la convicción de que Occidente y el eje transatlántico, aún con relevantes contradicciones, éramos los defensores de los derechos fundamentales de las personas, del mundo abierto y de la solidaridad mutua. Por otro, la convicción de que el uso de la diplomacia, el diálogo y la concertación, ya fuera política, económica, cultural o medioambiental, constituían los instrumentos centrales para la construcción de una gobernanza global tan necesaria como a la vez frágil y compleja. Todo eso ha implosionado de un plumazo y el mundo —si no lo contenemos— va camino de ser la ley de la selva.

Los discursos de Trump y la de sus discípulos y aliados tanto en América como en Europa son altamente inflamables. Han bastado pocos días para ver cómo las primeras medidas adoptadas nos abocan a un mundo fast and furious en el que se va a imponer la ley del más fuerte. Tras apuntar a la inmigración como uno de los principales males de los Estados Unidos e iniciar una caza y expulsión de miles de inmigrantes ilegales, no ha dudado en abrir una guerra comercial contra uno de sus socios, vecinos y aliados más sólidos e importantes históricamente como es Canadá. Además de aplicar aranceles igualmente a México y China, ya anuncia medidas contra otro de los socios y aliados tradicionales, la Unión Europea.

Trump abre así el melón y legitima la era de un matonismo político internacional en toda regla que nos aboca a una reconfiguración de estrategias, regulaciones y relaciones con resultados imprevisibles. Habrá dolor, ha reconocido el propio Trump, para intentar hacer América grande de nuevo. Es probable que Trump no cambie el mundo en cuatro años, pero lo va a poner patas arriba, y sus acciones y políticas van a tener un enorme impacto tanto en las cadenas de valor de la economía global como en la geopolítica del mundo, con el riesgo de llevarse por delante la ya de por sí compleja unidad de acción europea.

Emerge la necesidad y oportunidad de un nuevo liderazgo de nuevas ciudades globales como Barcelona y de realidades territoriales como Catalunya

En ese contexto, los Estados van a estar bastante ocupados en contener el vendaval Trump y lidiar con las consecuencias regulatorias y económicas. Los gobiernos nacionales van a tener poco tiempo y espacio para gestionar y reconstruir espacios de diálogo y de concertación. Las urgencias geopolíticas y la agenda de la economía de la seguridad, yuxtapuestas a los problemas de las agendas nacionales internas, harán difícil que piensen en cómo preservar los valores fundamentales, la defensa de un mundo abierto y el trabajo activo por preservar la convivencia.

Es en ese contexto, emerge la necesidad y la oportunidad de un nuevo liderazgo de las nuevas ciudades globales como Barcelona y de realidades subnacionales y territoriales como Catalunya. En un mundo crecientemente polarizado y conflictivo, una buena parte de las empresas con propósito, así como el mejor talento liberal y progresista, van a buscar refugio en ciudades y territorios que estén alineados con sus valores y puedan ofrecer plataformas de desarrollo económico, social y medioambiental coherentes y equilibrados.

Barcelona y Catalunya tienen así la responsabilidad —y la oportunidad— de ser uno de esos referentes positivos que el mundo necesita. Nuestro país y nuestra capital tienen una posición geográfica privilegiada entre Asia y América, así como una buena conectividad tanto en algunas de las cadenas de valor económico como en términos de conectividad, esto es, infraestructuras físicas y digitales. Contamos igualmente con centros de investigación y escuelas de negocios de nivel mundial, y la calidad de vida —a pesar de algunos desequilibrios— atrae talento de todas partes del mundo. Todo ello nos ofrece nuevas oportunidades para atraer inversiones y talento de aquellos que comparten valores y una visión del mundo abierto, competitivo e inclusivo, ya sean multinacionales, startups y emprendedores.

Barcelona y Catalunya tienen que promover, defender y demostrar que es posible una visión del mundo que maride competitividad, sostenibilidad y equidad

Barcelona y Catalunya, una vez pasada la página de la década perdida en la que se ha autolesionado y mirado hacia adentro, tiene que levantar la voz y desplegar de nuevo un activismo atrevido, audaz y colaborativo por un mundo abierto. Una Barcelona y una Catalunya que sean a la vez inspiradoras para otras ciudades y territorios, así como para empresas, directivos y colectivos económicos y sociales alrededor del mundo. Podemos y debemos hacerlo, porque, además de la conectividad en las cadenas de valor o de las infraestructuras, Barcelona tiene un ingrediente único y diferencial: la conectividad emocional con una buena parte del mundo.

Nuestra ciudad es conocida y reconocida como una ciudad con valores progresistas e inclusivos que, además de sus activos económicos o del interés turístico, pone en centro el respeto a las personas y a la cohesión social, y el respeto individual y colectivo de la diversidad. Frente a otros modelos de ciudad ultraliberales que abogan igualmente por un mundo abierto pero desigual, Barcelona y Catalunya tienen que promover, defender y demostrar que es posible una visión del mundo que maride competitividad, sostenibilidad y equidad. Es hora de un renovado activismo, es tiempo de que Barcelona —y Catalunya— den a un paso adelante en tiempos convulsos. Es tiempo de liderazgos inclusivos frente a los líderes autocráticos e iliberales. Si lo hacemos, los defensores del mundo abierto lo agradecerán y lo reconocerán.