“Capítulo primero: Él adoraba la ciudad de Nueva York. La idolatraba fuera de toda proporción”. Así arranca Manhattan, una de las mejores películas de Woody Allen y una de las muchas que, a lo largo de más de medio siglo de carrera, este cineasta ha dedicado a Nueva York, su ciudad.
Nueva York es una ciudad rotundamente cinematográfica porque a lo largo de los años ha sido escenario de docenas de películas y series memorables. Especialmente, la isla de Manhattan. Supongo que, por esta razón, cuando paseas por sus calles y avenidas, te sientes como si estuvieras dentro de una película. De hecho, acabas reproduciendo escenas que has visto mil veces en la pantalla: ¿quién no se ha parado enfrente del escaparate de Tiffany & Co. sin quitarse las gafas de sol? Y seguro que más de un amante del cine de Woody Allen se ha vuelto loco buscando el banco donde él y Diane Keaton se sientan para ver cómo se hace de día, mientras contemplan el puente de Queensboro. Digo que se ha vuelto loco porque el banco es imposible de encontrar puesto que sólo existía en la película. Sin embargo, en el East River hay unos cuantos bancos de verdad que también invitan a sentarse y dejar pasar el tiempo.
Hace unos días pensaba en esto de las ciudades y el cine sentado, precisamente, en un banco situado en el interior de manzana que acaba de inaugurarse en la plaza de la Sagrada Familia. La entrada está por donde antes había el cine Niza y ahora un Mercadona. Es una zona sorprendentemente tranquila y agradable ganada para el disfrute de los ciudadanos.
Los interiores de manzana son una especie de ventana indiscreta porque en ellos podemos espiar la vida del vecindario. Tanto las personas como los edificios tenemos una fachada principal que es la que nos gusta mostrar al mundo. Tratamos que esté limpia, ordenada, ponerle algún elemento decorativo que la haga más atractiva y, sobre todo, que esconda todo lo que consideramos privado o vergonzoso. A veces, la fachada es una proyección o una continuidad del interior, prácticamente transparente. Otras, una coraza que nos protege las debilidades o una máscara que engaña. Es todo fachada, decimos de alguien que parece algo y, en el fondo, es otra cosa.
Los interiores de manzana son mucho más sinceros que las fachadas principales de los edificios. Estos espacios muestran los barceloneses tal como son de puertas adentro, especialmente cuando se acaban de abrir al público
Los interiores de manzana son mucho más sinceros que las fachadas principales de los edificios. Estos espacios muestran los barceloneses tal como son de puertas adentro, especialmente cuando acaban de ser abiertos al público. Balcones llenos de trastos, bicicletas llenas de polvo, plantas de maría, ropa tendida al sol… Un vecino fuma con camiseta imperio y calzoncillos y echa la ceniza al patio del vecino de abajo que no se entera porque hace pesas y flexiones como si no hubiera mañana. Otra asa chorizo en una pequeña barbacoa y no ha calculado que el humo llenará de malos olores las sábanas colgadas en el balcón del vecino de arriba. ¿Y esa pareja? Ya podía haber cerrado las ventanas y tirado las cortinas antes de entregarse a una pasión desenfrenada. ¡Qué manera de gemir, madre mía!
Creo que Woody Allen podría rodar una magnífica película en Barcelona titulada Interiores de manzana. Lástima que ya no se podría estrenar en el Niza, ni en el Novedades ni en el Urgell donde, por cierto, también se han abierto interiores de manzana.