La pandemia retrasó la celebración del centenario del nacimiento de Federico Fellini (Rímini, 1920 – Roma, 1993) con la exposición El Centenario. Fellini en el mundo. Un año después, El Born Centre de Cultura i Memòria presenta más de 80 fotografías de rodajes y de su vida privada en las que aparece junto a su mujer Giuletta Massina y escenas de su infancia, así como carteles originales, guiones, cartas, contratos y objetos de atrezzo de los que destacan los trajes de Casanova (1976) portados por Donald Sutherland y una página original del perdido Il Libro dei Sogni, donde el director, por orden de su psicoanalista, apuntó y dibujó sus sueños recurrentes a lo largo de los años 60.

Y es en los dibujos donde encontramos el músculo de la exposición, dibujos que Fellini creaba sobre papel desechable, en servilletas, mientras hablaba por teléfono o estaba distraído. Son caricaturas, personajes esbozados que dibujaba para no olvidar y que lo retrotraen a sus orígenes como dibujante, cuando con 17 años, llegó a Roma para ser viñetista.
El cómic fue el primer formato en el que se fogueó como narrador y en el que aprendió a estructurar historias en imágenes. Como una anticipación a la modernidad, Fellini otorgó a este género más valor que al propio cine y continuó inmerso en él a lo largo de toda su vida. Prueba de ello es el repaso a su trabajo junto a su admirador y amigo Milo Manara en el volumen Erotomaquia o Bataglia d’Amore (1991-92), que también podemos disfrutar en esta exposición.

El material, cedido por la sobrina y única heredera, Francesca Fabbi Fellini, nos muestra a un Fellini más íntimo, inmerso en sus constantes procesos creativos, y pone en valor la importancia que a ellos les daba el director. Unos procesos que partían siempre de los sueños y de los recuerdos. Lo onírico como referencia. La invención y la idealización sirven solo para rellenar los huecos en los que la memoria no alcanza.
Un marco que nos propone, siempre, un universo casi freudiano. Fellini y lo felliniano, término acuñado para hacer referencia al mundo creado por el director, algo que demuestra la grandeza y la exclusividad de su legado al que no bastan adjetivos comunes, palabra que se recoge en el diccionario italiano y fuente de la que han bebido directores como Scorsese, Lynch o el más reciente, Sorrentino. Un universo donde las tensiones entre la tradición y la modernidad colisionan y donde no hay diferencia entre la realidad y la ficción.

Hablar del director de Rímini, es hablar también de sus personajes, los que aparecen en Amarcord (1973), seres extravagantes, grotescos, extremados y conocedores sin culpabilidad de sus defectos y sus virtudes. Son personajes idealizados, inolvidables y que a su vez nos resultan reconocibles, entrañables. Fellini disfrutaba paseando por los decorados del malogrado Teatro 5 de Cinecittà, disfrutaba de la idea de vivir en una ficción construida. Defendía una independencia intelectual, emocional y política.
Fellini tomó, como hacen los grandes genios, su vida como referente, sus sueños y deseos como detonantes y su pulsión de reinterpretar su pasado, su presente y su futuro, como motor
Los últimos años de su vida vivió obsesionado con el auge de la derecha en Italia, con la capacidad de manipular a la gente mediante la publicidad y con lo nocivo de la imagen al servicio del poder y los efectos que esto podía tener en los niños, el futuro. Fellini lo anticipó también, pero no pudo verlo, la Italia de Berlusconi rugía mientras la luz del director se apagaba en un hospital de Roma. En su haber, nos dejó obras maestras como 8 ½, La Dolce Vita, La Strada, Los Inútiles, I la Nave Va… y un largo etcétera de clásicos que diseñaron una nueva Italia para el mundo, la de Mastroianni y Ekberg, y le valieron para ganar cinco Óscars, uno de ellos honorífico.
La muestra, que corre a cargo de Mariangela Scaramella, está coorganizada por el Instituto Italiano di Cultura a cargo de Lucio Izzo, y comisionada por Vicenio Mollica, Alessandro Nicosia y la propia Fabbi Fellini. Se trata de una exposición itinerante que se ha podido ver en Moscú, Sao Paulo, Vilna, Tirana, Liubliana, San Petersburgo, Buenos Aires y Kiev. Se podrá visitar en Barcelona hasta el 9 de enero y se completa con un ciclo de conciertos en homenaje a Nino Rota (compositor fetiche y figura indivisible de la obra del director), una charla sobre la influencia de Dante Alighieri en el cine de Fellini, así como otra para reflexionar sobre el estereotipo de mujer en su obra, caracterizado por una visión exuberante y muy particular de la belleza.
