Entiendo que la fidelidad marmórea del lector de esta sabatina Punyalada pueda tambalear si hoy, que es día natural para hacerse buenos propósitos al iniciar otro año, me disponga a hablarle de un libro que, básicamente, va de enfermar y de morirse. Pero aquí somos coneguts y saludats de hace bastante tiempo y supongo que no les resultará ninguna sorpresa si me alejo del tópico de escribir sobre la ansiedad espartana de perder peso, de aprender alemán o de pasar más tiempo en familia.
El primer día del primer mes se inclina a mirar adelante, es cierto, pero (estés en el mezzo del camino como yo o ya en el atardecer de la carrera, ya sea por el efecto de la farra confinada de ayer o del simple paso del tiempo), hoy te habrás levantado con una indescriptible sensación de restar. De ello va esta gran obra de Martin Amis, Desde dentro, un libro que, a los 72 años, podría también ser la despedida y el testamento de un autor que, lejos de conformarse con la fama y esperar a que le caiga el Nobel desde el diván, se ha propuesto novelar algo tan difícil de escribir como es la propia finitud y la de los amigos más cercanos.
Leemos siempre desde nuestro presente y es una macabra curiosidad que la contingencia nos acerque a este libro monumental en un tiempo pandémico (a saber, uno de los primeros instantes históricos en que la mayoría de seres del primer mundo hemos vuelto a experimentar como real la posibilidad de caer enfermos y palmarla). Esta inquietud tiene dos antecedentes que ya eran clarísima obsesión del autor; el Holocausto, que marca el primer intento de aniquilar a toda una raza, y después el 11-S, el ataque a las Torres Gemelas, una pirueta yihadista que, además de llenar de polvo cancerígeno todo el sur de Manhattan, dinamitó el final de la historia mediante la performance creativa y violenta de un nuevo enemigo a quien, básicamente, le molesta todo aquello de lo que disfrutamos. La inquietud de Amis ha dedicado muchas páginas al arco temporal que va de los años cuarenta a principios del siglo XXI; ahora ha preferido mirar el mapa desde cerca para ver cómo la muerte asoma en la decadencia y el traspaso de dos modelos de fortaleza que el autor confiesa vivir cómo los últimos ilustrados de su mundo.
Leemos siempre desde nuestro presente y es una macabra curiosidad que la contingencia nos acerque a este libro monumental en un tiempo pandémico
Entiendo que el lector dude sobre si continuar leyendo por segunda vez. En un país absurdo como el nuestro, obsesionado en hacer pornografía televisiva con los enfermos mentales y con una intelectualidad política y periodística que se gusta cuando más moribunda se expone, un volumen de casi setecientas páginas sobre la carcoma resultaría un empacho tortuoso de nostalgia y cursilería. Pero Amis escribe desde una herencia literaria de piedra picada y a partir de una idea de civilización que filtra la adversidad en forma de altísima literatura. Es así como el escritor decide superarse (para sus íntimos, ir más allá del espíritu autobiográfico que ya había ensayado en la maravillosa novela Experiencia) para rizar el rizo con un artefacto con el que no sólo se chotea del género literario, como ha hecho casi siempre, sino que reivindica tener la última palabra sobre el personaje que la crítica y el imaginario ha hecho de sí mismo. Lo expresa citando los versos de Larkin, quizás el putativo fantasmagórico que más impregna este texto; “Mi vida es para mí. / Sería cómo ignorar la gravedad.”
Hay una moral antigua en la visión amisiana del mundo, y es así como el autor ama a Saul Bellow, el héroe literario, pero especialmente a su hermano Cristopher Hitchens, el trotskista impenitente que, sin embargo, defiende el espíritu yanqui de precipitarse a la guerra cuando la civilización necesita subir la moral. El Alzheimer de Bellow ataca la memoria del titán y el cáncer de garganta de Hitch castra palabra y respiración a un hombre que seducía casi sin quererlo. Una ética antigua, repito, la que impulsa al hombre (masculino) a narrarse en sus historias de amor en una época en la que llevarse a una chica a la cama no era considerada una agresión. Habrá quien lea estas páginas como el último aliento de un pollavieja que atisba la decadencia de Occidente filtrada en lo que, al límite, son dos muertes bastante confortables. Pero, afortunadamente, Amis no pierde el tiempo conversando con los biempensantes ni las feministas de Twitter; desde pequeño entendió que el único diálogo que se impone al escritor es entre el propio yo y la gran historia de la literatura. Todo lo demás, pese a quien pese, es moralita.
Amis entendió desde pequeño que el único diálogo que se impone al escritor es entre el propio yo y la gran historia de la literatura
En un mundo donde el heroísmo guerrero de los hombres ya es una rémora (el autor recuerda cómo su padre Kinglsey, aparte de exprimir la sesera, también tuvo tiempo para alistarse en el ejército), Amis se agarra en el ejemplo de un amigo que se acerca a la podredumbre del cáncer mamando y fumando hasta casi el último aliento y escribiendo mil palabras cada día sin rechistar. Resulta una revelación que la técnica prodigiosa de esta prosa se acerque a un principio ético tan sencillo y complejo a la vez, prácticamente homoerótico, como es el vigor. A la fortaleza de su amigo Hitch, Amis contrapone su yo más joven, un periodista errante que pierde tiempo y energía intentando satisfacer el espíritu de una mujer imposible, Phoebe Phelps, mientras reivindica la única virtud de la que puede hacer gala y pedagogía; el secreto de esculpir la frase perfecta. Lo hace de nuevo, novelando las conversaciones con Bellow y Hitch como si fueran una cascada socrática, consciente de la artificiosidad dialógica y de la excesiva pretensión del camino. Es su vida y la muerte de sus amigos; ¡y la cuenta cómo le place, faltaría más!
La finitud se espera pero aparece repentina, cuando Bellow comienza a repetir las mismas preguntas y Christopher dice que no puede respirar más. Incluso en esos instantes premortuorios, los amigos ironizan con el traspaso especulando sobre cómo dios nuestro señor (en minúscula) les pretende castrar la garganta (y la entrepierna). Quien busque prosa sentimental sobre los tumores y martirologio del cáncer, lo siento, que se dirija a otro lugar. Aquí la vida se explica desde el cruce entre el llanto y la sonrisa compartida (así lo expresa el mismo título, Inside story, un doble juego que yo quizás hubiera traducido con otra expresión que la elegida por nuestro gran e infatigable Ferran Ràfols, quien por otra parte filtra la prosa amisiana con un preciso bisturí) y la memoria, como en los grandes autores, sólo brota cuando su explicador se dedica a imaginar pasados posibles, hipotéticos, quién sabe si verosímiles. Puñaleros, hacedme caso, dejaros de novelitas de entretenimiento y circunstancia y zamparos este gran y quién sabe si último libro de Martin Amis.