El gato y la Rambla del Raval

Ya se puede ver en Barcelona la exposición más completa del artista colombiano Fernando Botero. Estará en el Palau Martorell hasta julio. Una exposición importante, porque Botero es Barcelona, pero es, sobre todo, Raval. Su nombre está asociado al enorme gato de bronce que observa tranquilo des de su sitio en la Rambla de este barrio de Ciutat Vella. Está allí desde 2003, aunque antes había pasado por otras ubicaciones. Una escultura popular, un gato bien alimentado con los bigotes, cascabel, medio sonriente y la mirada tranquila de quien está simplemente paseando.

La Rambla del Raval es una extensión de los pisos que se ubican en ella

Como ocurre con los felinos, pueden escabullirse o pueden ser los verdaderos protagonistas. A veces, algunos turistas lo descubren o lo vienen a ver a propósito, y no paran de hacerse fotos bajo su cola, acariciando su bronce o incluso intentando escalarlo, algo bastante complicado por su piel dura y deslizante. Otras veces, en cambio, está ahí, sin que nadie detecte su presencia ni le haga demasiado caso. Observa todo lo que pasa a su alrededor, que son muchas cosas. Porque la Rambla del Raval es en realidad el patio de todos los edificios que desembocan en ella. Es una extensión de los pisos. Los balcones que la enmarcan demuestran su necesidad. Están llenos, con mucha ropa tendida y con otros objetos; sillas, bicicletas infantiles y bombonas de butano. Que la Rambla es casa se ve en las noches tórridas del verano, cuando los vecinos de los pisos cercanos, con poca ventilación y sin aire acondicionado, pasan las horas, tomando el fresco, con las criaturas en pijama, en los bancos de la calle.

En el Raval, hay densidad dentro de casa y densidad en la calle. Por eso la Rambla es una especie de oasis, uno de los pocos lugares con árboles, es espacio público que hace de espacio público. Se creó para ello, una intervención urbanística contundente para esponjar un barrio. Tirar al suelo cinco manzanas de casas —en una de ellas vivió Gaudí—, hacer desaparecer dos calles, ahora sería imposible, difícilmente habría el consenso y la decisión política para aprobarlo. Pero se hizo, y ahora se aprovecha al máximo.

En la Rambla del Raval se está, se juega, se charla —hay unos bancos semicirculares que favorecen el encuentro y la conversación—, se pasea, se respira, se toma el sol, se hace negocio o, simplemente, se pasa. Es una de las calles con más actividad de la ciudad y con más presencia de inmigrantes. En el Raval, un 51% de la población viene de fuera —la media en Barcelona es del 25%—. La presencia de extranjeros es también evidente en las otras ramblas; en La Rambla, la de Catalunya y la del Poblenou. Todas son lugares transitados y céntricos, con personas venidas de fuera, muchas, de paso. En la Rambla del gato del Botero, en cambio, buena parte de los extranjeros no son turistas, son vecinos. Viven aquí y han elegido Barcelona como su ciudad, para hacer, o rehacer, su vida, con proyectos a largo plazo, han tenido los hijos, que ahora juegan en la zona infantil, y han montado los negocios, la mayoría de restauración, con todo tipo de cocinas, que se extienden a lo largo de este paseo esencial para el barrio.