Ha reabierto el ocio nocturno y la ciudad está llena de gente (yo también soy la gente) que deambula por las calles. A las siete de la tarde, yendo hacia el teatro Poliorama atravieso las calles del Raval. Dos chicos llevan cucuruchos de papel, como los de las castañeras, llenos de patatas fritas con ketchup. Se las van comiendo con un tenedorcito de plástico. Mucha gente come y bebe por la calle. Supongo que en otras ciudades del mundo (Nueva York, Ciudad de México, Tokio…) existe esta costumbre desde hacía tiempo. Yo no estoy acostumbrada y quizás no me acostumbraré nunca. Me gustan las mesas y las vajillas.
En la calle Joaquín Costa, paso por delante de una coctelería de la que habla todo el mundo: Two Schmucks. Resulta que en esa famosa lista de los mejores cincuenta bares del mundo ocupa el número 26. En la puerta, una chica me pregunta si quiero entrar. “¿Hay sitio?”, pregunto. Y me dice que sí, pero al fondo. Hacia el fondo que me voy. Preparan todo tipo de cócteles clásicos (margarita, negroni, pisco sour…) pero también creaciones modernas o reinvenciones. La coctelería moderna va hacia aquí. Por ejemplo, en la Paradiso (en la calle Rere Palau) te hacen una reinvención del durísimo Long Island Iced tea. Es un cóctel con los cuatro destilados blancos (tequila, ron, ginebra y vodka) y un poco de Coca-Cola. Se llama así, porque proviene de la época de la prohibición, cuando la gente disimulaba y hacía ver que era un té helado.
La carta del Two Schmucks es prometedora. El cóctel que pido, un aperitivo que contiene Campari, viene acompañado de un pequeño tazón de queso. La camarera me cuenta que tengo que ir combinando sorbos con mordiscos. He oído que le contaba a un cliente que “clarifican” algunos cócteles y, de hecho, el mío, tiene un color finísimo. Está muy bueno. Y me cuesta nueve euros.
Por la calle Tallers llego al Boadas. Allí, todos los cócteles clásicos. La experiencia de ver cómo los camareros los preparan con dos vasos mezcladores, como quien escancia sidra, con la gracia que tenía, siempre, Dolors Boadas (en una foto, ahora, en la pared del local). De esta coctelería guardo, como un tesoro, las fotocopias del libro de cócteles que publicaron y que me dejó el estimado camarero del desaparecido Harry ‘s, que ahora es el Solange, en frente del Dry Martini, y no lejos del Tándem y del Ideal. Se llamaba Quim y todos los que íbamos a aquel local lo recordaremos siempre.
En el Poliorama, cola maravillosa de gente que va al teatro. El Viena, y me sabe muy mal, está cerrado.