¿Cambiar la hora? No, cambiemos los horarios y el ‘prime time’

Pues ya “han” cambiado la hora. ¿Quiénes? “Ellos”. El ente que hace las cosas de manera inevitable, desde otra dimensión o desde una sala de máquinas llena de burócratas aburridos que pulsan botones. Son los “ellos” de nuestros padres, que eran los que exclamaban, cuando se iba la luz y no era culpa nuestra: “Es de ellos…”. Como les aliviaba que “fuese de ellos”, que toda la calle estuviera sin luz, quejarse colectivamente y telefonear a “averías” (en aquella época de teléfonos fijos con un cable ensortijado como un rizo larguísimo, decían “telefonear” siempre, y no “llamar”) sabiendo que seguro que alguien habría telefoneado primero. Debe de haber alguien, claro, que es el primero que llama. El que da la noticia por primera vez, “no hay luz en la calle tal”, y al que le contestan: “Ah, pues tomo nota”, o alguna fórmula similar. A mí no me ha pasado nunca. No soy la que llama, soy la que piensa que ya habrá llamado alguien. En una serie de aventuras soy el personaje superfluo que moriría enseguida. No tengo iniciativa, ni dotes de mando, ni ninguna habilidad extraña; no sé hacer funcionar una radio, detener una hemorragia, fabricar pólvora o entender el código Morse.

Han cambiado la hora, “ellos”, y ahora escribiendo estas líneas, todavía es de noche. A cambio, se hará oscuro casi a las nueve, pero, ¿para qué quiero que oscurezca casi a las nueve si hay toque de queda a las diez y no se puede salir a tomar algo? Nos hablan siempre (“ellos”) de ahorro de energía. Yo ahora estoy escribiendo con la luz encendida, ¿a cambio de qué? ¿De no encenderla por la noche? Pero si de noche me “recojo”, que es un verbo que me encanta, me encanta se mire por donde se mire. No sé si debe de existir en francés o en italiano en el mismo sentido. Me recojo. Que es el sentido contrario de esta frase hecha en catalán, que también me vuelve loca: “Anar a escampar la boira”.

Que ellos cambien la hora hace que, por lógica, no tengamos prisa para cenar. Es de día. La costumbre ancestral es cenar de noche. Y claro, la costumbre ancestral también hace que desayunemos cuando empieza a “amanecer”. Yo, si fuese “ellos”, acabaría con las jornadas partidas, propondría comer a las doce, merendar a las cuatro y cenar a las siete. No les digo la hora del desayuno, porque ahora, con la llegada de la primavera, a mi alrededor hay mucha gente que hace esto del “ayuno intermitente”, que, en suma, significa saltarse una comida para estar más horas con el estómago vacío, que se ve que “quema” (no lo dudo). Hacer una especie de Cuaresma healthy, por decir la palabra de moda. Imagínense para los que trabajan en la hostelería qué maravilla sería llegar a casa a las once, en lugar de llegar a las tres, porque las cenas se han empezado a servir a las seis. Sí. Si yo fuera “ellos” no cambiaría la hora. Cambiaría el prime time televisivo. Rociíto saldría en pantalla cuando estuviésemos sentados a la mesa con las judías y las patatas en el plato: a las siete.