Pocos días antes de que el coronavirus hiciera decretar el confinamiento y el estado de alarma, a principios de marzo de 2020, La Pedrera presentaba una muestra sobre las fotografías de William Klein. La pandemia congeló entonces la actividad expositiva de uno de los edificios icónicos de Antonio Gaudí, parálisis que se ha alargado hasta ahora. “Han sido dos años largos, muy duros”, ha valorado la directora adjunta de la Fundació Catalunya La Pedrera, Marta Lacambra, en la presentación de la exposición que toma el relevo a Klein y “devuelve cierta normalidad” a La Pedrera, centrada en el pintor italiano Giorgio Morandi (Bolonia, 1890-1964).
Para una de las comisarias, Beatrice Avanzi, el intimismo de Morandi, que se especializó en las naturalezas muertas, encaja perfectamente en cuando se estrena, después de que la covid haya obligado a convivir con la soledad y el aislamiento. Un intimismo al que se accede a través de los retratos de sus talleres, llenos de los objetos cotidianos que convirtió en sus únicos modelos. Asimismo, sus cuadros conjugan con el lugar que les acoge, haciendo que el italiano dialogue con otro artista, Gaudí, ha agregado Daniela Ferrari, comisaria de la muestra, opinión también compartida por Nadia Arroyo, directora del área de Cultura de Fundación Mapfre, con quien la Fundació Catalunya La Pedrera la ha coorganizado.
Morandi. Resonancia infinita, que se podrá visitar hasta el 22 de mayo, es un repaso completo de la trayectoria de este pintor italiano y su complejidad, incluyendo un centenar de obras, entre pinturas, dibujos, acuarelas y grabados, de los cuales dos terceras partes son naturalezas muertas. Entre ellas, está uno de los siete autorretratos que se conservan del artista, que muestra su personalidad reservada y solitaria.
Conocido como “el pintor de las botellas”, en sus obras se aprecia una reflexión absoluta, y recurrente, sobre los elementos de la pintura como la composición, la forma, el color y la luz. Todo esto lo consigue, tan solo, a través de objetos domésticos que transmiten su esencia, pero también armonía, y, sobre todo, silencio.
Esa repetición de los elementos es uno de los motivos que da nombre a la exposición. Morandi ejerce incansablemente el acto de reflejar los mismos objetos más de una vez, hasta en cuadros pintados en años y décadas diferentes. Esto no implica monotonía, remarca Aranzi, sino una exploración de las múltiples variaciones que muestran botellas, jarrones, cajas, vasos y jarras, elementos que toman entidad propia y reflejan los diversos momentos en la obra de Morandi, con un uso diferente de los colores, la luz y las pinceladas.
Las resonancias infinitas también se encuentran en la influencia que tuvo este pintor en las futuras generaciones, cuestión que se abordó con más profundidad en la exposición de Madrid que precedió a la de Barcelona. Pese a huir de las modas y las influencias políticas, Morandi se ha acabado convirtiendo en un faro para otros pintores por los ejercicios constantes que hizo de la técnica pictórica.
Las naturalezas muertas del pintor italiano también incluyen flores, que algunos dicen que hasta se pueden oler. Sin olvidar el jarrón, siempre en el centro, Morandi recurría tanto a las de su jardín como a las silvestres, así como a las que él mismo hacía con papel o seda, que eran las que entregaba a sus amigas. Con elementos y gestos tan sencillos, el artista conseguía la eternidad, como también lo hacía con esa repetición recurrente que practicó. Un capítulo aparte merecen los paisajes que pintó, solo dos, el patio que veía desde su estudio en Bolonia y los alrededores de un pueblo de los Apeninos, también sometidos a numerosas variaciones y repeticiones como si de naturalezas muertas se tratara.