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uando el arquitecto danés Bjarke Ingels era pequeño, solía subirse al tejado de la bucólica casita del lago de sus padres, hasta que le echaban la bronca y le decían que hiciera el favor de bajar. «¡La vista perfecta, desde encima de aquel tejado, qué despilfarro de recursos tan grande! Creo que eso inspiró la arquitectura que hago», explica en el documental Big Time. Con 30 años, Ingels empezó a proyectar edificios de azoteas caminables y este año, en que ha cumplido 44 convertido en la última gran promesa de la arquitectura mundial, inaugurará un proyecto todavía más espectacular, la nueva central térmica de Copenhague, con una pista de esquí en la azotea.
Ingels podría haber levantado una central estándar, pero ¿por qué no ir más allá? Y es así como decidieron que la central más verde del mundo se convertiría en un colinita artificial. La idea es fantástica, porque en Copenhague tienen nieve una pila de meses el año, pero no tienen montañas y deben hacer centenares de kilómetros para esquiar. De esta manera, con la excusa de la central, los daneses tendrán una pista verde, una azul y una negra de regalo.
Toda la arquitectura de Bjarke Ingels intenta ir más allá y cambiar la norma y lo que es habitual, aportando segundos y terceros usos impensables en infraestructuras cotidianas, y cambiando nuestras expectativas, como un Da Vinci del Autocad. En este sentido, el porfolio de BIG –el nombre del estudio también refleja esta ambición desmesurada– está lleno de ideas insólitas, como la expansió del Gammel Hellerup Gymnasium, con un campo de fútbol en el tejado que se eleva a 45 grados tras la portería para que las pelotas vuelvan solas y no haya que irlas a buscar nunca.
Y lo más sorprendente de Bjarke Ingels es la velocidad con que ha construido esta carrera meteórica, hasta situarse al nivel de arquitectos estrellas con décadas de experiencia: en la actualidad el estudio BIG tiene más de 500 trabajadores, tres oficinas y decenas de proyectos en marcha, algunos a pequeña escala, como el nuevo Noma de René Redzepi o la Lego House de Billund, hecha con piezas gigantes, y otros más espectaculares, como la Torre 2 del World Trade Center, que será un vertiginoso juego de cajas y jardines elevados, el nuevo Campus Google de Cupertino o las instalaciones del proyecto Hyperloop, un medio de transporte experimental y revolucionario que permitiría transportar pasajeros a 1.100 kilómetros por hora dentro de cañerías al vacío. Ah, sí, y el proyecto de Marte, claro: el Ministerio del Futuro de Dubái (no es cachondeo, eso existe) ya le ha encargado que piense cómo sería una colonia en el planeta rojo si en 100 años estuviéramos instalados allí.
Curiosamente lo que se sabe menos del arquitecto del momento –escogido por la revista Time como una de las 100 personas más influyentes del mundo– es que siempre explica que lo debe todo a Barcelona. Estuvo en la ciudad de Erasmus en 1996, siguiendo las clases de Enric Miralles en el ETSAB, y aparte de aprender español y lucir un bronceado insólito para un danés, aquel año abrió su primer despacho en la capital catalana, en la calle Carbassa (la aventura duró 6 meses). Desde 2017 –coincidiendo con el referéndum–, Bjarke Ingels ha vuelto a vivir intermitentemente en Barcelona –su primer hijo, nacido la semana pasada en la capital catalana, es, pues, barcelonés de nacimiento–, y su Instagram está lleno de rincones de la ciudad vistos a través de sus ojos de arquitecto. De hecho en 2016 ya presentó una propuesta de remodelación del Camp Nou, finalmente descartada por la directiva, y en la actualidad prepara tres proyectos en la capital catalana que se podrían anunciar muy pronto.