Mirar al frente y no ver más que indefinidas luces y sombras danzantes, inconsistentes, casi translúcidas. Se entremezclan en un baile sin sentido y constante, al que sólo puede poner fin un artefacto: unas gafas. Un artilugio de uso cotidiano para muchos, pero absolutamente ajeno a la realidad de otros. El desconocimiento de lo que representan unas lentes no exonera a nadie de padecer problemas oculares que, en algunos casos, pueden ser completamente incapacitantes. La fundación Ojos del Mundo nació en 2001 en Barcelona precisamente para asegurar que personas con problemas de ceguera evitables se queden sin una solución, ya sea a través de unas gafas o mediante una sencilla y económica operación, como ocurre con las cataratas.
“El 90% de personas con pérdida de visión lo son por afecciones o enfermedades que son prevenibles o curables”, explica la directora de la fundación, Anna Barba. Este es el blanco que persigue la entidad en las zonas en las que desarrolla proyectos: Mozambique, Bolivia, Mali y campamentos saharauis ubicados en Argelia. En todas ellas, tiene presencia desde hace más de 15 años, y trabaja siguiendo un método: se entrelaza con la comunidad local y los sistemas públicos de sanidad público y educación.
“Nosotros no vamos a los países, operamos y volvemos; nosotros estamos ahí, y nuestros equipos son locales y permanecen en el terreno”, con el fin de articularse con los actores locales para abordar la salud ocular de forma integral y coordinada, explica Barba. “No creamos sistemas paralelos, sino que apuestan por mejorar los existentes”. ¿Cómo? Aportando equipamiento y material y, sobre todo, formando a profesionales.
La labor de la fundación desde que se creó en 2001 se traduce en más de un millón de personas atendidas
Tanto es así, que la cifra de la entidad que más enorgullece a su directora es la que refleja que, desde 2001, más de 14.800 profesionales se han formado a través de la fundación. Estos representan un legado perdurable de la entidad sobre el terreno, esté o no presente la estructura de la fundación. Esta estrategia tuvo una prueba de fuego que superó con creces: la pandemia. Mientras otras entidades vieron detenida su actividad ante la imposibilidad de viajar, Ojos del Mundo mantuvo su influencia en las comunidades en las que trabaja.
La labor de la fundación se traduce en más de un millón de personas atendidas desde que se creó en 2001. Su fundación fue consecuencia de un viaje que realizaron el ahora presidente de la entidad y exsíndic de Greuges, Rafael Ribó, y el vicepresidente, el reconocido oftalmólogo Borja Corcóstegui. Ambos viajaron junto a un equipo de médicos y personal sanitario a campamentos de refugiados saharauis el año anterior para realizar un proyecto asistencial de ayuda humanitaria a población desplazada. Durante su estancia, se realizaron 200 visitas y 35 intervenciones en seis días.
Fue esta experiencia la que les empujó a fundar Ojos del Mundo, al constatar las necesidades oftalmológicas de personas sin posibilidad de acceder a estos servicios. Más de dos décadas después, sólo en 2022 la entidad atendió a 136.000 personas y formó a 1.500. Además, operó a 3.500, la mayoría de ellas, de cataratas. “Con una cirugía sencilla que cuesta entre 70 y 100 euros, una persona puede pasar de no ver a recuperar derechos que había perdido junto a la visión”, destaca Barba.
La entidad ha ido ahora más allá: ha creado su primera óptica móvil, para acercar todavía más los recursos básicos de la salud ocular a quienes no disponen de ellos. Una furgoneta totalmente adaptada y dotada con todos los equipos necesarios recorre desde julio de 2022 carreteras de la provincia mozambiqueña de Inhambane. Desde entonces, la entidad ha atendido desde el vehículo a cerca de 3.500 personas que no tenían acceso a servicios oftalmológicos, y ha entregado más de 180 gafas.
La óptica móvil, que aspira a ser autosuficiente económicamente, las vende a un precio ajustado que permita adquirir el material para armar las gafas. Está muy por debajo del precio de mercado pero, aún así, sigue siendo un precio prohibitivo para gran parte de la población mozambiqueña: las gafas cuestan 22 euros, 12 en el caso de las de presbicia premontadas, en un país con un salario mínimo de menos de 100 euros.
“Es muy desproporcionado, pero no se puede rebajar más el precio” para garantizar la sostenibilidad del proyecto, explica Vasco Cote, el coordinador del proyecto de Ojos de Mozambique, donde la entidad trabaja desde 2002. Sin embargo, la organización “siempre intenta dar una solución” cuando se trata de casos graves que generan una incapacidad al afectado que se resolvería con el mero gesto de ponerse unas gafas. Una niña albina de 12 años con diez dioptrías es un ejemplo de estos casos. “Tiene tanta graduación que no tenemos cristales en Mozambique para hacerle las gafas, y la entidad busca soluciones para ella”. Este grado de miopía implica prácticamente ceguera. “Así, ¿qué grado de aprovechamiento escolar puede haber tenido? La ratio de fracaso escolar en estos casos es altísima, y con unas simples gafas lo puedes revertir”, explica Barba.
La entidad recibe donaciones de gafas, pero no las suficientes. Y deben ser gafas nuevas: las de segunda mano pueden romperse antes, y es poco probable encontrar a alguien con la misma graduación y distancia entre ojos exacta: “Ni damos ni aceptamos gafas usadas”, zanja Barba. Buscar una respuesta ante personas que necesitan gafas pero no pueden pagarlas es uno de los dos grandes retos que afronta la óptica móvil. El otro se presenta ante las cataratas: detectan casos que requiere cirugía, pero ni pueden operar en la furgoneta ni los afectados suelen tener la capacidad de trasladarse a un centro para hacerlo. Y es que las distancias no son cortas, y las carreteras no son buenas. Recorrer una provincia puede representar siete horas en coche. “Es un desafío para nosotros a futuro poder dar respuesta a estas dos cuestiones”, avanza Cote.
El coordinador de la entidad en Mozambique detalla que la óptica móvil se impulsó con financiación del Ayuntamiento de Barcelona y también de Navarra, con la que se adquirió y equipó la furgoneta. “Ahora, el objetivo es que sea autónoma”, un propósito que aspiran a lograr con un equipo de mujeres. El servicio está gestionado por mujeres de una asociación local, que se formaron en técnicas para el montaje de gafas y para el manejo de la óptica móvil, y recibieron también formación sobre gestión, “para que puedan seguir siendo sostenibles, sin necesidad de una financiación externa”, según Cote. Y añade: “El trabajo de estas mujeres no sólo es importante en el ámbito de la salud ocular, sino que también responde a nuestra estrategia de empoderamiento económico de las mujeres”.
La vista y la desigualdad de género
Y es que, pese a que el eje central de la fundación es la salud ocular, también actúa sobre otros ámbitos, como las desigualdades de género. Pero, ¿qué relación pueden tener las desigualdades con la vista? Al ser las mujeres las que asumen las tareas de cuidado de hijos y otros familiares, sufren más enfermedades relativas al ojo, como la conjuntivitis. Y no sólo eso, sino que “cuando hay una persona con baja visión o ceguera en la familia, quien deja de trabajar o de estudiar para cuidarla es siempre una mujer o una niña”, destaca Barba, que explica que, además, hay más mujeres con cataratas por su mayor esperanza de vida.
Así, las desigualdades de género representan un “determinante social de la salud”, como también lo es una nutrición adecuada y el acceso a agua limpia. En este contexto, la entidad trabaja con proyectos de sensibilización y también de mejora de los sistemas de saneamiento de agua, con actuaciones como la rehabilitación de pozos en Mali para prevenir una enfermedad ocular llamada tracoma y que puede provocar ceguera irreversible.
Con esta visión integral de la salud ocular y de todo lo que la determina, la entidad encara los próximos años con la previsión de crecer en los países en los que ya tiene presencia, buscando expandirse a nuevos territorios. Todo con la finalidad de prevenir y revertir problemas oculares curables. Lo hace con el propósito de asegurar que estos problemas que no limiten el acceso a la educación, el empleo o la participación en la sociedad, objetivos que la entidad persigue y coordina desde Barcelona hacia el mundo.