El concierto "25 años sin Tete Montoliu" llenó el Grec hasta los topes.

Luz dentro de la cueva: homenaje a Tete Montoliu

Crónica del concierto que, en el marco de las fiestas de La Mercè, se celebró este domingo en el Teatre Grec para recordar, 25 años después de su desaparición, a uno de los primeros músicos de jazz catalanes de fama internacional

Una mañana de la semana pasada me encontré a Pere Ferré, vecino del barrio, que esperaba el permiso del semáforo. Detuve la moto para saludarle y para preguntarle si tendríamos concierto, como cada lunes, en el Jazzman. Me respondió que no lo sabía porque precisamente el día anterior, es decir, este pasado domingo, debía actuar en un homenaje a Tete Montoliu que se hacía por la Mercè. Conozco a Pere de forma demasiado tardía, como he llegado al jazz de forma tardía y torpe, y tampoco tengo intención de saber mucho sino de ir improvisando (compro los discos en virtud de la poesía de los títulos, con eso lo digo todo).

El caso es que enseguida me propuse ir, quería ver a Pere en un escenario grande. Teatre Grec, 20:30, entrada gratuita por obra y merced de La Mercè. Yo me esperaba que este año el homenaje jazzístico sería para Núria Feliu, pero la gente de Jazz Terrassa (y sobre todo Pere Pons e Ignasi Terraza) lo llevaban trabajado desde mucho antes. Supongo y espero que el Piromusical no olvidará nuestra diva de Sants, pero ya veo en el programa que nuestro Tete de hoy tampoco se olvidará de ella. Por alguna razón en el año 66 actuaron juntos aquella primera semana en Nueva York en el Waldorf Astoria (donde acabaron interpretando El cant dels ocells ante un airado embajador español), y por alguna razón actuaron tantas veces juntos transformando Misty en Gris ; Willop, weep for me en Soc com un desmai y Bye bye, blackbird en Ves i perde’t. Pues eso: iré al concierto para perderme, como quien en un jardín sólo quiere ver el bosque.

 En Barcelona, ​​como no tenemos ruinas griegas y tenemos que ir a verlas al Upper Empordà, en 1929 nos construimos un teatro griego y tuvimos la barra de llamarlo Teatre Grec. Incluso da nombre a nuestro festival anual de artes escénicas. Dicho esto: el espacio es un lujo y sus jardines saben que son una excepción en una ciudad que no sabe hacer parques. Montjuïc ha sido nuestra única expiación, y con nota (todo lo demás, Ciutadella incluida, es confundir los parques con unos pipi-cans decorados).

Llego al teatro después de un laberinto de desvíos causados ​​por los correfocs (bienaventurada moto, invento que el ayuntamiento persigue como un Coyote del Correcaminos) y veo que el teatro está lleno. Lleno significa que, cuando me siento, todavía está llegando gente que se quedará de pie escuchando el concierto desde fuera. Tete Montoliu, 25 años sin Tete Montoliu, 25 años a oscuras. El hombre que ha hablado (tocado) de tú a tú con George Coleman, Chet Baker, Ella Fitzgerald, Dexter Gordon, Donald Byrd, Ornette Coleman, Chick Corea, etcétera. El año que se estrenó en Nueva York, Miles Davis in person le va a ver tocar. “No hay notas incorrectas”, decía Miles el filósofo: “sólo la siguiente nota puede hacer que aquélla sea incorrecta o no”. Miles acabó siendo el nombre del perro de Tete. So what, habría respondido el perro. Tampoco hay ladridos incorrectos.

Me da vergüenza no haber escuchado nunca Blues for Tete, de Ignasi Terraza, una pieza tan alegre, elegante y universal que podría ser el inicio de cualquier fiesta en la inauguración de un gran museo de arte. Ignasi nos presenta a Horacio Fumero, un contrabajista como la copa de un pino, y Aldo Caviglia, batería como ninguno, dos eternos compañeros de viaje de Tete, un pianista como una catedral. Hace ya muchos años de aquella primera grabación en el Palau, Al Palau (1979), y este par parecen tocar las piezas como si invocaran al maestro y le hicieran aparecer con aquella pose de perfumista clarividente, cabeza alzada atravesando la oscuridad con las gafas, dando chispas y luz a una música que se toca en cuevas.

Después de Blues for Tete viene el Milestones del perrito filósofo, con ese largo preludio de contrabajo tan destacado y tan preciso, algo acelerado, todo el concierto parece algo revolucionado sin que esto le haga perder un gramo de perfección. Incluso de los blues compuestos por Tete hacen un encomiable medley: Montserrat, Blues for Núria, T’estimo tant, Carícies, Blues for Line…, interpretados todavía en el piano por un Ignasi Terraza también impecable, también ciego y también clarividente. La ventaja del jazz, a diferencia de los conciertos sinfónicos, es que el público puede aplaudir en medio de la pieza sin ningún problema. Se hace también en algunas árias de ópera, pero en el jazz estamos en familia y puedes aplaudir cuando quieras, incluso puedes realizar un solo de aplausos. So what, ¿verdad, Miles? No ocurre absolutamente nada.

Enseguida aparecen las estrellas invitadas, empezando por Núria Feliu, es decir Ves i perde’t, es decir Bye Bye Blackbird cantada por su sobrina Mireia Feliu, et podria dir que em fas (però no cal si te0’n vas), em fas molt mal, em fas molt mal, y la pianista es ahora la también inmensa Elisabet Raspall. Cuando terminan, sale a escena Pere Ferré. Poco a poco, haciendo gala de su vejez, dándose esperar y aplaudir, pero sobre todo haciendo levantar al público en una larguísima ovación que sé que le hará temblar aún más las piernas.

A Pere se le puede ver no sólo en el Jazzman los lunes con su trío, sino también algunos miércoles en el Giardinetto, y siempre que lo he escuchado en concierto, con esas manos gruesas y torturadas por tanta magia negra sobre el teclado, ha terminado su actuación con una frase de La Santa Espina. Se ve que dejó dicho, antes del concierto, que sólo había que presentarlo como un tipo muy feo. Tocaban juntos con Tete en La Boîte, de forma alternada, y después siempre marchaban juntos hacia casa. Al terminar su pieza Pere vuelve a levantar una larga ovación y da paso al pianista Manel Camp con El testament d’Amèlia (popular catalana), Albert Bover y él mismo (al órgano) con el sensualísimo Blues per al el pianista desconegut del álbum Vampyria, que se va directo a mi playlist. Mientras tocan los boleros con el saxo de Eladio Reinón, detrás de mí, alguien fuma marihuana.

 Laura Simó nos aleccionará cantando Lush Life (to get the feed of life from jazz and cocktails) y la tristísima Speak Low (love is a spark, lost in the dark too soon, too soon), antes de pasar a Serrat, el famoso antiguo vecino de este barrio, con Per què la gent d’avorreix tant. Un título espantoso, una canción linda, un poema exquisito, como casi siempre le ocurre a Serrat. Cierran la fiesta el saxo de Reinón y la trompeta de Josep Maria Farràs, con piezas como Fried bananas de Dexter Gordon.

Me voy entre los jardines del teatro orgullosísimo de la ciudad, de los nuestros, de haber descubierto tan tarde, pero de forma tan intensa la luz dentro de las cuevas, la mirada tras las gafas, el piano dentro de las venas y el lujo más absoluto dentro de una vulgar, quiero decir popular, fiesta mayor.