la pianista Valentina Lisitsa
La pianista Valentina Lisitsa, en el Palau de la Música.

Beethoven en ‘streaming’, o la proximidad paradójica

Colofón de un turbulento Año Beethoven, el Palau de la Música ofreció en abierto el recital protagonizado por Valentina Lisitsa. Una nueva ocasión para celebrar al genio de Bonn, pero también para repensar las posibilidades del consumo cultural.

En la búsqueda de soluciones imaginativas que no trastoquen demasiado la forma de vida que considerábamos normal, la tecnología digital representa una valiosa aliada, tanto en lo que respecta a los desempeños profesionales como para mantener ciertos espacios de ocio y salvaguardar el acceso a la cultura.

El día en que se cumplían 250 años del nacimiento de Ludwig van Beethoven —un 16 de diciembre de 1770— la pianista Valentina Lisitsa interpretó un maratoniano programa a él dedicado en el Palau de la Música Catalana bajo la atenta mirada de su busto —imponente y algo severo, sobre el escenario—, que la mayoría de los espectadores acostumbran a tener a su derecha. Pero también ante la mirada de muchos otros, que siguieron el recital con todo lujo de detalles en sus respectivas pantallas, fuera del templo modernista.

Debe decirse que la popularidad de Lisitsa no sólo se la ha fraguado en salas de conciertos, sino que también ha llegado a los hogares o dispositivos móviles de cientos de miles de personas gracias a intervenciones en las calles de ciudades como Londres. Su recital de 2013 en la estación de St. Pancras con un piano semidestartalado y frente a un público variopinto —pero coincidentemente alucinado— alcanza el millón de visualizaciones, si sumamos las de los diversos vídeos subidos a YouTube.

Pero, volviendo al Palau de la Música, junto a los numerosos asistentes en la sala grande más de 1.500 personas pudieron seguir en streaming la celebración desde la plataforma Palau Digital, una celebración que también fue emitida por Vimeo, Facebook y por supuesto YouTube. Una celebración transmitida gracias a un generoso despliegue de cámaras, que captaron desde ángulos diversos el poderío e inspiración de la artista invitada. Aunque la realización no pecó de preciosismo, ni distrajo la atención del foco de interés, esta sala de concierto se confirma como un plató maravilloso. Los detalles decó —lámparas de hierro sinuoso coronadas por bolas de luz tenue, cromático mamelón en el techo, teselas de irregularidad premeditada y toda suerte de motivos florales— se intuían en los planos abiertos, en vista frontal o trasera de la sala de conciertos. Planos que alternaban o se fundían con close-ups de una proximidad deliberada —casi intrusiva— sobre Valentina Lisitsa, focalizando en las manos, inquietas y certeras, o en la expresividad cambiante de su rostro. Un privilegio poder contemplar el alcance de su técnica, desplegada con pasión y dejando traslucir algunos de los estados emocionales a los que la partitura parece inducir.

la pianista Valentina Lisitsa Palau de la Música
El concierto se pudo seguir a través de Internet.

Debe decirse que la aplicación de la tecnología digital por el Palau de la Música en el Año Beethoven no es nueva. Sin saber lo que iba acontecer a lo largo de 2020, se decidió grabar el último concierto de la integral sinfónica dirigida por John Eliot Gardiner —incluyendo una soberbia Novena— que hoy es accesible a través del Palau Digital. La plataforma posee un testimonio excepcional y único de ese proyecto internacional, en principio limitado a las ciudades de Barcelona, Nueva York, Chicago, Atenas y Londres. Imprevisiblemente, el único registro que ha quedado de la celebración beethoveniana por Gardiner, en un año tan señalado, es el que se filmó en el Palau, pues los conciertos del Barbican londinense —donde se había pensado grabar toda la integral— nunca llegaron a realizarse a causa de la pandemia. Todavía en Barcelona, y más recientes que la propuesta digital del Palau, el Auditori ha puesto en marcha una iniciativa —urgida por las circunstancias— con compra de entrada, a precios muy reducidos. Una medida implementada también por otros conjuntos catalanes que, como la Orquestra Camera Musicae, no disponen de sala de concierto propia.

El consumo a la carta cultiva la creencia de que tenemos un cierto control sobre la realidad, lo cual siempre es agradable, especialmente en un contexto de incertidumbre

Aun forzadas por la situación actual, semejantes iniciativas parecen seguir el ejemplo de salas de referencia mundial, como la Philarmonie berlinesa, que lleva años ofreciendo a audiencias locales y foráneas conciertos históricos —con Karajan y compañía— y por supuesto también la temporada en curso, con citas semanales disponibles en su Digital Concert Hall. Los músicos de la Filarmónica de Berlín entonan un slogan a modo de bienvenida —“Aquí tocamos únicamente para usted”— que no deja de ser sintomático de nuestros tiempos: se ofrece una exclusividad, un trato particular… desde la distancia.

La proliferación y variedad de dispositivos electrónicos, portables o no (desde smartphones a televisiones conectadas a Internet), permite que el consumo de eventos culturales pueda incorporarse al día a día. Hablamos aquí del mundo de la Clásica, pero esta deslocalización y adaptación a las circunstancias personales acontece en tantos otros ámbitos, con ofertas para todos los públicos y gustos. El caso de Stay Homas —tres compañeros de piso que durante el confinamiento, como tantos otros, se dedicaron a hacer música desde su terraza y a compartirlo en redes— es sintomático de esta nueva modalidad de relación entre artista y público, en una proximidad que no cabe sino calificar de “paradójica”:  sin la presencia física del artista, pero con el privilegio que implica el acceso al acto e incluso —en algunos casos— la posibilidad de interpelarlo e incidir en su propuesta musical.

El consumo a la carta cultiva la creencia de que tenemos un cierto control sobre la realidad, lo cual siempre es agradable, pero muy especialmente en los momentos de incertidumbre. El seguimiento compulsivo de series —tramas ajenas que se sobreponen temporalmente a la propia vida— ilustra paradigmáticamente esa necesidad. Quizá no haga falta recordar que la separación de realidad y ficción es en sí misma artificiosa, en la medida de que nuestro cerebro —han explicado neurocientíficos como Antonio Damasio, en El error de Descartes— no las distingue cualitativamente. De hecho, a nuestro cerebro le cuesta estar en dos sitios a la vez, le interesa —por cuestiones evolutivas— unificar, por lo que integra una realidad en otra, como se evidencia en el proceso de identificación psicológica con los personajes de narraciones o en los devaneos de la fantasía, por lo general inconscientes, que nos hacen estar “en otro lugar”.

Con todo, precisamente porque el cerebro es dúctil, a través de la visualización de interpretaciones musicales aquel quiebro espaciotemporal —el hecho de que no estamos en el lugar de los hechos— puede asimismo maquillarse y permitir que vibremos, como si las ondas sonoras que percibimos nosotros fueran las naturalmente propagadas. No hay garantía de conseguirlo, como tampoco de que una novela o película consiga tocarnos la fibra sensible.

Precisamente porque el cerebro es dúctil, aquel quiebro espaciotemporal –el hecho de que no estamos en el lugar de los hechos– puede maquillarse a través de la visualización, y permitir que vibremos

Lo que sí es indudable es que, a punto de finalizar este convulso 2020, el evento del Palau invita a seguir apreciando la excepcionalidad de Beethoven: un perpetuo desafío a la normalidad, que de manera sensible fomenta nuevas maneras de percibir y sentir la música. Valentina Lisitsa se vació en su recital con la interpretación sin pausa de cinco sonatas como cinco soles —inicialmente estaban programadas cuatro, y ella añadió una quinta, la célebre Claro de luna— a lo largo de las cuales demostró un arrojo y un rigor muy convincentes. Especialmente lúcida sonó su versión de la sonata Waldstein, pero fue la “Apassionata” final, con sus característicos ritmos sincopados, la pieza que levantó de los asientos al público presente en el Palau. Es imposible determinar el tipo de ovación de los espectadores telemáticos, conectados al hecho musical gracias a la transmisión en streaming. Por la alta cifra de visualizaciones mantenida a lo largo del recital —si sumamos los diferentes canales— es legítimo pensar que, cuando menos, hubieron de sentirse satisfechos. Reunidos aquí o allá, en una proximidad paradójica, que revela el cariz prodigioso de la interpretación en vivo, viva a pesar de la distancia.

la pianista Valentina Lisitsa Palau de la Música
Un generoso despliegue de cámaras permitió captar desde ángulos diversos el poderío e inspiración de la artista invitada.