“Mi experiencia con Tete Montoliu fue genial. Él siempre decía que, como pianista, no quería ver a cantantes ni a guitarristas, pero que yo era la excepción. Era un encanto”, ríe la cantante Laura Simó acodada en la barra, Coca Cola en mano, recordando su etapa con el genial pianista, de la que estos días ha visto la luz la preciosa grabación de un concierto en Calella en 1994, publicado bajo el título Together again (Swit) y que deja necesaria constancia del tándem formado por ambos.
— Pues Tete tenía fama de tener un carácter muy difícil.
“Yo le pillé en un momento particularmente feliz. Pletórico, recién casado, enamorado. Como muchas otras veces en mi vida, estaba en el lugar adecuado en el momento idóneo”, replica esta curtida vocalista del jazz catalán, que ha trabajado con una inmensidad de nombres mayúsculos de la talla de Juan Carlos Calderón, Lucky Guri, Jordi Sabatés, Francesc Burrull, Joan Díaz o el que fuera su marido, Joan Vinyals.
“Muchos ya no están y me hago cruces de ver cómo su memoria se ningunea. Son los que han abierto el camino del jazz en esta ciudad y no se les dedica ni una calle. No se les rinde el homenaje que merecen”, lamenta la artista, mientras de fondo el Brother to brother de su adorado Gino Vannelli acompasa la atmósfera matutina del Bar. “He sido una privilegiada por poder compartir proyectos con todos estos talentos —añade—; desde luego, sí: he estado en el lugar y momento adecuado”.
Y actualmente, ahí sigue. Además de presentar el nuevo disco junto a Horacio Fumero, el pianista Ignasi Terraza y David Xirgu o Esteve Pi a la batería, Laura está trabajando con Francesc Capella —“con quien colaboro desde 1986 y con quien somos ya una pareja de deshecho”, ríe—, en un espectáculo que, bajo el título West side songs, recoge canciones de diversos musicales de Leonard Bernstein. A la parroquiana y a Capella les acompañan el contabajista Guillermo Prats y su hermano, el baterista David Simó. En paralelo, colabora con Carles Margarit, con quien canta y recita poemas del padre de éste, Joan Margarit y, en su tiempo (digamos) libre, ejerce de consejera de la sociedad Artistas, Intérpretes y Ejecutantes (AIE), “que vela por los derechos de los músicos”.
Un estilo de vida
Formada como traductora e intérprete, la artista se considera, ante todo, música, “que es algo más que una profesión: es un estilo de vida, una forma de ser”. Cerca de cumplirse sus cuatro décadas de actividad, ha sido galardonada en 2023 por la Associació de Músics de Jazz de Catalunya por su impresionante trayectoria. No obstante, ésta ha ido más allá del jazz y la ha visto jugando en terrenos dispares, como interpretar el repertorio de Granados junto con Albert Guinovart, medirse con los musicales de Bernstein, con el soul de Stevie Wonder o incluso con tangos, “que supongo que es en parte herencia de mi abuela, nacida en Argentina”.
— Y con tantos conciertos y discos y colaboraciones, ¿de qué puedes decir que estás más orgullosa?
Con una expresiva sonrisa que empieza en una mirada viva y almendrada, la parroquiana reflexiona unos instantes y sorbe un trago de su bebida antes de replicar que no puede destacar ningún trabajo por encima de otro, “pues en todos los proyectos siempre he tratado de aprender y aportar lo máximo. Como mucho, hay momentos que recuerdo con afecto especial, como mi disco Senza fine”.
De lo que sí se considera especialmente afortunada es de algo que va mucho más allá de la música. “Mi madre murió en mis brazos. Tuve la suerte de estar hasta el último momento a su lado, junto a ella. Eso me dio una perspectiva nueva de lo que es la vida y, como parte de ésta, la muerte. Algo que hay que aceptar y entender con naturalidad”, cavila.
Una llamada a la buena voluntad
A Barcelona le sobran los talentos y le faltan escenarios, según la artista que, aún y así, se declara barcelonesa sin ambages. “Nuestra generación se curtió sobre las tablas, pero ahora resulta que hay músicos muy bien preparados que lo que no tienen son espacios. A esta ciudad le falta Dios y ayuda para llegar a ser de verdad cosmopolita. Conozco a demasiado talento que se ha ido de aquí. Es que, además, vivir aquí se hace muy cansino, ¡y más teniendo en cuenta lo que esta urbe ha sido!”.
— ¿Dirías que es un problema institucional?
La cantante Laura Simó niega con la cabeza. “No sólo. Es una cuestión también de falta de civismo. De una ciudad en la que hay muchas normativas de convivencia, pero nadie que la haga cumplir, empezando por nosotros mismos. Debería hacernos reflexionar que nuestras calles huelan a meado y estén a la merced de un turismo masificado”, reflexiona.
— ¿Hay solución?
“Yo confío en la buena voluntad y en la capacidad y las ganas de salir adelante”, replica Laura Simó, que enseguida saca a colación la Barcelona que la sigue enamorando: “La ciudad de cada 11 de septiembre, que aúna a tanta gente que tiene en común las ganas de reivindicar su identidad”.
Pasan unos instantes de silencio oportunamente acompasado por el People gotta move de Vannelli, tras los cuales la artista remata, con la máxima amplitud de su sonrisa:
— Esa, la del 11 de septiembre, es la Barcelona que me sigue impresionando.