“Me gustaría llamarme músico”, espeta Blas Picón degustando la espuma de su copa de weissbier. “He trabajado para tener un techo y pagar las facturas y he trabajado para poder compartir las luces y las sombras de este negocio o, más bien, patio de pasiones, con músicos de verdad”, prosigue.
Ha llegado al Bar a media mañana, que, a estas alturas, confiesa que sólo trasnocha si está de bolo, “y aún y así, me cuesta”. Ha acodado sus dos metros de imponente mole a la barra, ha pedido su consumición y, cuando se le ha preguntado si le apetecía acompasar la charla con algo de música de fondo, ha replicado: “El cuerpo me pide algo de Skip James, si es posible”. Acto seguido, el lacerante y húmedo lamento de Devil got my woman ha inundado el espacio.
“Nunca he dado crédito al futuro”, reflexiona el cantante y armonicista, hoy por hoy de uno de los rostros más activos e interesantes del entramado del blues de Barcelona, antes de añadir: “Y no lo digo con orgullo, es que soy así. Se podría decir que voy improvisando según vienen las olas”.
Unas olas que le han llevado sobre centenares de escenarios y a grabar notables discos, ya sea al frente de The Junk Express, Three Time Losers, u otros proyectos con músicos como Iker Piris, Óscar Rabadán o Mario Cobo, con el que, justo en estos momentos, adelanta que está trabajando “de cara a la elaboración de un nuevo disco”. “Por ahora es un proyecto en el aire, pero espero que más pronto que tarde se convierta en un hecho”, dice.
— ¿Y tienes algún proyecto más, en la cartuchera?
— Pues aparte de éste con Mario, seguir intentando tener bolos para pagar las facturas.
La cueva del blues barcelonés estuvo en Sants
Cuando se le pregunta por los momentos que más le han marcado y definido en su andadura, el parroquiano se lo piensa medio minuto mientras sorbe su cerveza y, tras meditarlo concienzudamente, responde: “Ha habido muchos, pero el más significativo para mi faceta musical empieza por dejar de trabajar en la Seat después de ocho años, para abrir, junto a tres amigos del instituto, el Honky Tonk Blues Bar”, un local situado en el corazón del barrio de Sants que, durante su existencia, aglutinó el meollo de la escena del blues de Barcelona.
No fue una decisión que contara con un gran respaldo familiar: “A mis padres casi les da un tabardillo. Emigrantes andaluces en los años cincuenta, no podían entender que abandonara un trabajo con contrato indefinido por una irrealidad romántica sin ningún seguro”.
— Fue una apuesta arriesgada, desde luego.
— Lo dicho, sin credibilidad en el futuro.
Suena Illinois blues de Skip James, y el músico se toma unos segundos para disfrutar los compases antes de proseguir: “Para bien y para mal, el Honky Tonk se convierte en mi vida durante trece años”. Durante ese periodo, el parroquiano desarrolla su crecimiento musical y sienta las bases del bluesman con nombre y apellido que es hoy. Algo de lo que no se muestra especialmente orgulloso. “El orgullo lo reservo para los amigos, que no son muchos, pero sí muy importantes. Sin la amistad y el apoyo de artistas como Mario Cobo, Óscar Rabadán o Manuel López Poy, yo no habría podido sacar adelante ningún proyecto”.
— Pero de algún disco o proyecto te sentirás especialmente satisfecho, ¿no?
Sin prisa por responder, Blas se lo piensa antes de reconocer: “No sé si es el mejor o no, pero por el esfuerzo que me exigió y lo inusual de la propuesta, como compositor e intérprete, diría que mi trabajo más completo es Aires de tormenta, el disco que pone la banda sonora al libro homónimo del mencionado Manuel López Poy”.
Una Barcelona circunstancial
“Soy barcelonés por nacimiento, pero apátrida por convicción. Soy hijo de mi madre y de mi padre, y esa la única patria que reconozco porque lo demás es circunstancial, así que no acostumbro a tener apego a los lugares por el mero hecho de vivir o nacer en ellos. Ni siquiera a nivel de barrio. Me gustan y admiro a algunas personas que casualmente viven o son de Barcelona, pero me resisto a considerar la ciudad como un ente”, confiesa el músico, apátrida como un buen blues, y enamorado de varios episodios como el de la Huelga de la Canadiense.
— Aquella de 1919 me parece una gesta increíble, inconcebible hoy en día, —lamenta.
Asqueado por una gentrificación, “y ese lento pero inexorable proceso de convertir la ciudad en un gran centro comercial sin carácter y completamente rendido a la especulación”, el bluesman alude a la reciente desaparición del Honky Tonk: “Un ejemplo cercano y doloroso de esta lacra que afecta a varias ciudades y también a Barcelona”.
— Lo que no está gentrificado es nuestra oferta gastronómica. Tenemos ricas tapas, menú exquisito y platos combinados de aúpa.
A Blas Picón se le dibuja una media sonrisa en el rostro: “Vino tinto. A lo demás me adapto”.