Enric Canet es director de Relaciones Ciudadanas del Casal dels Infants del Raval, pero sobre todo es un amigo. A veces te sientas a hablar con él pensando que ya has hablado de todo, del sexo de los ángeles y del sursumcorda, pero siempre que te pones acabas deseando que el café se alargue hasta la noche.
Es más que un activista social, más que un cura, licenciado en Biología y Máster en Políticas Sociales y Acción Comunitaria, pero también investigador del Departamento de Historia Contemporánea de la UB y está a punto de doctorarse en esta disciplina. Ahora acaba de publicar El cel té pigues, una historia sobre los orígenes del Casal dels Infants del Raval. Le cojo a punto de irse tierra adentro para ayudar en unas colonias. Siempre que lo imagino, está andando y con una sonrisa. Y siempre que me lo encuentro, también.
— “¿El cel té pigues?”
— Es el título de mi nuevo libro, sí.
— ¿El cielo tiene pecas?
— Si tienes la oportunidad de mirar hacia arriba, y de noche, sí.
— ¿Y el Cielo, con mayúsculas?
— Para explicarte esto tengo que ir al principio.
— ¿Cómo empieza todo?
— Ésta es la clave, aclarar la génesis.
— Al principio, Dios creó el cielo y la tierra. ¿Y quién creó el Casal?
— El Raval había sido siempre un barrio con gente muy activista, con una fuerte dimensión anarquista, gente que quería cambiar el barrio desde hacía muchos años. Pitu Cunillera era un líder social entre todos ellos, pero sin dejar de ser un zapatero, sin intenciones políticas o de protagonismo. Él, de hecho, desaparece de la Junta de la asociación cuando desembarcan los partidos.
— ¿Pero líder de qué? ¿Qué buscaba?
— Él venía de una familia de Santes Creus, que vinieron a Barcelona sin nada y se instalaron en la calle Sant Pacià. Su madre compraba dos litros de leche a un primo que tenía una lechería cerca, y con eso vivían ella y sus tres hijos. También hacía costura, para sobrevivir. A Pitu no le gustaba ir a la escuela y encontró un zapatero para el que poder hacer de aprendiz. Después, fue a la escuela de zapateros de la calle Princesa y acabó abriendo su propia zapatería. Esto le hace observar que una buena manera de sacar a los niños que deambulaban perdidos por las calles del Raval era la de vincularlos a un oficio, poniéndolos de aprendices.
— Un activista.
— Enseguida le hacen presidente de la Asociación de Vecinos, en 1974, y ya entonces él tenía en mente hacer un centro para la infancia y uno para la gente mayor. En el año 77 encuentran en la calle Sant Martí una carpintería expropiada por el Ayuntamiento, y entonces a Antoni Solans, que era delegado de urbanismo del alcalde Socias Humbert, le pareció bien la idea de recuperar el local. Consiguen que en la rueda de espectáculos, pagada por el Ayuntamiento, actúen los Comediants haciendo una performance y ocupando el edificio de la carpintería. Después de esto van a ver al alcalde, que les dice que no a todo, salvo a cederles la carpintería para desarrollar un proyecto dirigido a los niños o bien a las personas mayores.
— Los caminos de Nuestro Señor…
— Cuando sabes en qué dirección vas, todos los vientos son favorables. La “suerte” hizo que unos jóvenes de clase acomodada (del Sant Ignasi, del Sagrat Cor…) que estudiaban para ser economistas o abogados o médicos, y que se encontraban para estudiar, tuvieran la inquietud de hacer algún proyecto educativo en el extranjero. Fueron a ver a los franciscanos de la calle Santaló, que buscaban precisamente hacer un centro infantil en algún país subdesarrollado, pero éstos les negaron la colaboración porque “esto es como el Barça: hay que ser del club”.
—Creyente, quiere decir.
— Creyente y practicante.
— Vamos bien.
— Esta pandilla de no creyentes o de no practicantes se quedan colgados, pero uno de ellos conoce directamente a Pitu y éste exclama “¡que vengan! ¡Que no vayan a África!”. Y lo levantaron.
— Y lo sacan adelante.
— Mayo del 78, el Casal dels Infants del Raval. Una casa “de los” niños y “para los” niños, legalmente dependiente de la Asociación de Vecinos. El primer verano lo dedican a arreglar todo el edificio, con la implicación de todo el barrio y bajo la gran movilización de Pitu. Luego se encuentran en Llançà e idean el proyecto, los estatutos, la estrategia… No será un proyecto pedagógico en primer lugar, sino principalmente social. Sociológico. No es un triunfo educativo, es un triunfo del barrio.
— Hablamos del “barrio chino” de entonces, claro.
— De hecho, el nombre de “barrio chino” no hace referencia a ninguna comunidad china que hubiera vivido en ella, sino a una asimilación al Chinatown, a la ciudad sin ley, al ghetto. Y dudo que el nombre lo pusiera Francesc Madrid, pero da igual: el caso era que de Nou de la Rambla para arriba había, para entendernos, los de Salvador Seguí, y de Nou de la Rambla para abajo ya era el “bario chino”, un lugar peligroso e inescrutable. Termina la Guerra Civil y el Raval queda del todo arrasado, y bajo el gobierno de Franco el alcalde Mateu i Pla tiene la idea de alargar a Muntaner hasta el mar como una especie de segunda Via Laietana (con el nombre de García Morato, justamente el aviador fascista que bombardeó la ciudad).
— Caramba.
— Este proyecto queda detenido en el año 42, pero en el 62 Porcioles intenta recuperarlo. Lo que ocurre es que el barrio se puso en contra. Por todas las expropiaciones que comportaba. Maragall y Clos trataron de oxigenar el barrio con la Rambla del Raval y abriendo centralidades dispersas, pero ya no era ese proyecto.
— ¿Y en los años 70 cómo era, el Raval?
— Prostitución, droga, delincuencia, y sobre todo mucha vida callejera. ¿Por qué? Porque había mucha tienda, mucho taller con vivienda en el primer piso, mucha sociedad coral y asociaciones futbolísticas… De hecho es ese tejido, esta vida de calle, lo que confiere cierta protección espontánea a los niños. Lo que ocurre es que esto se descontrola después con la heroína y el sida, y es un buen momento para que los niños tengan su Casal.
— ¿Cómo fueron los inicios?
— Al principio entraban muy pocos, porque muchos niños no querían. Y el Casal funcionaba con un sistema muy asambleario, muy complejo. Cuando cambia todo es en las colonias del 79, que es cuando los monitores (aquellos estudiantes “pijos” de medicina, arquitectura, Ignasi Carreras, etcétera), que estaban bastante desmotivados, pasan quince días seguidos con los niños y se dan cuenta de que han hecho una comunidad. Una familia.
— ¿Y aquí es donde el cielo resulta que tiene pecas?
— Aquí es donde el cielo resulta que tiene pecas. Angelito, uno de los niños de aquellas colonias en Sant Boi del Lluçanès, una noche le dice a la monitora (Vicky Fumadó): “¡mira! ¡El cielo tiene pecas!”. Y es que en el Raval, de tan estrecho que era, casi nunca se veía el cielo de noche.
— Ostras.
— Los niños levantaron la mirada por primera vez. Es exactamente lo que buscaban los promotores de la historia, no tanto un tema pedagógico, como social y espiritual.
— El resto ya vino rodado.
— El Ayuntamiento se volcó en el proyecto con las primeras elecciones municipales, y el Casal se convierte en un modelo en España y en Europa.
— La cosa se profesionaliza.
— Y se crea el equívoco que quiero desmentir en el libro. En el 83 entra un director contratado, que funda una asociación propia del Casal e impone una identidad propia. Entonces se rompe el Casal en dos, y se crea el mito que fue fundado en el 83, cuando en verdad la cosa empezó mucho antes.
— En pleno franquismo.
— ¡En pleno franquismo, pero también sin hacer fronteras entre creyentes y practicantes y no creyentes o practicantes! Ahora lo que más se parecería sería la Fundación Pare Manel, que francamente, de misa tampoco lo es mucho.
— ¿Y tú eres de misa, padre Enric?
— Yo creo en Dios, pero no en el mismo Dios que Rouco Varela. Vengo de la Teología de la Liberación, de la escuela Panikkar, ectcétera, no hace falta que te lo explique. Soy católico, eso sí, porque entiendo que tengo un papel en esa comunidad concreta del cristianismo. Y en los años 80 me implico en las Hermandades Rocieras de L’Hospitalet, de las que Catalunya o el catalanismo había pasado demasiado. Ahora entiendo que ya está recuperado, y que ya no hay esa ruptura.
— ¿Qué es Barcelona ahora?
— Barcelona no es uniforme, en primer lugar. Es su gran virtud: el Pla Cerdà no acaba uniformizando, como quizás pretendía, sino que barrios como Horta o como Sant Andreu o como Sants mantienen su profunda identidad y, sobre todo, su tejido asociativo. En segundo lugar, es una ciudad de valores muy progresistas, pero, y esto como tercer elemento, es una ciudad que se comporta como una “nueva rica”.
— Una “pijoprogre”.
— Una chica guapa de origen humilde, que abusa de su atractivo y olvida sus raíces.
— ¿Y el cuarto elemento?
— La geografía. El mar, la proximidad a Europa. Pero insisto, Barcelona explota su posición privilegiada como una nueva rica: ya sucedió con la burguesía del Modernismo y del Liceo, que creció tan rápidamente que creó demasiada desigualdad social. ¿Sabías que en los años 60 la gente más rica de Estados Unidos pagaba un 95% en impuestos?
— Francamente, no me suena.
— ¡Con educación garantizada para todos! Esto es así hasta los 70-80, y es algo que Europa ha sabido conservar, pero, lo cierto, es que la gente no quiere vivir de ayudas.
— ¿En qué quedamos?
— En que no vale que el consistorio diga “tranquilos, ya lo hago yo”. Ni con el Casal ni con ningún sector, el tejido empresarial y asociativo es básico. De hecho, el Casal es un proyecto público, ¡aunque no lo preste la Administración! No vivimos del dinero público, nosotros. Y te diré más: los pobres no son pícaros, no quieren abusar del sistema, quieren espabilar y salir adelante. El pícaro número uno se llama Juan Carlos I, y nadie cruza el Mediterráneo en patera para dedicarse a vender bolsos falsificados.
— ¿Y cómo vivir ahora en Barcelona? La gente no puede pagarlo.
— Barcelona lo está haciendo subir todo demasiado. También es el síndrome de nueva rica, y le pasará factura. Porque nosotros podemos ser unos nuevos ricos, pero ¿y nuestros hijos? De eso habrían tenido que ir las elecciones, y no de Superilles.