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n ángel majestuoso recibe al espectador con las alas desplegadas, blandiendo su espada. Su mirada serena y andrógina arremete contra el demonio sometido a sus pies, antes de que lo haga el filo de su arma. Su brillante armadura, coronada por alas irisadas y envuelta en un manto rosado de pliegues flotantes, contrasta con la sobriedad de su gesto. En la parte inferior de su reluciente plastrón aparece reflejada la Jerusalén celeste. La lucha del arcángel San Miguel no sólo representa el eterno combate entre el bien y el mal, la luz y las tinieblas, en la teología cristiana; también es la encarnación y representación simbólica de la caballería celeste cuya vocación última es la búsqueda de Dios. Más allá de las cuestiones teológicas, el Bermejo consigue interpelar al espectador moderno con una composición espectacular, sí, pero cuya temática se halla profundamente presente en la vida de todo ser humano: la lucha por conquistar las denominadas «bajas» pasiones que nos agitan.
Este San Miguel triunfante sobre el demonio con el donante Antoni Joan (1468) es un ejemplo paradigmático tanto de la pericia técnica como de la genialidad iconográfica del pintor cordobés. Si observamos con detenimiento el demonio sometido a los pies del arcángel, nos percataremos de que la criatura infernal viste igualmente una armadura dorada de exquisita factura, como la de San miguel, si bien con la forma inquietante de un rostro reptiliano. Mientras la armadura del arcángel refleja la Jerusalén celeste, la del demonio representa una bestialidad deforme. Expresa así el Bermejo la duplicidad fundamental del ser humano, capaz de lo mejor y de lo peor, ya que, como afirmó el filósofo Blaise Pascal, el hombre se halla a medio camino entre el ángel y la bestia. No en vano el donante suplica, se halla rezando, presenciando el combate entre ambas fuerzas; un combate que no es externo, sino que se libra continuamente en su propio interior. Ésta es tan sólo una de las genialidades pictóricas e iconográficas del artista, que destaca tanto en las escenas apoteósicas como en las de gran simplicidad.
Tanto la riqueza cromática de sus obras como el brillante detallismo de la fauna y de la flora invitan al visitante a mantener un estado de contemplación sostenida
En ese sentido, podemos contemplar su magnífico San Juan Bautista en el desierto (1470), que se inclina con respeto y compasión frente a un cordero que se dirige a él con actitud canina, si bien se trata de una representación simbólica del Cordero de Dios, la prefiguración de la venida de Jesús. Como en toda obra de Bermejo, lo sagrado y lo humano se hallan indisociablemente unidos. Destaca esta obra por el tierno vínculo entre el cordero y el asilvestrado profeta que, descalzo, muestra una gran simplicidad y amor por la naturaleza y sus criaturas que, como el ave a sus pies, muestran su profunda comunión con ésta.
Tanto la inenarrable riqueza cromática de sus obras como el brillante detallismo de la fauna y de la flora invitan al visitante a mantener un estado de contemplación sostenida ante cada una de las composiciones. El caso de la Piedad Desplà (1490) —cuyo programa iconográfico fue concebido con el humanista del mismo nombre— es especialmente paradigmático en ese sentido. En dicha obra se ha conseguido identificar unas setenta especies de fauna y flora representadas con total exactitud, lo que muestra la magistral capacidad de observación y recreación de la naturaleza por parte de Bermejo. El siguiente vídeo explora algunos de estos asombrosos detalles, en los cuales la representación fidedigna y la fabulación se dan la mano:
Es el caso del rostro humanizado del león que aparece en el margen inferior izquierdo de la Piedad Desplà y en cuya frente se posa un insecto: su rostro angustiado se lamenta por la muerte de Cristo. Además de estos detalles fantasiosos, podemos apreciar el increíble realismo de las fisionomías presentes, por ejemplo, en el Arresto de Santa Engracia (1472-1477), en el que las imperfecciones faciales de los personajes denotan un marcado nivel representacional, o en los cuerpos desnudos del Descenso de Cristo al Limbo (c. 1475), en el que un majestuoso Cristo viste unos velos transparentes que dejan entrever su sexo en una arriesgada apuesta iconográfica. Esta escena dantesca poblada de demonios muestra, en el margen superior izquierdo, un demonio meditabundo y melancólico que observa con distancia la escena mientras las llamas arden a sus pies. Reflexivo ángel caído, imagen ambigua y dúplice de nuestra humanidad que expresa las eternas preguntas sobre nuestro devenir y parece anunciar El pensador de Rodin. Con la misma originalidad y fuerza creadora que los grandes maestros de todos los tiempos -como el místico, poeta y artista inglés William Blake– Bermejo consigue crear, de forma magistral, una perdurable interrogación sobre nuestra condición, un verdadero matrimonio entre el Cielo y el Infierno.