Eduardo Mendoza en Rambla de Catalunya
El escritor Eduardo Mendoza, sentado en uno de los bancos de Rambla de Catalunya. © Eli Don/ACN

Eduardo Mendoza se resiste a dejar de escribir

El escritor barcelonés se desdice y vuelve a la carga, más libre que nunca, con 'Tres enigmas para la Organización', una novela con muchos detectives y casos por resolver en un Barcelona atiborrada de turistas y yates de superricos extranjeros

Todo apuntaba a que Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) no iba a escribir más libros después de que acabase la trilogía protagonizada por un personaje llamado Rufo Batalla que se le parecía un poco. O así lo había asegurado él mismo. Pero, claro, llegó el momento en el que pensó, “¿y qué hago durante el día si es lo que me gusta?”. Entonces, se dijo, “voy a empezar a escribir una novela de cualquier manera y ya veremos”. De ahí ha salido Tres enigmas para la Organización (Seix Barral), la última aventura de uno de los autores que más ha paseado por la Barcelona contemporánea y que ahora se atreve a hacerlo por una que está atiborrada de turistas y yates de superricos extranjeros. 

Con “la más absoluta desfachatez”, como si estuviera “en el tiempo de descuento, si cae gol, bien y, si no, no pasa nada”, el escritor Eduardo Mendoza empezó a hacer fluir una trama con unos detectives nada sexys, torpes y malhumorados, pero absolutamente encantadores y humanos, volviéndose a sentir igual de libre que cuando ideó El misterio de la cripta embrujada (1978) o Sin noticias de Gurb (1990). “Cuando me puse a escribir era como si no fuera en serio, yo ya había terminado, quien lo hacía era otro que hacía como que era yo. Dije de verdad que lo dejaba, por lo tanto, ahora soy como un cantante que se retira pero que en verano va a las fiestas mayores y hace lo que le da la gana”, relata.

Sin importarle ni un poco la corrección política, quería darle una vuelta a las historias policiacas que ahora abundan y que se han convertido en el género más popular, aunque antes “eran la comida basura y algo marginales”. Él que se inició con el Sherlock Homes de Arthur Conan Doyle y cada vez que de pequeño se quedaba en casa enfermo leía una novela de Agatha Christie, nunca ha dejado de leer novelas negras y de misterio —siempre tiene una en su mesilla de noche—, y está algo molesto con que los protagonistas actuales se tomen en serio lo que tienen entre manos, que no es nada más que una excusa fácil para entretener. Y pensó: “Voy a hacer la misma tontería, pero sin disimular, que se vea que es una burrada”.

Eduardo Mendoza se ha sentido con Tres enigmas para la Organización tan libre como cuando escribió El misterio de la cripta embrujada o Sin noticias de Gurb: “Ahora soy como un cantante que se retira pero que en verano va a las fiestas mayores y hace lo que le da la gana”

La tropa que se le ocurrió se encaja oficialmente en una organización gubernamental nacida durante la dictadura de la que ya nadie se acuerda pero sigue funcionando, ninguneados entre un marasmo de “organizaciones, organismos y órganos”. La Organización, así se llama, habita un despacho del Eixample que no es, ni mucho menos, de alto copete, donde reina un secretismo absurdo, destruyendo todas las actas cuando se acaban de redactar y solo confiando en el fax porque es boomer, dando más de un traspié y haciendo fichajes estrella como un expresidiario o un taxista que quiere tener un podcast. “No solo podría existir una organización como esta, sino que estoy seguro de que existe. ¿Qué hace? No lo sé, seguramente ellos tampoco”, declara su responsable en el terreno literario.

Para más inri, el Mendoza que decía estar jubilado decidió que fabular un único caso para que lo resolviese la Organización no era suficiente y optó por lanzarles tres, sin una aparente relación lógica, pero eso es lo de menos. “La novela no está basada en hechos reales. No hay que buscarle un sentido fuera. Es lo que es, empieza y acaba. Yo querría que se leyera de esta manera, como si nos reuniésemos unos cuantos a jugar al Monopoly, nos arruinamos o nos hacemos ricos, pero, cuando acaba la partida, todos estamos igual que al principio”, reflexiona.

Lo describe todo, y probablemente lo vive, con un humor cáustico que supura en cada línea de esta nueva novela, así como en las anteriores. “Siempre me lo paso bien”, reconoce, aunque advierte de que la tarea de ser gracioso no le resulta nada fácil, “no es que siempre esté de ja, ja, es un trabajo complicado”. “El humor es un poquito como cocinar, tiene su punto, si te pasas de listo, no funciona”, detalla, con un rostro serio, continuamente traicionado por una mirada demasiado avispada.

Eduardo Mendoza no sabe si habrá más aventuras de la Organización, preferiría que no porque le da miedo repetirse, pero tampoco hay que hacerle mucho caso. “Demasiadas veces he dicho cosas que no tendría que haber dicho, así que ahora no sé qué pasará”, avanza. Lo que sí confirma, o no, es que no está tramando nada nuevo porque escribir es “como un parto, tiene que pasar un tiempo”. “Cuando acabas un libro, está la tentación de empezar el siguiente, pero no hay que hacerlo, hay que dejar un tiempo de reposo”, dice. Además, anda muy liado con las presentaciones de Tres enigmas para la Organización y él necesita orden, constancia y tranquilidad para poner las manos en la masa, incluso saber que tiene por lo menos una semana por delante para escribir: “Si sé que el jueves tengo una cosa, ya voy cojo”.