“Después de mi adolescencia, allá por 1974, pasé un año en California. Más tarde, al acabar los estudios universitarios, me marché a Boston. Estas situaciones me aportaron soledad y, por consiguiente, estar más en mí misma y a la vez la necesidad de comunicarme con los que dejaba atrás, enviándoles cartas, frecuentes y extensas. Creo que es ahí donde descubrí la escritura”. La escritora, ensayista, crítica literaria y catedrática de Literatura Ana Rodríguez Fischer rememora aquellas experiencias transoceánicas a pie de barra, mientras degusta un rápido tentempié que anticipa el menú por llegar. “Si hubiera algo más de gente, pediría raciones, pero nunca, jamás, plato combinado”. La radio está apagada —“para conversar, prefiero eliminar ruidos o sonidos ambientales”— y el mediodía asoma en forma de rayos de sol que se cuelan por las cristaleras del Bar.
Profesora en la Universidad de Barcelona y profunda conocedora de la obra, vida y legado de la escritora Rosa Chacel, la parroquiana es responsable de una notable cantidad de ediciones críticas de nombres como Marsé, Mendoza, Rosalía de Castro o Moratín; de un corpus de artículos y críticas literarias para medios como ABC Cultural, Babelia o Revista de Libros de los que se derivó el ensayo Por qué leemos novelas, o de otros textos como Trajinantes de caminos o Prosa española de vanguardia.
Desde 1995, simultanea su actividad de docencia e investigación y la de crítica literaria con una tercera faceta de novelista, con la que ha firmado obras como su aplaudido debut Objetos extraviados, y Batir de alas, Ciudadanos, Pasiones tatuadas, El pulso del azar o El poeta y el pintor. Entre los galardones recibidos, el Premio Femenino Lumen o el Café de Gijón. Casi nada.
Ahora vuelve a las estanterías de las librerías con Antes de que llegue el olvido (Siruela), una novela que indaga sobre el dolor y el olvido en la URSS a caballo entre la Segunda Guerra Mundial y los plomizos rigores de Jrushchov, pasando por las brutales purgas estalinistas. Por boca de la poetisa Anna Ajmátova, y a través de su vínculo con la escritora Marina Tsvetáyeva, la narración desafía dos décadas de silencios llenos de daños, sueños, ilusiones, caídas, exilio y un invencible amor por la literatura que entreteje mundos con retales de recuerdos y de sueños.
El gusto por conjugar
“Me he pasado la vida leyendo, por eso escribo. Ha habido también mucho cine, exposiciones, teatro, música y deporte, además de vida en la naturaleza, sobre todo junto a ese mar que sigo buscando en Barcelona”, explica la parroquiana con una sonrisa de quien ha lidiado en varios frentes siempre “con esa independencia que me proporciona mi condición de profesora universitaria en el ejercicio de la crítica literaria y en la escritura de mis novelas”.
A la vez, se siente satisfecha “del recuerdo que he ido dejando en mis numerosos exalumnos. Y del que hay testimonios”, puntualiza. “Además, y eso es algo muy importante para mí, estoy orgullosa de haber podido conciliar y dedicarles mucho tiempo a mis hijos y a mis amigos”.
—¿Y no se te ha hecho cuesta arriba, a veces, tener que simultanear todos esos trabajos?
A Ana se le escapa una sonora carcajada. “¡Qué va! Me gusta el hecho de conjugar estas tres actividades que, inexplicablemente, algunos consideran incompatibles”. Se siente cómoda albergando esas tres almas suyas, independientes y, al mismo tiempo, interconectadas.
Le queda, encima, cuerda para rato pues, según adelanta, se halla en pleno proceso de escritura de “un libro durísimo sobre las madres”. Y no revela más.
La ciudad que convirtieron en una marca
Nacida en el concejo asturiano de Vegadeo y afincada en Barcelona, la escritora asevera que siempre ha adorado esta ciudad. En su recuerdo, ostenta un rincón especial y predilecto la celebración de “aquellas inolvidables Jornadas Libertarias Internacionales” organizadas por la CNT/FAI en julio de 1977 en el Parc Güell. Aquel gigantesco aquelarre aunó a más de seiscientas mil personas que debatieron sobre anarquismo, amor libre, drogas y dogmas, con la participación de señalados intelectuales del momento, y performances de artistas como Jaume Sisa, Pau Riba u Ocaña y Camilo, entre otros. Un episodio que, en su opinión, “merece un libro” que curiosamente nadie parece haber escrito aún.
Ana Rodríguez Fischer adelanta que se halla en pleno proceso de escritura de “un libro durísimo sobre las madres”
“Esta ciudad fue fundamental en mi etapa de formación, cuando era ave nocturna, pues tenía que arañar tiempo y agrandar las jornadas. Los años 70 y 80 fueron de una superabundancia excepcional en todos los planos de la vida”, razona la parroquiana, antes de perder algo de la sonrisa que brilla en su mirada y rematar, con un poso de cierta amargura: “Eso ahora ya no es así”.
—¿A qué te refieres, exactamente?
“Al hecho de que la han reducido a una marca; no sólo por el aspecto mercantil y fenicio, sino por el empobrecimiento. Barcelona se ha quedado en unos cuantos tópicos y flashes, tan desgastados como insípidos”. Y extrae de su bolso un paquete de Benson & Hedges para salir a fumarse un cigarrillo y dejar que el aire fresco y soleado la envuelvan.
—No tardes, que ya mismo sale de cocina el primer plato de tu menú.
Ana Rodríguez Ficher recupera súbitamente su sonrisa. “Enseguida estoy de vuelta”, promete guiñando un ojo.