Paula Bonet
La artista y escritora Paula Bonet © Cedida por la artista
ENTREVISTA A PAULA BONET

“Una se tiene que mirar, entender quién es y alimentarlo”

Conversamos con la artista a raíz de la publicación en Anagrama de Los diarios de la anguila, un personal diario ilustrado que acompaña, enriquece y concluye el maravilloso texto de La Anguila

Paula Bonet me recibe en su estudio. Está trabajando en una pieza de gran formato donde reconozco a la artista Roser Bru que, como un tótem sagrado, me vigila. Observo los libros y veo que también tiene La mirada interior (Siruela) de Victoria Cirlot y Blanca Garí, que entre otras, habla de Hildegard von Bingen —un tótem mío—, y empezamos a trazar líneas sobre personajes femeninos con tanto entusiasmo que casi me olvido de grabar. Es curioso, todavía no hemos empezado a entrar en materia que ya me ha nombrado y recomendado unos cuantos nombres de mujeres interesantes.

En marzo de 2021, Anagrama publicó su primera novela, La anguila, un texto que redibuja el arquetipo del viaje del héroe, para transformarse en el viaje de la heroína, en un tránsito crudo y lleno de obstáculos que concluye con el reconocimiento de la protagonista. Este 2022, con la publicación de Los diarios de la anguila, se culmina la narración de esta odisea a partir de los diarios ilustrados que son la semilla del primer libro.

— ¿Cómo se gestó La anguila?

— Es un camino largo que está ya en mis primeros dibujos. La anguila es una obra que se estaba gestando hace mucho tiempo, pero el click que me permite escribirla ahora es primero la edad, después la perspectiva del momento inicial de donde sale la narración, que empieza hace 20 años exactamente, y después el contexto social. Empecé a escribir el libro en el 2019 y, en un principio, quería hablar solo de las violencias que están invisibilizadas en el lenguaje. Había tenido la experiencia de las maternidades y las no maternidades, y pensaba que esta violencia está incluso en una consulta de la ginecóloga más feminista, y que yo misma estoy formando parte de estas violencias. Quería hablar de las que están en todos estos lugares: en las buenas costumbres, en la manera de hacer las cosas, más simpática, o agradable, o cómoda, que también cuenta.

— ¿Cómo llegas a decidir publicarla?

— Inicialmente, el libro tenía que ser solo la primera parte, pero pasaron varias cosas, como que tuve la suerte de conocer a Nell Leyshon en la Feria del Libro de Guajaca —yo acababa de leer El Bosque y había leído Del color de la Leche— a quien quería citar. La conocí sin saber que era ella, y hablando de su libro y demás, fue cuando me dijo “esta historia que me estás explicando la tienes que contar ya”. Entonces me dije, si estoy hablando de violencias, ¿por qué escondo las más evidentes? Porque además están igual de invisibilizadas que las primeras, porque nos parecen evidentes cuando ya han concluido. Todos los mecanismos que permiten que una persona sea violada, que una mujer sea asediada, manipulada de todas estas maneras que explico en el libro, pasan a ojos de todo el mundo. También están invisibilizadas. Es cuando aparece muerta cuando “¡oh!”, nos llevamos las manos a la cabeza. No. Ha aparecido muerta después de un proceso largo y de, seguramente, muchas señales que nadie hemos visto o que hemos obviado, que hemos vinculado a estas buenas costumbres. Pienso que incluso nos han hecho pensar que las teníamos que enfrentar porque así éramos fuertes. Y enfrentarlas de manera silenciosa. Que durante un año una persona te esté siguiendo, “tiene un problema, pobre”; o que curso tras curso, una persona con un cargo dentro de una universidad abuse de las alumnas, es muy fuerte. Lo que intentaba para La anguila era que todo esto que ahora estamos hablando, el lector no lo recibiera de manera evidente, ni cuál era mi opinión al respeto y, sobre todo, cuáles eran mis sentimientos. Que no supiera si estaba dolida todavía, si lo había resuelto, si sentía mucha rabia, si sentía mucha ira, si amaba, si todavía estaba dormida. Para mí era importando este apartarme y desvincularme de un personaje que lleva mi nombre, porque al final a este personaje le pasan cosas que a mí me han pasado, pero le pasan otras muchas que a mí no me han pasado.

— Al final da igual si eres tú o no la Paula Bonet de la historia, al final aquello que importa es que hay una historia que se está leyendo y es como si estuvieras mirando por la ventana aquello que pasa en la calle. Tú interpretas cuando lees aquello lo que como lector estás sintiendo.

— En La sed (Lundwerg), el primer libro ilustrado que hice que huye del preciosismo de mis primeros dibujos, hay imágenes muy oscuras, incluso ya aparece la anguila. Estaba buscando esta mutación imprescindible para poder sobrevivir: adaptarte al medio, pero con un poco de inteligencia. En aquel libro, lo que me pasaba era que estaba abordando esta culpa con cierta lucidez, sin entender nada: ¿por qué cargo con una culpa de una cosa que no he hecho? ¿Por qué cada día me miro al espejo y tengo que resolver este conflicto que no sé ni qué es? Es imposible que mis actos sean tan importantes, que condicionen la vida del resto del mundo, además, de este modo tan negativo. Hay un momento en la vida, habitualmente a las mujeres nos llega alrededor de los 40, donde hay esta revelación de entender que una no puede estar perdiendo energías luchando contra una cosa que es ajena. Una se tiene que mirar, entender quién es —muy difícil (risas)—, intentar entender quién es, y tiene que alimentar esto.

“Hay un momento en la vida donde hay esta revelación de entender que una no puede estar perdiendo energías luchando contra una cosa que es ajena”

— ¿Qué ha supuesto para ti escribir estos libros?

— Publicar La anguila, que es una novela que duele, en mí me ha hecho más daño de lo que me pensaba una vez publicada, porque yo sabía que estaba muy lejos, pero en realidad no. Con el libro Roedores. Cuerpo de embarazada sin embrión (Literatura Random House) sobre las pérdidas gestacionales, yo estaba muy adentro y me arriesgué a hacer un libro. Intenté pulir mucho el texto, que quedara mucho en el hueso, y que mi intimidad no apareciera, pero yo estaba en el epicentro del dolor y nunca publico desde allí. Necesito este reposo, esta perspectiva, así ha sido hasta ahora. Roedores no me supuso ningún problema presentarlo, hacer una gira larguísima, ir a América Latina no sé cuántos miles de veces, escuchar historias de mujeres mucho más graves que la mía. En ningún momento me tembló la voz, ni se me humedecieron los ojos, nada. Y con La anguila, que es una historia que explico 20 años más tarde, cuando me llegan las historias de las otras personas, me afectan mucho, me hacen mucho daño. Me están llegando historias más graves que la mía también y me duelen. Es como: ¿por qué se permiten tantas violencias sobre nosotros? Porque una pérdida gestacional es la naturaleza que entiende que esto es un ser incompatible con la vida, y una lo tiene que aceptar y lo tiene que entender. Pero un mal que ha ejercido una persona con toda su lucidez sobre otra persona —que habitualmente no es una solo porque las va encadenando—, sabiendo que condicionará su vida hasta el final, esta maldad a mí me cuesta mucho ponerla en algún lugar y entenderla. Porque es que no lo puedo entender. La publicación de La anguila, saliendo de la pandemia, primera novela, toda la gravedad que me llega por parte de lectoras y lectores… Han pasado casi dos años y todavía tengo feedback diario. Una novedad acostumbra a tener una vida de 3-4 meses, y cumpliremos dos años. Había días que me llegaban 20 mensajes, y tres de los cuales eran muy extensos con muchos detalles y me causaban mucho dolor. No podía no leerlos y no responder, me desgastó mucho. Y mi idea era ir a la editorial con los diarios de viaje, queriendo publicar una cosa que me alejara de todo este dolor.

Los diarios de la anguila Paula Bonet
Páginas de Los diarios de la anguila.

— Así, ¿estos diarios fueron hechos antes de la novela?

— Los diarios son todos estos de aquí. (Me muestra un estante con unos veinte cuadernos). Han sido publicados cinco. Mi nueva propuesta para la editorial era que fuera una cosa más ligera, más en la línea de La sed (que no es ligera, pero vaya), el hecho que tuviera imágenes y poder recorrer el mundo. Pasar por Marrakech, Jerusalén, Rumanía, Cartajena de Indias, Guajaca, Chile, Buenos Aires, todos estos lugares donde yo había hecho diarios de viaje. Además, me gusta mucho llegar a los lugares y encontrar el material allí. Por ejemplo, el de la India que es todo color, está hecho con material escolar, comprado en un puesto de una señora que vendía libros de texto y libretas. Cuando lo llevé a la editorial, vieron que hay todo un bloque que eran estos viajes que hacía con la fotógrafa Noemi Elias y Pep Masachs, de Viatges Acompanyats; el segundo bloque eran ferias literarias, básicamente en América Latina; y el tercer bloque eran estos de Chile, gestionando los abortos, gestionando estos derribos, los dolorosos… Entonces Anagrama decidió publicar estos últimos. Esta idea inicial de alejarme de La anguila, con el trabajo de edición de la editorial y con la propuesta que hicieron, vi que no era la que tenía que seguir. Primero hice los diarios, pero sin la intención que fueran publicados, y de alguna manera ahora encuentro que es muy bonito lo que hemos hecho, porque hay mucho material sucio de la novela que está aquí. Son unos diarios personales, no hay esta intención artística de construcción.

— Los diarios cierran el ciclo de La anguila, porque dentro de toda esta oscuridad, hay mucha luz. Has abierto un camino. Has ayudado a muchas personas sin querer. Y, además, has abierto el taller La Madriguera.

— Monto La Madriguera, el taller de grabado, al que llegan mujeres y mujeres y más mujeres, jóvenes de todo el mundo. Es una cosa preciosa. Y para mí, el gran éxito es que todo sea horizontal. Que no haya los enfrentamientos absurdos que se dan debido a la mirada masculina —en La Madriguera no hay la mirada masculina—. Quería que fuera el lugar seguro para ellas, para desarrollar su talento y su arte, que yo no tuve. Porque ahora con perspectiva veo que muchos de los lugares que para mí eran más interesantes estaban llenos de trampas, que básicamente eran las que ponían personas que abusaban del poder que les daba el género, la edad y la cátedra. Yo ahora con 40 años sé lo que no tengo que hacer con mis alumnas para no hacerles la vida más difícil. Esta manera de enseñar que todavía veo en muchos lugares, enseñar a través del dolor, y a través de los obstáculos. ¿Por qué no facilitas las cosas a los que vienen después? ¿Por qué tantos obstáculos, si cuando la cosa es horizontal todo tiene más sentido? Yo ya sé que aprenden de mí mis alumnas, pero ¿tú sabes todo lo que yo aprendo de ellas? No paro de aprender. Entonces, que me quisiera imponer como un referente de algo hablaría mucho de mi mediocridad. Quiero decir, yo no soy ningún referente de nada. Yo sé hacer esto, pero no es definitivo, está mutando todo el rato.

Paula Bonet
Paula Bonet vista por Noemí Elías.

— Hay un antes y uno después en tu obra.

— En mis primeros dibujos tenía una necesidad extrema de encontrar la belleza, pero estaba sumida en un dolor evidente. Hay mucha angustia en aquellos dibujos por más preciosistas que sean, hay mucho estar perdida. Yo allí estaba representando el papel que me habían dicho que tenía que representar como mujer. Escribe, habla, dibuja, pero hasta aquí, de este modo. Cruza las piernas, sonríe, se complaciente. Mi inconsciente me estaba salvando, pienso. Venía de cuatro años de maltrato, entonces tú sales de allí absolutamente anulada diciendo “yo tengo una voz y tengo fuerza y necesito ahora mismo cogerme a esta fuerza”. Y mi manera y las herramientas que tuve en aquel momento a los veinte largos fue hacer estos dibujos. Cuando los veo me provoca mucho desasosiego, mucho más que estas pinturas (miramos la magnífica pintura que cuelga de la pared de un rostro femenino) porque aquí hay una mirada directa. Aquí hay una investigación evidente, y una cuando pinta o la persona que está viendo la pintura, ya sabe que encontrará cosas que la incomodarán. Fui tan consciente cuando aquellos dibujos se hicieron tan famosos que el mercado me podía quitar lo que era más importante para mí, que era mi obra, que decidí no poner nunca más mi obra al servicio del mercado. Yo tengo aquí no sé cuántos 2 x 2 que no sé si se venderán nunca, o le interesarán a nadie o que pasará con ellos, pero me da igual porque esto es real, esto es puro, esto tiene verdad y es el único sentido que tiene mi vida. La única cosa que he tenido desde pequeña es esto. Lo que no me ha abandonado nunca es esto. Es lo que alimento y dónde más amor pongo. Para mí, la pintura es una cosa imprescindible.

“Yo tengo no sé cuántos 2 x 2 que no sé si se venderán nunca, o le interesarán a nadie o que pasará con ellos, pero me da igual porque esto es real y es el único sentido que tiene mi vida”

— Cuando miro tus cuadros de ahora veo ese instante donde se mezcla realidad y onirismo, estos retratos que nos miran tan directos.

— El rostro es el lugar donde consigo desarrollar no solo la parte plástica que me permite ir a muchos lugares. Hay muchas texturas en un rostro, después está el cabello. Un rostro nunca es el mismo ni durante un mismo día. También, esta pintura, me aleja mucho de una cosa que me hace daño de nuestro contexto actual, que es esta inmediatez y esta necesidad de autorretratarnos constantemente desde este lugar tan complaciente. Una de las cosas que más me gusta del taller de pintura que hacemos en La Madriguera, es que hacemos retrato. Primero pintamos una escultura que habitualmente es Hipolita Sforza, la poeta italiana. Después viene una modelo que habitualmente es una de las ratonas —a las chicas del taller las denominamos así— más asiduas, y al día siguiente hacemos autorretrato con espejo. Es una fuga de esa inmediatez, es un análisis tan grave en el sentido más doloroso de la palabra: estar con una misma, aguantándose la mirada durante un día entero es bestia, y muchas alumnas acaban encerradas en el baño, llorando literalmente, y algunas lloran en público. En este punto, sí que hay una parte de redención y se acelera ese tránsito. Verlo es un privilegio y evidentemente me lleva a los momentos donde yo lo viví en mis propias carnes. Es muy complicado mirarse, muy complicado entenderse. Y las pinturas son esto. Lo explica muy bien Cèlia Pol —pareja durante muchos años de Lucien Freud—, en cómo se establece un diálogo con la persona que posa y la persona que pinta, sobre todo cuando las que pintamos somos las mujeres. Habla de esa horizontalidad de las pintoras versus la verticalidad de los pintores. De cómo unos imponen habitualmente su mirada y como nosotras intentamos que la mirada sea de las dos personas, la que posa y la que mira. Y esto lo veo mucho a mis pinturas.

Paula Bonet y Roser Bru
Paula Bonet con Roser Bru. © José Luís Rissetti

— No quiero terminar sin hablar de la importancia de Roser Bru en tu vida. Incluso, has promovido unas becas con su nombre. ¿Cómo ha ido?

— Siempre todo lo que ha tenido que ver con Roser ha sido una experiencia muy bonita. He estado el último mes en Chile donde me llevé a 7 alumnas de La Madriguera para que hicieran una residencia con 7 chilenas en el Taller 99, que es el lugar que a mí me salvó la vida y donde conocí a Roser Bru, que es una artista que tenemos que reivindicar constantemente. Cuando la conocí con veinte años, tardé mucho tiempo en hablarle por la impresión que me provocaba. Tuve mucha suerte de poder conocerla y poder compartir con ella, y de aprender tanto. Ella era supercrítica. Cuando le enseñabas una pieza, te podía caer todo el firmamento en la cabeza. Para mí, Roser es también un referente. Su obra es muy actual y esto habla de su lucidez, porque estaba hablando de lo que estamos hablando ahora en un momento donde nadie la estaba escuchando. Y, aun así, de algún modo, consiguió girar el foco hacia su obra. Esas cariátides que pintaba, la mujer columna, la mujer que aguanta, todas esas sandías atravesadas por un cuchillo, las granadas, estaba todo el rato reivindicando esa feminidad que era agredida, y buscando la belleza y la eliminación de ese manotazo, de esa cuchillada. En esta pintura (señala el cuadro en que está trabajando) debajo del retrato hay todo un trabajo mucho en la línea de la Hilma af Klint, de las formas geométricas, los colores. No sé si acabará parte de ese ocre en el rostro o desaparecerá totalmente, pero de alguna manera esa coralidad que hay en La anguila pienso que también está en mis pinturas. De hecho, aquí estoy haciendo un híbrido con una alumna —ella no lo sabe— y Roser, pero es interesante el poder plasmar estas experiencias, que no se quede solo en un plano, que se puedan llevar a una pintura. Es interesante que cada cual desde su experiencia, desde aquello que necesita, pueda interpretar y pueda resolver, y pueda alimentarse de aquello que está viendo.

Recuerdo las primeras ilustraciones que había visto de Paula y como de lejos me sentía de ellas, incluso, con cierto rechazo. Entonces recuerdo el viaje en coche donde escuchamos una entrevista en la radio y mi compañero me dijo, “¿Estás escuchando? Tienes que entrevistar a esta mujer para el The New Barcelona Post, el libro del que habla es muy para ti”, y como ya hacía rato que andaba, tardamos un poco en saber que la artista entrevistada era Paula Bonet. Aquello fue toda una revelación y una sorpresa, pues la imagen prefabricada que tenía de ella y su obra, se deshizo para dar paso a un descubrimiento inesperado y enriquecedor, de una obra nueva, una escritura reveladora con un mensaje penetrante, y, finalmente, de una mujer con una fuerza creativa y de espíritu feroz. Espero que no tardemos mucho en poder ver una exposición de estas piezas que habitan al taller de Paula Bonet.