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n agosto de 1989 los Scorpions actuaron en el Lenin Stadium de Moscú en el marco del Festival de Música por la Paz. Semanas más tarde escribieron y compusieron The wind of change, una de las baladas de mayor éxito de todos los tiempos inspirada en aquellos dos días de concierto multitudinario. Los primeros versos de la canción hacen referencia a ello cuando dicen I follow the Moskva / Down to Gorky Park / Listening to the wind of change.
Entonces el mundo estaba a las puertas de un cambio repentino. El 9 de noviembre del mismo año la presión mediática hizo que la televisión de Alemania occidental pusiera en marcha una noticia –previamente transmitida de forma incompleta por el portavoz del régimen– donde se anunciaba que la frontera entre las dos Alemanias quedaba abierta de forma inmediata y para todo el mundo. Eso provocó una avalancha de ciudadanos ante el muro. La gente pedía a los guardas que abrieran las puertas. La incertidumbre fue creciendo y alimentó el coraje que permitió derribar, antes de lo previsto, la absurdidad que dividía Berlín. De esta manera se cerraba un periodo marcado por los enfrentamientos bélicos y la supremacía autoritaria que había empezado, en el año 36, con el alzamiento contra la España republicana y la consiguiente guerra civil.
“¡Catástrofe en Moscú! ¡El gigante Maksim Gorky se ha estrellado! ¡No ha habido ningún superviviente!” Más adelante, De Saucin, en una entrevista, aseguró que en todo momento había oído que Toni –así es como ella llamaba a su marido– había sobrevivido. Y efectivamente sobrevivió. El pasajero entrañable era Antoine de Saint-Exupéry
Pocos días antes del alzamiento franquista moría Maksim Gorky, el escritor soviético que da nombre al parque de la canción de los Scorpions. Gorky también fue el nombre de la espectacular aeronave rusa (Tupolev ANT-20) que el 18 de mayo de 1935 protagonizó un episodio dramático en el cielo moscovita. El aparato, en el transcurso de un vuelo de exhibición, se accidentó al chocar con un caza de dimensiones más reducidas y cayó al extrarradio, a pocos metros de la estación donde, tres días antes, se había inaugurado la primera línea de metro, la cual se convertiría en el hogar de buena parte de la población durante los bombardeos de la Luftwaffe nazi. Aquel día, el 18 de mayo de 1935, el Tupolev accidentado tenía que contar con un pasajero entrañable. Cuando Consuelo de Saucin, la mujer del pasajero, se enteró del siniestro, esta se encontraba en un local de París tomando una copa con amigos. Oyó cómo el repartidor de periódicos anunciaba una edición especial: “¡Extra! ¡Catástrofe en Moscú! ¡El gigante Maksim Gorky se ha estrellado! ¡No ha habido ningún superviviente!” Más adelante, De Saucin, en una entrevista, aseguró que en todo momento había oído que Toni –así es como ella llamaba a su marido– había sobrevivido. Y efectivamente sobrevivió. El pasajero entrañable era Antoine de Saint-Exupéry y, esta vez, había esquivado a la muerte al adelantar unas horas su vuelo experiencial con el Tupolev siniestrado. Saint-Exupéry aquellos días estaba en Moscú como reportero del periódico Paris-Soir. Eso le permitió un análisis más esmerado de los diferentes puntos de tensión política del momento.
Meses más tarde del mismo año 35, el intrépido Saint-Exupéry se vio obligado a hacer una maniobra de emergencia en el desierto entre Libia y Egipto. Su avión comercial se averió en pleno vuelo, y el posterior accidente sería el preludio del libro que escribiría durante los años de exilio en Estados Unidos. El libro se editó por primera vez en 1943 en Nueva York, ahora hace 75 años, y ha acabado siendo el más traducido de la historia –358 lenguas y dialectos–. Se trata, por supuesto, de El Principito.
Saint-Exupéry era un hombre atormentado que se sentía solo, como queda patente en diferentes momentos de su obra. Se afanó por recuperar la dignidad del hombre, los valores espirituales, la fraternidad, y quiso hacer entender la necesidad de abandonar el infructuoso egoísmo. Lo intentó por activa y por pasiva, alegoría tras alegoría, talmente como las matrioshkas, la clásica muñeca rusa de madera que por dentro se vacía y esconde una muñeca más pequeña, también vacía, y que a su tiempo esconde otra muñeca más pequeña y vacía… Así fue también la vida de Saint-Exupéry; renacer tras cada accidente y reponerse después de cada desengaño, hasta que el 31 de julio de 1944, en un vuelo de reconocimiento como piloto de las fuerzas aliadas, su Lockheed P-38 Lightning se precipitó al mar.
A mediados de 2012 se localizaron unos manuscritos de El Principito que el autor no quiso incluir en la versión definitiva del libro. Saint-Exupéry repasaba con minuciosa atención las palabras y las depuraba hasta la esencia. Y esenciales son, a cada relectura, el asteroide del rey, el asteroide del vanidoso, el del bebedor, el del hombre de negocios y el del farolero, el del geógrafo, y la Tierra, donde parece que vuelven a soplar aires de cambio. Ojalá sea así y podamos escapar, por fin, del círculo eterno de las matrioshkas.