Había oído hablar de Pol Guasch como una especie de enfant terrible de la literatura catalana por su juventud y su arrojo para decir las cosas, pero todavía no había tenido la oportunidad de leer nada ni descubrir el porqué de esa etiqueta. Así que decidí hacer oídos sordos al runrún que muchas veces se crea alrededor de alguien, para centrarme en la obra y disfrutar de un libro sin expectativas.
Me reconozco una lectora intensa y Napalm en el corazón ha sido devorado, literalmente, en pocos días. Me ha prendado como no esperaba, porque es de palabras no dichas que quieren ser nombradas que trata el libro, si es que podemos decir de lo que trata una novela cuando, en realidad, es más importante cómo lo trata.
— La espera. Tengo la sensación de que los personajes al inicio de la novela están esperando algo, como parados en el tiempo, ¿verdad?
— En el libro —la espera— va ligada a una concepción del tiempo concreta, que se centra en un fragmento de vida de los personajes, de un lugar y de un tiempo indeterminado. La novela sitúa la acción en un tipo de suspensión donde los personajes están colgando del hilo del mundo, a merced de algo que no sabemos qué es, suspendidos en un tipo de no-tiempo y de no-espacio. Diría que esto es la vida. ¿Cómo seguir viviendo en medio de la batalla entre un mundo y un tiempo codificado, como lo es el nuestro, regido por normas y reglas a seguir, frente a la vida, que no tiene código, que es inesperada? La espera es también la consecuencia o la antesala del enigma y del desconocimiento. Los códigos temporales y espaciales te permiten comprender la vida y solucionar los enigmas que se van presentando. La novela quiere ser una exploración sobre qué pasa cuando esto desaparece y la espera toma un lugar central: el de la imposibilidad de decir las cosas de una manera transparente, diáfana, directa.
— La lengua. Es un personaje también, con una dimensión más allá del habla. Es el logos, el verbo, el discurso, la razón. ¿Me equivoco?
— No quería caer en una interpretación maniquea de la convivencia entre lenguas y entre culturas, pero tampoco quería caer en un falso relativismo […]. Hablar de lenguas me permitía hablar de códigos, de maneras de decir el mundo y de designarlo: es una vía para denominar las cosas que hay a tu alrededor. La lengua es una manera de señalar y, por lo tanto, también de crear opresión y poder, de construir víctimas y verdugos. Me interesaba explorar esta vertiente, no solo como una cuestión lingüística en un sentido cultural, sino en un sentido generacional —también en un sentido de códigos entre iguales—, porque hay una pugna de lenguas presente a lo largo el texto: la que habla la gente mayor contra la que habla la gente joven, o la que habla el protagonista con su amante. Hay muchos códigos, muchos registros, muchas maneras de no entenderse, de disentir, y de oprimir a través de los códigos lingüísticos. Quería proponer una exploración sobre todas estas maneras de entender qué es una lengua.
— La huida. En la sinopsis del libro pone que “la única alternativa es huir de esta tierra baldía”. Y el lector se pregunta, ¿en qué momento empezará esta fuga?
— Como el mundo se va reduciendo cuando la lengua se va perdiendo. La desposesión de la lengua es la desposesión del mundo propio. Hay un momento clave en la novela —del que no queremos hacer spoiler— que desencadena esta huida hacia adelante que se explica en la contraportada. Por eso se hace tan necesario para los personajes recuperar su mundo, que parece haberse perdido.
“¿Cómo seguir viviendo en medio de la batalla entre un mundo y un tiempo codificado, como lo es el nuestro, regido por normas y reglas a seguir, frente a la vida, que no tiene código, que es inesperada?”
— El amor. Siento que esta es una novela llena de amor, en el sentido más puro e incondicional. El protagonista obra constantemente por amor.
— Amar es, por un lado, atención y, por otro lado, dedicación. La atención se transforma en dedicación, y la dedicación tiene que culminar en correspondencia: así se abre el curso del amor. El protagonista es un personaje que está constantemente observando, pero que no juzga. En esa desatención, o en ese desinterés, crecen cosas muy potentes, pero también se cuece mucha maldad. El protagonista, para mí, es como una medusa, una ameba en medio del mar que va siendo golpeada, movida por las olas, que son los otros […]. Esta es su potencia, su fuerza, y a la vez su condena: el hecho de ir viviendo cosas sin vivirlas, que quiere decir vivir las cosas a medias. Pero, de hecho, no sé si esto es vivir a medias o vivir del todo: vivir desnudo del prejuicio.
— La animalidad. ¿La presencia animal en la novela tiene un cariz simbólico, próximo al misticismo que se establece en algunas culturas animistas con los animales de poder, pero alejada de la dicotomía clásica humano-animal?
— Hay el humano y hay el animal no humano, pero uno puede aprender del otro y al revés. No me interesaba explorar qué hay de humano en el animal ni que hay de animal en el humano, porque por mí esta diferencia no existe. Cuando escribía la novela, me preguntaba qué diferencia hay entre esta familia que vive en una barriada perdida en medio de la nada y la manada de lobos que vive en la montaña. Quería explorar la relación, la convivencia, desde la complejidad de la vida en común, teniendo en cuenta que vivir en común es siempre deseable, pero a la vez implica el conflicto. El encuentro es poderoso porque es conflictivo.
“El protagonista es un personaje que está constantemente observando, pero que no juzga. En esa desatención, o en ese desinterés, crecen cosas muy potentes, pero también se cuece mucha maldad”
— La muerte. Las muertes de la novela, ¿son como llaves que abren puertas que no se habían abierto antes?
— ¿Es la muerte el inicio de la vida? Pienso en Perejaume cuando dice que “crear no dura”. Lo importante en la novela no es el tiempo en que están vivos, sino todo lo que ha pasado antes y todo el que pasará después. A los personajes, parece que no les ha pasado nada en la vida, ni siquiera al protagonista. Pero, ¿qué es aquello que les pesa? ¿Qué es aquello que tiene significado en la vida para ellos? La madre, el padre, el abuelo, el amante, la lengua… todos llevados al extremo —a mí me gusta llevar las situaciones al límite para hacer flotar cosas que cuestan de ver cuando están normalizadas y las aguas son tranquilas—. Las vidas que viven no son épicas, no son heroicas, no son interesantes y, desde una perspectiva hegemónica y canónica, tampoco son dignas de ser narradas. Estas vidas pobres, tristes, donde no pasa nada más que el sobrevivir. Y de esto trata la novela, de la lucha de los personajes para convertir sobrevivir en vivir.
— La herencia. El peso de la palabra no dicha es uno de los ejes de la novela, que parece que se pasen los unos a los otros. Siento que utilizas la lengua para llenar los silencios arraigados dentro de los personajes, que buscan la vía para poder hablar, para poder ser.
— Me interesaba muchísimo la cuestión de la herencia, mientras escribía el libro. Y también quería hacer convivir en un mismo relato varios tipos de herencia: la carga simbólica de todas las cosas que han pasado y que quedan escondidas en los silencios; la que corre por la sangre; la herencia que te deja una lengua o un espacio destruido… ¿Qué formas hay para subvertir la herencia y el lugar que uno ocupa? La novela se pregunta si es posible romper esta cadena de la herencia. Hay momentos de liberación, en esta relación con aquello heredado, hay momentos de rotura y, por lo tanto, de apertura, pero también momentos de unión imposibles de desanudar. La herencia es un tejido que se va deshaciendo y reconstruyendo constantemente.
— El deseo. ¡Creo que es el verdadero leitmotiv de la novela!
— En el deseo hay una cosa muy interesante, porque es un arma de doble filo. El horizonte deseable, el espacio querido, la meta donde se quiere llegar, no es tan fácil de definir. Pero la pulsión desconocida mueve, activa y hace nacer cosas inesperadas. Los personajes se encuentran en la cuerda floja que es no saber qué deseas, pero tener un anhelo desordenado que hace mover cosas. Y el movimiento siempre es bueno, porque es en el estancamiento que las aguas se pudren. En ese movimiento descontrolado, en ese caos, hay mucha pérdida, mucho de dolor, pero también hay mucha frescura. En la huida fallida o traumática de los personajes, en la escapada llena de dolor, hay siempre la chispa de algo nuevo.
— La poesía. ¿Es diferente escribir prosa que poesía?
— No necesitas ni inspiración ni creatividad, para crear, no necesitas talento, lo único que necesitas es tiempo y disponibilidad. Sin el tiempo no hay emoción. Tiempo para poder canalizar las emociones y los pensamientos, para convertirlos en una idea, para convertirlos en una palabra —esto solo se da si uno tiene el tiempo material para sentarse y dedicarse a la creación—. Sin esto, tan solo hay silencio, palabra no dicha que se acumula.
“Vidas pobres, tristes, donde no pasa nada más que el sobrevivir. Y de esto trata la novela, de la lucha de los personajes para convertir sobrevivir en vivir”
— ¿Cuáles dirías que son tus referentes?
— Wajdi Mouawad es un autor fundamental para mí: cómo dice las cosas, los temas que trata, la perspectiva desde donde los enfoca. Su canto a la complejidad, la voluntad de no entender los acontecimientos desde el maniqueísmo. La perspectiva que cree que en la destrucción hay vida nueva. La crudeza de las palabras. Es por eso que vuelvo a menudo, a Mouawad.
— Y ahora, ¿cómo estás? ¿Qué expectativas tienes?
— He empezado a escribir después de mucho de tiempo, a pesar de que todavía no sé por donde irá el proceso de creación. Para escribir, necesitaba tiempo y silencio, alejarme del libro, y es ahora que he podido empezar a encaminarme por aquí.