Alejandro Alvarfer, editor freelance
Alejandro Alvarfer es editor freelance y fundador de la editorial Colectivo Bruxista. © Ángela Pérez Camblor
EL BAR DEL POST

Alejandro Alvarfer: Impecable caligrafía subcultural

“Un vermú, cuanto más amargo, mejor”, pide Alejandro Alvarfer, y se acoda elegantemente a la barra, inmaculado polo Gabicci, pantalones estrechos y desert boots de ante, con un ejemplar del Tainted Love de Stewart Home, último volumen publicado por su recién nacida editorial, Colectivo Bruxista.

“Soy un editor asturiano que vive en Barcelona. Me mudé en marzo de 2020, justo antes de que se desatara el apocalipsis, después de haber vivido cinco años en Madrid, lo que me convierte en un miembro de pleno derecho de la diáspora asturiana”, sonríe este millennial que entró en el mundo editorial cuando dejó Asturias –“una decisión que lo cambió todo”– porque, tras años “sin tener ni puñetera idea de qué hacer con mi vida”, había entendido que “lo que quería era que me pagaran por leer”.

Así, Alejandro Alvarfer lleva trabajando en el sector del libro seis años “en los que he hecho prácticamente de todo: he sido editor y corrector, he trabajado como librero, incluyendo una experiencia surrealista en una librería esotérica, y me he visto obligado a traducir ominosas novelas de esas que llaman juveniles. Estuve varios años en la plantilla de la editorial Defausta, dedicado al rescate de oscuras novelas decimonónicas, y he trabajado con varias editoriales de ficción y no ficción, como Ático de los Libros o Mapas Colectivos. También escribo, sobre todo de libros en colaboraciones con medios como Quimera o Librújula”.

–¿Y se vive de esto en este país, aquejado de uno de los índices de lectura per cápita más bajos de Europa?

–No ha sido sencillo encontrar un hueco en un sector tan precarizado, pero llevo tiempo trabajando como editor freelance y, por lo menos, puedo vivir de ello.

Retaje subcultural

“En 2017 me junté con varios amigos para publicar el primer número de Bruxismo, un fanzine dedicado a las subculturas y otras obsesiones, que fue el germen de la editorial Colectivo Bruxista. Montamos el sello en plena pandemia y ya hemos publicado dos libros que están funcionando muy bien”, explica a propósito del descacharrante Un mono marino se ha bebido mi Fanta, del valenciano Dani Llabrés y del reciente tomo de Stewart Home, que brinda una visión nada amable o fastuosa del Swingin’ London de los 60.

De lo que estoy más orgulloso es de haber fundado esta editorial con dos de mis mejores amigos, mis amados Adela y Saralegui, y un capital ridículo. La idea es publicar novela, ensayo y libros de fotografía, siempre relacionados con lo marginal y subterráneo”, saca pecho.

–¿Vais teniendo buena acogida?

–Lo que más mola es comprobar cómo se ha ido creando una pequeña comunidad que comparte nuestras filias y nos apoya en todo lo que hacemos.

Se trata de una comunidad que se articula en las diversas subculturas que sobreviven en el underground patrio: un motor que ha ido alimentando las pasiones y obsesiones del editor, quien también organiza fiestas de música negra “y pongo discos, allí donde me dejan”. Ni que decir tiene, todo en vinilo, y a ser posible original.

“Después del verano sacamos Ecstasy & Wine –anuncia de pronto, antes de pedir otro vermú–, un libro de retratos subculturales de Felipe Hernández. Se trata de un volumen muy especial para nosotros, que saldrá en edición limitada y muy cuidada y que incluye un prólogo de Miguel Trillo”. Y lanza un aviso a navegantes: “Ya se puede reservar en nuestra web, y están volando”.

Alejandro Alvarfer es asturiano y se mudó a Barcelona justo antes de la pandemia. © Ángela Pérez Camblor

Una ciudad milhojas

Sonriente, con la mirada más rápida que la palabra, atesorando ideas, buscando el punto de cocción de sus proyectos y de sublimar toda esa imparable devoción subcultural, Alejandro Alvarfer confiesa amar Sant Andreu, el barrio donde reside. “Me mudé por amor, sin apenas conocer la ciudad y sin esperar nada de ella. A los dos días de desembarcar se decretó el confinamiento, así que durante tres meses lo único que conocí de aquí fueron los supermercados. Cuando por fin pude salir a la calle, fui una presa fácil para una ciudad que me atrapó. Meses después me mudé a Sant Andreu, lo que ha supuesto la consumación de mi aventura barcelonesa. Me siento muy cómodo”. De hecho, ya prepara un festival de micro-edición e ilustración que tendrá lugar en el barrio en noviembre, “junto con mi amigo Txema Urdampilleta, uno de los miembros del fanzine Polvos de Talco”.

En el proceso de aterrizaje, una amiga le prestó a Alejandro un libro en el que se contaba que, en el número 22 de la Rambla, se podían ver aún las huellas que los tacones de las prostitutas de antaño habían ido dejando sobre el mármol de la entrada, en las frías noches esperando clientes. “No podía dejar de comprobar si una historia tan truculenta era cierta, claro. Pero cuando llegué no encontré nada. Sintiéndome estafado, entré en el bar de al lado para tomar una caña y allí tenían las placas de mármol colgadas de la pared, cartel informativo incluido”.

–Confieso que no sabía que habían quitado ese mármol de ahí…

–Creo que esta anécdota refleja bien una de las cosas que más me llaman la atención de Barcelona. La sensación de que han construido varias ciudades una encima de la otra, como si fuera un milhojas. En otras grandes urbes pueden convivir varias ciudades distintas, aquí, quizás por falta de espacio debido a las barreras naturales, parece que han tenido que hacerlas todas en el mismo sitio.

Entonces, Alejandro Alvarfer apura su segundo vermú y pide ver la carta con el menú. “Siempre me ha parecido que el menú del día es uno de los mayores logros civilizatorios de nuestra especie”, sentencia.