A Teresa Gimpera (Igualada, 1936), modelo, actriz, presentadora y musa de la Gauche Divine, le habían propuesto muchas veces publicar sus memorias. No se decidió a hacerlo hasta que conoció al periodista cinematográfico Toni Vall, que había escrito un libro sobre la sala Bocaccio, con un capítulo dedicado a ella, teniendo en cuenta que fue la protagonista de la imagen que le sirvió de emblema, firmada por Xavier Miserachs. Fue aquí donde nació la complicidad que se desprende de la charla animada a través de la cual ambos presentan Teresa Gimpera.Així és la vida (Columna), la colección de recuerdos que permite descubrir la vida, un poco de película, de Gimpera.
Entre lágrimas y risas, sentados en uno de los sofás de la tortillería Flash Flash, Gimpera va conversando con Vall sobre todo lo que le ha pasado en 85 años, que ha ido recopilando en muchísimas fotos, como la de su amiga Colita que le sirve de portada para el libro, y recortes de prensa. “Tengo la suerte de guardarlo todo”, subraya. Sus memorias no siguen un orden cronológico, nada más al principio, y van narrando en primera persona momentos, alrededor de los cuales reflexiona y va dando saltos en el tiempo, sin olvidar algún que otro secreto que Vall le ha arrancado. El cine, el amor, la muerte, el paso del tiempo, la maternidad, el feminismo o el mundo de las pasarelas son muchos de los temas que emergen, no dudando en entrar a valorar cuestiones más recientes, como los influencers o Tinder, sin querer sonar demasiado como “una yaya cascarrabias”.
“¿He sido feliz? Creo que sí. He vivido tragedias, pero también he tenido mucha suerte. Tengo más de ochenta años y puedo decir que he vivido cosas que la mayoría de mujeres no ha vivido. “¡Qué vida has tenido!”, me dicen con frecuencia. No he hecho lo que se esperaba que hiciese y estoy contenta que así haya sido”. Así de contundente resume su vida, que empezó con el exilio en Francia. Hija de profesores republicanos, su hermano y ella se refugian con su madre en un hotel abandonado en Pas-de-Calais, mientras su padre pasa años encerrado en el campo de concentración de Argelers. “Hay pocos refugiados de guerra que estemos vivos y una soy yo”, expone.
Esa miseria y ese miedo tiñen los primeros años, con algunas vacaciones en Menorca y los primeros amores entremezclándose con los estudios y la juventud. El matrimonio y la maternidad le llegan muy pronto a Gimpera, tras casarse con Octavi Sarsanedas y convertirse en madre de su primer hijo, Marc, a los 21 años. Gimpera tuvo dos hijos más, Job y Joan. El más pequeño murió luchando, víctima de las drogas y el sida. “Ya hace más de treinta años que murió. La ausencia es dura, muy dura, pero te acostumbras a vivir”, cuenta. Gimpera se divorciaría de su primer marido, enamorada del actor estadounidense Craig Hill, a quien conoció en el rodaje Amenaza Black Box y del que no se separaría nunca más. “Enamorarse es muy fácil, pero enamorarse de una mujer con tres hijos no lo es tanto”, apunta. Tras 25 años de relación se casarían, después de que Hill se lo pidiera en el Via Veneto.
Por casualidad, como las muchas que dice que le han pasado en su vida, empezó su carrera como modelo. Un día que fue a recoger a su marido a su trabajo, en la editorial Seix Barral, le piden tomarle unas fotos para un calendario de cervezas. Ahí empezaría una trayectoria que le llevaría a convertirse en una de las caras más omnipresentes de la actualidad en España desde mediados de los sesenta hasta finales de los setenta, copando páginas de revistas y periódicos, presentando múltiples programas de televisión y rodando, nada más ni nada menos, que un total de 155 películas.
El espíritu de la colmena, dirigida por Víctor Erice, dice que fue su mejor película, a pesar de que a ella y al resto de actores, incluido Fernando Fernán Gómez, le costara entender de qué iba cuando la grababan. Hubo muchas películas más, como Las petroleras, que grabó con Brigitte Bardot, de quien no guarda muy buen recuerdo, y Claudia Cardinale, con quien sí que congenió más.
En su trayectoria, también está el casting con Alfred Hitchcock, que se fijó en ella para un personaje de Topaz, Juanita de Córdoba, una puertorriqueña morena. Ella, que era rubia y no tenía un acento inglés que pudiera parecer de América Latina. “Pensé: está loco”, reconoce, pero no dudó en viajar hasta Los Ángeles para hacer la prueba. No la supero —le pidió un carajillo al director para curar los nervios y él no lo entendió—, pero viajó en primera clase y se emborrachó en el vuelo de vuelta. Pese a todo, asegura que no le hubiera gustado ser morena. Este es uno de los pocos momentos del que no guarda ninguna foto, solo en el hotel de vuelta a casa, en Madrid.
Gimpera también conoció a Rock Hudson, amigo de Hill; reconoció en un ascensor a Bette Davis, y le envió una carta a Grace Kelly comentándole que, si volvía al cine, le podía hacer de doble de luces porque todo el mundo le decía que se parecía a ella. Todo esto pasó en un tiempo en el que la vida de Gimpera eran “aviones y hoteles”, pero ese frenesí ahora queda ya un poco lejos, más aún con la pandemia. Recuerda cómo Hill le decía que “la edad no perdona” y se da cuenta de que ella está ahora en ese momento, en el que, además, ya faltan muchos amigos y los médicos se convierten en los nuevos acompañantes. “En la vejez se tiene que ser un poco inconsciente”, confiesa. Más cuando aún tiene muchas cosas por hacer y todavía le queda una conversación pendiente con sus hijos, que igual sus memorias le ayudan a afrontar. Le gustaría saber qué sentían cuando ella se iba de un lugar a otro para rodar y le preguntaban siempre: “¿Cuándo vuelves?”.