El violonchelista Sheku Kanneh-Mason toca este fin de semana en L'Auditori.

¿Qué dice la música de tu vida y de tu tiempo?

L'Auditori, el Palau y el Liceu inician la temporada musical barcelonesa con las incógnitas propias del mundo pos-covid y el reto aún no alcanzado de conectar la música a las inquietudes culturales del presente histórico y fomentar el patrimonio musical catalán

Escribo esta Punyalada pocas horas antes de que L’Audiori inaugure una nueva temporada con el primer concierto de la Orquesta Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya, con el escenario del Palau de la Música calentando motores a la espera de iniciar la mayoría de los sus ciclos más importantes en octubre, y a pocos días de que el Gran Teatre del Liceu alce el telón con Ariadne auf Naxos, de Richard Strauss. Los tres principales motores de la clásica en Barcelona iniciarán así su primera temporada pos-covid (si el bichito terco de Wuhan y sus derivados lo permiten) y lo primero que debe decirse es que sus respectivos equipos de gestión artística con Robert Brufau, Joan Oller y Mercedes Conde Pons, y Víctor Garcia de Gomar y Valentí Oviedo, respectivamente, merecen un aplauso previo a cualquier levare por liderar y dar la cara representando a sus respectivos espacios en unos tiempos de una inaudita complejidad.

Cualquier season opening, y todavía más si hablamos de una institución pública, resulta toda una declaración de principios. Este fin de semana, L’Auditori presenta un programa poco coherente a nivel musical pero interesante en cuanto las intenciones, con una obra de encargo a uno de sus dos actuales autores residentes (U, de Bernat Vivancos), la presencia destacada de una de las rising stars del mundo clásico, el violonchelista centennial y amenizador de bodas reales Sheku Kanneh-Mason, y la presencia en el programa de una obra totémica del repertorio sinfónico como es Romeo y Julieta, de Prokófiev. L’Auditori emparenta así el trabajo de un compositor de casa al estrellado del nuevo instrumentista de moda y, a su vez, devuelve a los atriles de la OBC una obra de inicios del XX pero de espíritu romántico que es, después de todo, el centro de gravitación habitual del repertorio consuetudinario de la mayoría de orquestas del planeta.

Robert Brufau ha obrado santamente continuando el uso de marcar la temporada bajo un eje temático (en este caso, el binomio emocional AMOR/ODIO), aunque, si se me permite el ejercicio de tiquismiquis, diría que si algo nos sobra en esta la tribu es hablar de emociones y quizás deberíamos empezar a centrarnos un poco más en la racionalidad y en vivir con los pies en el suelo.

Enmiendas a un lado, agrupar las temporadas en ideas-fuerza ayuda a cultivar la noción según la cual, más allá del disfrute o el entretenimiento mercantil, la música es un arte que expresa una filosofía, que genera un pensamiento y que éste aúna la fecha de creación de una pieza musical a nuestro presente intransferible. Y ésta es la gran tarea pendiente de todos nuestros equipamientos musicales que, de momento y mal que les pese, han fracasado en algo tan básico como explicar cómo la tradición musical, y especialmente la que ha sido urdida en Catalunya, nos puede ayudar a entender mejor el pasado y este presente nuestro tan esquivo.

Sheku Kanneh-Mason y el director Duncan Ward estrenan U, de Bernat Vivancos, en L’Auditori.

Lo que escribo no es un ejercicio metafísico de poca monta. En los últimos años en el TNC, Xavier Albertí ha demostrado que se pueden alcanzar altos índices de ocupación de un equipamiento cultural poniendo en valor la tradición dramatúrgica catalana y emparentándola con obras contemporáneas de la actualidad internacional. Una temporada más, y van decenas, el Gran Teatre del Liceu descuida el patrimonio operístico catalán (que existe y había formado parte habitual de la programación del coliseo) y sí, es cierto, cuenta con la presencia de cantantes de casa, pero un mínimo análisis de los diferentes casts de la programación de este año demuestra que las voces del país aún se sitúan en segundos y terceros repertorios (o aún peor, se les destinan papeles que incluso un sordo sabe que no son adecuados a su voz). Que en 2021 nuestro repertorio aún descanse empolvado en bibliotecas y archivos debería avergonzarnos.

Como demostró la recientísima y polémica gala de apertura del Met en Nueva York y, si existe alguna forma de arte que une la música a las preocupaciones sociales y políticas del presente, esta es la ópera. El Liceu debe programar Strauss, Mozart, Debussy y etcétera, pero su tarea primordial como equipamiento público es la de crear un público inquieto que encuentre en el género las respuestas que le impone su tiempo. Todos los opereros nos ponemos a cien con las grandes voces, y todos tenemos muchísimas ganas de ver cómo Goerne borda el Wozzeck y cómo Minkowski imprime fuego a la trilogía Mozart-Da Ponte.

Pero, insisto, la tarea de un ente público es la de ayudar a conectar la música y la ciudadanía lo cual, pese a quien pese, se hace mediante programaciones donde brille el contenido y la chicha, y no organizando podcasts donde los influencers de la tribu intenten enchichar a nuestros jóvenes con cuatro tópicos manidos para disimular ignorancia.

La tarea de un ente público es la de ayudar a conectar la música y la ciudadanía

Entiendo que tanto L’Auditori como el Liceu tengan más dificultades para remontar en esta tarea, dada la nefastísima herencia artística de sus directores artísticos precedentes. En este sentido, resulta lógico que el Palau de la Música sea, hoy por hoy, el escenario donde suceden los conciertos más atractivos de la ciudad. Mercedes Conde Pons fue muy hábil en aprovechar la pandemia para ampliar notoriamente la contratación de músicos del país enfatizando el poder del KM0 (quizás sería oportuno acabar de rematarlo con un programa más ambicioso de residencias artísticas, ¡por qué no¡) y el Palau obraría santa y oportunamente en aprovechar la dejadez de las instituciones públicas para integrar nuestros solistas a los grandes programas de la casa (ayer mismo, la pianista y matemática Laura Farré Rozada demostró como un instrumentista del país podría ponerse al lado de las mejores orquestas del planeta sin ningún tipo de complejo).

Liceu
El Liceu celebra esta temporada su 175 aniversario. ©V. Zambrano

A pesar de tener presupuestos importantes y amplios equipos de gestión, las infraestructuras musicales del país aún no han sobresalido en la tarea de superar la cultura del entretenimiento para explicar a los melómanos catalanes qué dice la música (y en concreto la música del su país) sobre su vida y su tiempo. Aparte de pensar en lo que programamos en el escenario deberíamos dedicar un par de neuronas a ver cuál es el público que nos interesa fomentar.

Deberíamos dedicar un par de neuronas a ver cuál es el público que nos interesa fomentar

Barcelona no será nunca Viena ni Berlín, pero su tradición musical, especialmente la de inicios del siglo XX, puede volver a convertirla en un referente de la música europea. La covid y el consecuente tiempo de confinamiento nos ha enseñado que, a menudo, para entender el presente uno que recluirse y pensar. Directores artísticos, manos a la obra y a arriesgarse, pues de no hacerlo me temo que pronto la música será un puro objeto de consumo… y más bien reducido.