Las ‘pop up’ pisan fuerte en Barcelona

Se ha demostrado que las tiendas efímeras son una acción impecable para atraer a los barceloneses y generar expectativas 

La tienda pop up es la nueva gran oportunidad para dar a conocer una marca entre un público más amplio, ya sea una pequeña o gran empresa. De esta manera, se impulsa el crecimiento de la compañía y se conecta con los clientes en nuevas ubicaciones, para así tantear si el producto cala y tiene éxito, además de generar un vínculo que antes no existía con el cliente. Es un producto idóneo para realizar un test que minimice las inversiones futuras en retail y, a la vez, ejercen como bancos de prueba para ver la respuesta del consumidor.

De momento, la normativa de las pop up no está tan bien trabajada como nos gustaría a los retailers, hay un vacío legal que nos hace depender de la Ley de Arrendamiento y el permiso de la Ley de Comercio. En algunos países, organizar una acción de estas características es más fácil y más ágil, pero sin duda, vale la pena, porque se ha demostrado que, a nivel comercial, funcionan perfectamente.

Sin duda, las pop up son una acción impecable de márketing para expandir aún más el alcance de una empresa o marca por un periodo de tiempo: se trata de generar expectativas, de ser un polo de atracción. Darse a conocer a través de los cinco sentidos.

Con la piel el cliente podrá comprobar el tacto de los tejidos de la ropa o la textura de los alimentos. Mediante la vista, el consumidor se hará una idea sobre el local y la estética de la firma. El oído sirve para conectar con el cliente a través de la música del local y los consejos de los dependientes expertos. Los olores son la fragancia que se respira y cómo el consumidor se siente ante esos nuevos aromas. El sentido del gusto para las tiendas gastronómicas es imprescindible, es el factor determinante de compra.

Las pop up sirven como conejillos de indias, son una prueba para el futuro, permitiendo observar y analizar todo lo realizado en ese período de prueba, desde la reacción de los clientes hasta la calidad de la venta, para así poder mejorar. Las tiendas efímeras con un gran atractivo visual y una buena inversión en márketing detrás permiten sacar un buen provecho de la inversión.

En Barcelona se han abierto varias pop up este verano, algunas más sonadas que otras. Una de las más comentadas ha sido la de la marca de ropa china Shein, en un espacio en el Portal del Ángel que contaba con actividades de maquillaje, tatuajes, café, helados e incluso DJ. Para la sorpresa de la mayoría de sus clientes, después de varias horas de cola, la tienda permitía que estos se probaran la ropa en el local. A la hora de hacer la compra, debían realizar el pedido a través de un código QR que les llevaba a la aplicación. Nunca sabremos si fue por error, o una táctica bien pensada para generar titulares.

No es el caso de Nude Project, que durante dos días mostró su primera colección femenina de street wear bajo el nombre Nude Les Femmes en pleno centro de la ciudad, en la calle Baixada de Sant Miquel 3, con una colección con un estilo más sexy que transmite la emancipación femenina. La marca contó con un Nail Art Stand, Dj Set y actuaciones en directo. Sus fundadores anunciaron que abrirán en un futuro próximo tiendas en alguna de las ciudades en las que más éxito han tenido sus tiendas efímeras.

Si hablamos del sector del lujo, Cartier inauguró este año una pop up dentro de Casa Batlló, que estuvo en funcionamiento hasta junio, para que los visitantes de esta casa-museo pudieran adquirir sus novedades al hacer la visita. Un espacio de 300 metros cuadrados en la primera planta del edificio con dos áreas diferenciadas: una para la venta de las colecciones de maison, y otra, a modo de punto de encuentro cultural para establecer un diálogo entre las distintas fuentes de inspiración que unen Cartier y Casa Batlló. Fue todo un éxito.

La gastronomía apuesta fuerte por las pop up. El popular Bar Alegría, de Tomás Abellán, abrió una terraza con este formato en la planta baja del Hotel The Barcelona Edition, hasta finales de septiembre. Y no solo funcionan en verano. Cada año, El Palace Hotel de Barcelona apuesta por ellas para acercar la cocina de diferentes regiones de Europa y es una de las actividades más sonadas en Barcelona durante las Navidades.

Cuando llega el frío, El Palace Hotel invita a los barceloneses al Chalet El Palace, una cabaña de madera ubicada en el último piso, decorada con esquís y manteles a cuadros rojos y blancos que recuerda a la estética de los Alpes. Los comensales pueden disfrutar de varias opciones inspiradas en las recetas de esta zona de montaña, como la sopa de cebolla o la fondue de queso. La experiencia va acompañada por un mercado y una pantalla de cine en la que proyectan películas navideñas en la misma azotea. Una acción redonda para dar a conocer el hotel.