Dibujo de una Barcelona inspirada en Broadacre, ciudad americana diseñada por el arquitecto Frank Lloyd Wright. ©Pep Baró Puigvert
LA BARCELONA UTÓPICA. CAPÍTULO 5

El futuro pasa por volver al origen

Con el arquitecto municipal Pep Baró nos sumergimos en una Barcelona basada en la economía circular y que ha dejado de vivir con prisas y ponemos punto final a esta serie en la que hemos imaginado, coincidiendo con el período electoral, una ciudad futurista que quizá nunca existirá

“El concepto de sostenibilidad era similar al de Masdar. Pero, finalmente, The Line no llegó a construirse. Estábamos delante de una contradicción constante. Por un lado, queríamos un planeta limpio de emisiones, pero al mismo tiempo perseguíamos incrementar el crecimiento del consumo. La alternativa era la ciudad rural, extensiva, de baja densidad y con mayor contacto con la naturaleza. Pero entonces topábamos con el inconveniente de una estructura urbana que requería de más transporte, más viajes, más emisiones, más energía, más tuberías, más servicios”.


La Barcelona utópica es el resultado de las conversaciones mantenidas con 5 arquitectos municipales. Cada una de las conversaciones ha girado en torno a una temática concreta, aunque el resultado, consecuencia de una visión integral de la ciudad, incorpora ideas transversales. La idea de esta serie de 5 artículos sobre una Barcelona utópica nace para dar alas a estos arquitectos que mantienen un estrecho contacto con la ciudad, algunos desde hace muchos años y, además, a diario. El ámbito creativo de los arquitectos municipales se ve a menudo limitado por las partidas presupuestarias, por los plazos de ejecución, por políticas del gobierno de turno… Entonces, sin entrar en partidismos, se han aventurado en el ejercicio de hacer cábalas sobre una Barcelona que nunca existirá, pero que podemos imaginar.

Los artículos tienen un cariz futurista. Sin embargo, no todos se abocan a la ciencia ficción. Las lecturas invitan a localizaciones y rincones imaginados. A formas de la ciudad inventadas. A proyecciones de una sociedad barcelonesa alejada de la actual y, sobre todo, buscan hacer pasar un buen rato al lector. A excepción del texto en cursiva, que es una transcripción de parte de la conversación o de un proceso de investigación, el resto es fruto de la imaginación.

*Arquitecto invitado: Pep Baró Puigvert, arquitecto municipal del Ayuntamiento de Barcelona.


Con Pep nos sentamos en un banco de madera construido a partir de un pino caído en el bosque de Collserola. El banco está situado en la cresta de Vallvidrera, por lo que, por un lado, ves Barcelona y por el otro Montserrat. En el respaldo del banco incluimos esta cita que ahora cuesta leer. El tiempo la ha ido ocultando. Comenta Pep. La cita dice: los bosques de Collserola han absorbido 260.000 toneladas de dióxido de carbono. En su momento, esto quería decir que absorbían el dióxido de carbono equivalente a cien mil vehículos convencionales. Fíjate hasta qué punto eran relevantes los bosques de Collserola.

Los bancos se construyeron en un momento en el que el debate sobre el progreso y el crecimiento de las ciudades estaba vivo. Hacía relativamente poco tiempo que en Abu Dhabi habían levantado Masdar City, la ciudad diseñada por Norman Foster, que suponía una adaptación de los patrones de sostenibilidad medioambiental contemporáneos en una ciudad emplazada en el desierto. Tenía que ser un modelo basado en las alternativas al petróleo, libre de residuos, huella de carbono y energéticamente autosuficiente. Sin embargo, en estos momentos la ciudad importa energía porque no es capaz de generar la necesaria por sí misma, según lo previsto. Tampoco parece que las previsiones de crecimiento respondan al plan establecido: la principal agencia inmobiliaria ha reducido hasta en un 20% la plantilla. Otra de las ciudades proyectadas en ese momento fue The Line, también en el desierto, en este caso en Arabia Saudí. Un proyecto de ciento setenta kilómetros de largo y doscientos de ancho donde la vida transcurría entre dos muros reflejados. El concepto de sostenibilidad era similar al de Masdar. Finalmente, The Line no llegó a construirse.

Durante esos años el debate se situaba en una contradicción constante. Por un lado, queríamos un planeta limpio de emisiones, pero al mismo tiempo perseguíamos incrementar el crecimiento del consumo. La alternativa era la ciudad rural, extensiva, de baja densidad y con mayor contacto con la naturaleza. Pero entonces topábamos con el inconveniente de una estructura urbana que requería de más transporte, más viajes, más emisiones, más energía, más tuberías, más servicios. Fue el caso de Brøndby Garden City, ciudad diseñada y construida en Dinamarca que tuvo que pasar por varios procesos de reestructuración para alcanzar los niveles de sostenibilidad proyectados.

Prototipo de “The Line”, ciudad proyectada en el desierto de Arabia Saudí. ©CNN

Mientras tanto, Barcelona apostó por un modelo mixto inspirado en el distrito de Les Planes, un espacio urbano rodeado de masa forestal que, en ese momento, estaba a tan sólo quince minutos del centro en transporte público. La Barcelona actual ofrece las dos caras: la ciudad de los negocios, con islas de ciudad rural intercaladas, y un entorno urbano forestal en el que las redes y depuradoras han sido sustituidas por estaciones biológicas particulares, estanques naturalizados, lagunas de inundación y biocompostadoras. De esta forma, cada edificio gestiona sus propios residuos. Es la adaptación contemporánea de lo que eran las casas de antes, donde en el corral había un pato o un cerdo que se comían los desechos; al final hemos vuelto al origen, sólo que ahora lo llamamos economía circular. Pero no es algo nuevo. Ya estaba inventado. Como por ejemplo las torres de corrientes interiores, los túneles canadienses, los muros trombo, las chimeneas solares, muros de agua, captadores de viento… que permiten la climatización del hogar tanto en verano como en invierno y, por tanto, reducen notablemente el consumo energético de calefacciones y aires acondicionados. O la Barcelona de las azoteas verdes, edificios con hologramas interactivos, fachadas verdes y pieles bioreactivas y con dispositivos fotovoltaicos que generan energía…

Cuando ya llevamos un rato de conversación, Pep saca una botella térmica de la mochila, unas bolsitas de té y dos tazas metálicas. La tarde, de finales de abril, está fría. El té nos ayuda a recuperar una temperatura de confort. Esa Barcelona es el resultado de un cambio de mentalidad. Siguió. No era viable ese ritmo en el que todo era posible, en el que todo lo podíamos abarcar. Por ejemplo: viajar en tren entre dos ciudades que antes distaban una hora y ahora tres, no se puede considerar una involución, porque el de ahora es un tiempo aprovechable fruto de habernos adaptado a las circunstancias naturales y no adaptar la naturaleza a nuestras circunstancias. Hemos dejado de vivir con prisas. Ahora en los trenes son servicios económicos, se puede trabajar a gusto o pasar un rato amable. Ha sido tan sencillo como convertir las líneas de asientos en espacios diáfanos, distribuir las plazas en cómodas butacas. Incorporar áreas abiertas, espacios destinados a la conversación, al intercambio, a la lectura, e incrementar las frecuencias y el número de coches por convoy.

Prototipo del interior de “The Line”, una ciudad proyectada en el desierto de Arabia Saudí. ©CNN

A medida que avanza la conversación nos damos cuenta de que estamos dentro de la utopía. El libro que lee Pep, por ejemplo, lo cogió prestado en uno de estos trenes durante su último viaje al pueblo. La ropa que llevamos ambos es de segunda mano y alquilada, un concepto que nació en Berlín, en la casa Pool. Hemos acabado recordando cómo era el Paseo de Gracia y el Portal del Ángel, las dos avenidas comerciales de Barcelona por excelencia, y cómo las marcas de ropa del momento como Gucci o Zara o Chanel tuvieron que bajar la persiana o adaptarse: algunas ahora son cafeterías, espacios de cooperación o restaurantes de proximidad, como cuando rondaba la burguesía que subía de Ciutat Vella y se detenía en los portales a tomar un vaso de chocolate o de leche suministrada por las vacas que vivían en los establos situados detrás. Hemos vuelto de donde veníamos. El mundo ha vuelto a su origen. Incluso Singapur, la ciudad símbolo de la sostenibilidad en su momento, ha tenido que regresar a la casilla de salida.


*A modo de epílogo de la serie de 5 artículos sobre la Barcelona utópica:

Rutger Bregman, en Utopía para realistas (Salamandra), comienza con una lección histórica: cita a Hobbes, que afirmaba que la vida del hombre era solitaria, pobre, chapucera, sucia y breve. Y después lo compara con la evolución de los últimos doscientos años de humanidad, donde miles de millones de personas vivimos bien alimentados, sanos, limpios y a salvo. Somos inteligentes, ricos e, incluso, a veces, de buen ver. Pero esto no ha sido siempre así: en 1820 el 94% de la población mundial vivía en la pobreza extrema, porcentaje que en 1981 se había reducido al 44% y actualmente está por debajo del 10%. Oscar Wilde, avanzándose al concepto de la renta básica universal, escribió que la última y única finalidad de la justicia, debe ser la construcción de la sociedad sobre un modelo donde la pobreza sea imposible. La pregunta es si, hoy, solamente disminuyendo el índice de pobreza, inmediatamente incrementaríamos el de felicidad.


Capítulo 1. La movilidad del futuro. Arquitecto invitado Joan Sansa.

Capítulo 2. El paisaje y la huella ecológica. Arquitecta invitada Sara Udina.

Capítulo 3. Convertir el patrimonio en parte de la vida. Arquitecto invitado: Armand Fernández Prat.

Capítulo 4. Abrir la ciudad al arte de contemplar. Arquitecto invitado: Xavier Soler.