La bailarina, coreógrafa y artista audiovisual Blanca Li. © Lalo Cortes

Blanca Li: “En los anales quedará nuestra valentía de mantener la cultura abierta”

Bailarina, coreógrafa, artista audiovisual, académica por la francesa de Beaux-Arts, dirige su propia compañía de danza en París y, en Madrid, los Teatros del Canal. Una vocación que se fragua en una familia festiva donde cada niño salía a escena a montar su teatrillo. Y se consolida en la escuela de Marta Graham en Nueva York, a donde llega con 17 años. Blanca Li, la misma niña de entonces, acaba de llenar el Liceu con su último espectáculo, Solstice: un canto debido a la fuerza de la naturaleza. La pillamos saliendo de Barcelona.

“No lo decidí, estaba ahí”. Se refiere Blanca Li a su pasión por el baile. Marcha de Barcelona contagiada del público feliz que disfrutó de su último espectáculo, tribal y telúrico, en el patio del Liceu, Solstice. Me mira desde su pantalla y la miro cómo mordisquea un dulce delicioso que alguien le ha traído para que desayune antes de volar al aeropuerto. Llena de luz llega la imagen que desprende, cenital sobre su pelo oscuro recogido y ese rostro largo inconfundible de la coreógrafa. Feliz.

Nació su vocación, esa que “estaba ahí”, en una familia festiva; niños a barullo, “hasta 20 niños nos juntábamos, entre primos y hermanos”, y el juego favorito era “montar” bailes y  teatrillos. Espectáculo. Nació ella Blanca Gutiérrez Ortiz, 1964, Granada, la tercera de siete y la tercera artista. Hermanos mayores Chus Gutiérrez, la cineasta, y Tao, el músico que pone banda sonora a sus ideas. Con 17 años recibe una beca para estudiar en la escuela de baile de Martha Graham, Nueva York. Y nada más llegar “monta” su primera coreografía. Harlem, bares, Broadway y un grupo de flamenco-rap, las Xoxonees, que arrastra hasta allí a sus hermanos Chus y Tao, y a algunos más que continúan hoy en su troupe.

Nueva York-Marrakech, a donde ella sigue a su marido, Etienne Li, profesor universitario de matemáticas y escenógrafo del grupo. De la música andalusí y el trance de los rituales gnawas, en tierras marroquíes surge Nana & Lila, una coreografía que presenta en la Expo de Sevilla y que le deparará el premio “public off” del Festival de Avignon en 1993. Había regresado a España y en Madrid establece su primera compañía de baile, “pero en Madrid no pasaba nada, me sentía bloqueada, tenía demasiadas ganas y energía”. Vuelta a empacar, esta vez con destino París, donde continúa, donde con ella continúan quienes le siguen por el mundo. Entre medias, ha trabajado como coreógrafa para la Ópera de París y la Metropolitan Opera House de Nueva York, y ha dirigido el ballet de la Komische Oper de Berlín; ha realizado cinco largometrajes y numerosos montajes artísticos para museos como el Guggenheim de Bilbao o el Grand Palais de París.

Ha sido nombrada académica de Bellas Artes de Francia, primera mujer coreógrafa, y, desde hace poco más que el año éste maldito (noviembre 2019), directora de los Teatros del Canal de Madrid. Tiene dos hijos y un marido que es su “todo”, el profesor Li, pero ella sigue siendo aquella niña que mordisquea el delicioso pastel que alguien le ha traído esta mañana a la cocina llena de luz.

Blanca Li se marcha de Barcelona contagiada del público feliz que disfrutó de su último espectáculo, tribal y telúrico, en el patio del Liceu, Solstice. © David Ruano

 — ¿Es un hito debutar en el Gran Teatre del Liceu aún después de haberlo hecho por encargo y hace 20 años en el Ballet de la Ópera de París, o en la Metropolitan Opera de Nueva York, o de haber dirigido el ballet de la Komische Oper de Berlín?

— El Liceu es uno de los teatros más importantes del mundo y tiene una historia muy poderosa en el mundo de la danza. Y eso se siente en el escenario, y es muy emocionante; además tiene una acústica y un recogimiento muy bonitos, lo que produce una sensación de amor muy particular. A ello se suma que el público es maravilloso, se le notaba muy feliz: el público hoy agradece tanto la cultura…

Solstice, el paso del tiempo y la degradación de la naturaleza: “La civilización contemporánea vive desconectada de la naturaleza. Antes la gente era consciente de que si la naturaleza falla, todo falla; si no llueve, viene la hambruna. Hemos querido vivir ignorándolo pero hace ya un tiempo que esta pérdida de conexión nos está pasando factura, entonces reclamamos la atención de los gobiernos. ¿Y yo, como individuo, qué puedo hacer? Sentí la necesidad de aportar algo y creé una coreografía que evocara la naturaleza. A lo largo de la historia, antes incluso, la danza y la música han estado siempre presentes en la relación del hombre con la naturaleza, y en esta fuerza de los elementos me inspiré. Creo que está demostrado que la comunidad, a base de pequeños gestos cotidianos, puede hacer que la inercia de las empresas cambie: tenemos que actuar”.

Escena de Solstice, espectáculo de Blanca Li en el Liceu. © David Ruano

— ¿Somos culpables (no sólo responsables) de lo que está pasando?

— Yo no diría que somos culpables. Hemos crecido en esta sociedad de consumo y bienestar, pero hasta hace poco devolvíamos las botellas lavadas a la tienda y guardábamos las bolsas de plástico para reutilizarlas; en Marruecos, por ejemplo, era algo natural separar la basura. Pero ha habido un cambio en nuestra forma de consumir (la era del híper consumo) y todos estos pequeños gestos se nos olvidaron. Hay que retroceder en el tiempo, ir para atrás y recuperar la conciencia de las pequeñas cosas.

— Blanca, ¿cómo es esa familia numerosa de numerosos artistas que es la vuestra?

— Mis padres no son artistas pero en casa siempre hubo muchísimo amor por el baile y la música, y por la fiesta; y las fiestas familiares consistían en que cada uno enseñaba lo que sabía hacer: piezas de teatro, bailes… Era la diversión familiar, y eso alentó nuestra creatividad. Yo de niña estuve en el equipo nacional de gimnasia, pero lo dejé a los 12 años, porque quería bailar; Chus también empezó pronto a hacer cine y Tao, música. Sí, tal vez esta familia tan festiva sea el origen de todo. Mis padres nos agitaban, ¡venga, montarnos algo! Íbamos al chiringuito a comer unas migas y yo siempre terminaba bailando. En realidad, no sé cuándo empecé a crear, pero sí recuerdo mi primera coreografía para fin de curso: tenía 12 años y ahí comienza todo. Yo no decidí nada, estaba ahí (la danza). Mi primer espectáculo lo monté con 18 nada más llegar a Nueva York.

Hasta donde arrastró a sus hermanos mayores, Chus y Tao, a aprender y crear juntos. Lo siguen haciendo siempre que pueden. Tao es el compositor habitual de sus espectáculos. Un paso por Marrakech, donde la música, el colorido, la cultura andalusí y la espiritualidad gnawi le inspiran su primera gran coreografía, pasaporte al mundo. “Nana & Lila es un viaje de ida y vuelta entre mi naturaleza andaluza y mi encuentro con Marruecos: un viaje cultural”. Otro por Madrid, donde monta compañía estable (25 años), y un salto hacia delante: “En la vida hay que moverse hacia delante. Mi marido pidió un traslado de su puesto en Marrakech…” et voilà! París: 30 años después, su equipo sigue siendo el mismo: ella va y vuelve, crea y dirige. Pero hay voces, mayormente inmovilistas, que ponen en duda su capacidad para dirigir los Teatros del Canal, ¿por ser inclasificable o por ser mujer, qué pesará más en esa desconfianza? “Uy, pues me acabo de enterar… Dirigir es para mí algo totalmente natural: soy directora y empresaria desde los 17 años. He puesto en marcha todo tipo de producciones y he trabajado en compañías de todo el mundo con presupuestos enormes. No hay nada que no haya hecho ya. Y a eso se suma que soy artista, y tener la sensibilidad de un artista, conocer y vivir el oficio desde el interior de un artista, es algo muy importante y de gran ayuda cuando diriges un teatro”.

Así pues vuelve a Madrid, asume la dirección de los (3) Teatros del Canal, y, sin tiempo si quiera a presentar una primera programación, aparece esto, el bicho, el miedo, la reclusión, el marasmo; el cierre incluso de la escena. “Sí, llegué en el año más difícil que nadie pudiera imaginar. Mantener el equilibrio y darle sentido a todo esto es complicado, y sin embargo lo estoy disfrutando muchísimo, por el público y por los artistas. Somos, como el Liceu, de los pocos teatros del mundo que se han mantenido abiertos, y la emoción que se siente hoy en la escena, lo que desprende el público, es maravilloso. El día a día resulta muy duro, pero el resultado es emocionante. Y en los anales de la historia quedará nuestra valentía de mantener la cultura abierta”.

— Baile, teatro, performance; actriz, directora de escena, artista audiovisual… ¿Qué palo te queda por soñar?

— Me encantaría ser cantante de ópera, pero canto fatal. Estoy muy loca, y de pequeña soñaba todo lo que después hacía. Si no hubiera sido bailarina, sería arquitecta, pero ser bailarina me encanta.

A Blanca Li le encantaría ser cantante de ópera. © Lalo Cortes