Giuseppe Verdi vivió tiempos convulsos. La lucha por la unidad nacional de Italia y contra la dominación extranjera durante los años del Risorgimento, hizo que algunos coros de sus óperas, como el Va, pensiero! de Nabucco o el Patria oppressa de Macbeth, se convirtiesen en himnos que el pueblo cantaba en la calle. Incluso, su nombre se usó como acrónimo para los patriotas italianos al gritar ¡Viva Verdi! (Viva Vittorio Emanuele Rè d’Italia). Pero si su nacionalismo se hacía patente en algún punto era en su inquebrantable adhesión a un ideal de la ópera como drama humano, mediante el uso de una melodía vocal solística sencilla y directa, en contraposición al énfasis en la naturaleza y el simbolismo mitológico de las obras del romanticismo alemán, y la exuberancia orquestal y coral de la grand opéra francesa.
Fue en el año 1851 cuando tuvo lugar el exitoso estreno en el Teatro La Fenice de Venecia de Rigoletto, una ópera encargo del mismo teatro que iniciaría, junto a Il Trovatore y La Traviata, la trilogia popolare que conduciría a Verdi al auge de su éxito. Basada en la obra Le roi s’amuse del escritor francés Víctor Hugo, con libretto de Francesco Maria Piave, la ópera hubo de sufrir una serie de catastróficas desdichas hasta llegar a poder ser estrenada, cambiando la ubicación original de la acción y los nombres de los protagonistas de Hugo, pero no la intencionalidad de Verdi en cuanto a unión de la estructura tradicional de un melodrama con la complejidad emocional y psicológica del protagonista. La maledizione fue el nombre secreto que usaron Piave y Verdi durante su creación, y bien cierto es que parecía maldita hasta que se dieron estos cambios.
Rigoletto se erige sobre tres personajes: el duque de Mantua, su bufón jorobado que da nombre a la ópera, y la hija de este último, Gilda. Como en muchas otras, el argumento es un violento melodrama de sangre y fuego, lleno de personajes y de coincidencias inconscientes, pero con gran profusión de oportunidades para las estimulantes, robustas y terribles melodías y ritmos especialmente característicos del primer estilo de Verdi. La caracterización, la unidad dramática y la inventiva melódica se unen en Rigoletto y, con el objetivo de crear una unidad tanto dramática como musical, Verdi recurre a uno o más temas o motivos reminiscentes en momentos cruciales de la ópera.
El argumento es un violento melodrama de sangre y fuego, lleno de personajes y de coincidencias inconscientes
En Barcelona, Rigoletto —que ocupa el décimo puesto en el ránking mundial de óperas más interpretadas— se estrenó por primera vez en el Liceu en diciembre de 1853, llegando a representarse hasta 375 veces, siendo la última en 2017 con la misma producción que veremos estos días, en el marco del bloque PARAÍSO: la hija, la familia y el hogar. Y aunque los intérpretes de aquel momento ya fueron buenos, el trío protagonista del primer reparto de este año es espectacular: Benjamin Bernheim debuta en el Liceu como Duque de Mantua, Christopher Maltman es Rigoletto y la soprano russa Olga Peretyatko se encarga del papel de Gilda.
“Es una ópera sobre el abuso del poder: el duque abusa de Rigoletto, quien a su vez ejerce su poder sobre su hija Gilda”, indica Monique Wagemakers, la directora escénica que también dirigió la pasada edición. La producción que firma la neerlandesa, quien además apuesta y defiende la sencillez de la escenografía en pro de la música, es una pequeña joya. Pero la aparente simplicidad del cuadrilátero de la escena —un diseño de 1996 de Michael Levine revisionado para la coproducción del Liceu y el Teatro Real en 2009— encierra un juego de códigos de color que sirve para expresar ira, tristeza, desprecio o furor sexual, además de aplicar tecnologías nuevas como el suelo táctil que no sólo cambia su color, sino que hace que los personajes arrastren consigo una huella de luz cuando se mueven. Los cantantes se sienten tan desnudos que deben explorar su interior para maximizar sus emociones, adentrarse en la psicología profunda de los personajes y explorar las tensiones y las relaciones de poder que los unen, que no deja de ser el mismísimo objetivo primordial de Verdi al componer esta obra maestra.
Pero esa desnudez y honestidad que casi exige la puesta en escena, es completamente metafórica, porque otro de los puntos fuertes de esta espléndida producción es el impresionante vestuario que caracteriza a los personajes, ideado por la diseñadora de vestuario Sandy Powell, nominada doce veces a los Oscar y trece veces a los BAFTA y ganadora de tres de ambos, por su excelente trabajo cinematográfico. Para este Rigoletto, Powell, que contó con la colaboración del diseñador español Lorenzo Caprile, se inspiró en la Venecia del Renacimiento intentando a través del mismo, situar la acción en el lugar y espacio concreto que omite la escenografía, y también que el uso del color sirviese para definir la naturaleza de los personajes: del rojo de los siniestros rufianes al blanco y azul de la pureza y bondad. Y que todo ello resulte lo suficientemente sugerente y atractivo para mantener la atención del espectador.
Wagemakers ha sabido rodearse de grandes profesionales, pues también la iluminación ideada por Reinier Tweebeek juega un papel importante. Pero a todo ello hay que sumarle la dirección musical de Daniele Callegari quien apunta que “esta ópera de Verdi es un espectáculo en el que el ritmo teatral y musical no se paran nunca, es como una película”.
Y es que el tema “es esplendoroso, inmenso, y hay un personaje que constituye una de las mayores creaciones que el teatro pueda desear, en cualquier país y en toda la historia”, le escribía Verdi a su libretista mientras trataban de sacar adelante su obra. El bufón Rigoletto, quien aplaude todas las aventuras de su amo el Duque de Mantua, descubre que éste seduce a su hija secreta Gilda, lo que le lleva a perder la razón y tramar una venganza que, inesperadamente y como una maldición, se le torna en contra y acaba del peor modo esperado.
“Es una ópera sobre el abuso del poder: el duque abusa de Rigoletto, quien a su vez ejerce su poder sobre su hija Gilda” indica Monique Wagemakers
En su estreno en Venecia, Rigoletto gozó de un triunfo completo, especialmente la escena dramática, y el aria La donna è mobile se cantaba por las calles al día siguiente. Y aunque Verdi ya había cosechado algunos logros con producciones anteriores, fue a partir de ese momento, y hasta el final de sus días, que llevó a la ópera italiana hasta un punto de perfección jamás superado desde entonces, gracias a que no rompió con la tradición operística italiana arraigada al pueblo, sino que su evolución creativa se encaminó hacia el refinamiento de sus objetivos y de su técnica.