Antonio Priante
El escritor y ensayista Antonio Priante.
EL BAR DEL POST

Antonio Priante: ¿por qué escribe un escritor? ¿Por qué juega un niño?

Llega al Bar a última hora de la mañana, a su ritmo pausado, el que le caracteriza como escritor que se ha tomado su tiempo para apuntalar el corpus de una obra incomprensiblemente minoritaria.

Su obra incluye títulos de novela histórica como Lesbia mía, protagonizada por el poeta Catulo; La encina de Mario, cuyo personaje principal es Cicerón; El corzo herido de muerte, centrada en la figura de Mariano José de Larra; o El silencio de Goethe, donde el filósofo Schopenhauer explica su mundo y el mundo al perrito y al lector, bajo la mirada jupiterina del Poeta de Weimar. Una obra que también tiene un pie metido en el ensayo, caso de Del suicidio considerado como una de las bellas artes.

— ¿Qué vas a tomar?

— Cerveza o vino, según las tapas a que invites

Barcelonés cosecha de 1939, Antonio Priante se acomoda en la barra con la mirada metida en la inmensidad de un conocimiento que le ha empujado a escribir, “porque las decisiones no las he tomado yo, sino que ellas me han tomado a mí, como siempre ocurre, aunque pocos lo reconocen. Tengo la impresión de que he sido conducido por la vida. Por ejemplo, ponerme a escribir no fue fruto de una decisión meditada. Me fue impuesta por el mismo destino que rige mi vida. Y siempre es así en los artistas y, creo, en el resto del género humano. Por eso preguntar a un escritor, de los de verdad, no de los que husmean tendencias o consultan con el editor antes de ponerse a escribir, por qué escribe, es como preguntar a un niño por qué juega”.

Así, pasó de ser profesor de derecho a traductor hasta que, a los 45 años, su actividad pasó a centrarse exclusivamente en la narrativa histórica, el periodismo y el ensayo.

Un autor para los happy few

Antonio Priante se considera “una persona normal” que nació “en un país un poco anormal justo después de una guerra fratricida”. De pequeño confiesa haber sido niño obediente, “luego revolucionario de boquilla o, más que nada, de libro”, más adelante se recuerda como “un profesional más o menos integrado, pero siempre fiel a una extraña vocación nacida ya en la época de niño obediente y hoy convertida en unos cuantos libros que sólo leen los happy few, que diría Stendhal”.

Se muestra satisfecho del ritmo lento de su trayectoria “y de los logros tardíos y estadísticamente modestos. Estoy muy orgulloso de mi familia y de algunas de mis obras”.

— ¿Y ahora andas metido en alguna nueva movida?

— A estas alturas, ya no me preocupa más movida que la de hacer llegar mi obra a todos los posibles interesados.

Antonio Priante
Antonio Priante es traductor y escritor en lengua catalana y castellana.

Barcelona total

“¡Mi relación con Barcelona es total! —exclama el parroquiano. Es toda mi vida, incluyendo la vecina Valldoreix y el breve, lejano y nostálgico San Fernando-Cádiz”.

Y tratándose de quien se trata, el paisanaje del Bar le pide que explique, con su conocimiento y maestría, alguna anécdota histórica de la ciudad. Antonio acepta y advierte de que “se trata de una anécdota histórica que nos habla, sin decirlo, del poder de la buena literatura”.

La improvisada audiencia se apelotona, en silencio, alrededor del orador.

“Érase una vez, en los albores del cristianismo en Europa, allá por el siglo IV, un obispo de Barcino llamado Paciano, muy culto, que se pasaba la vida haciendo equilibrios entre el amor a Cristo y el amor a las letras, hasta el punto de que los sermones que dirigía al pueblo, y que luego publicaba, tenían un aire claramente ciceroniano. En cierta ocasión, dispuesto a erradicar las viejas costumbres y celebraciones ligadas al culto de los antiguos dioses, pronunció y publicó un sermón contra las fiestas que se solían celebrar a principios de año, en las cuales la gente se disfrazaba de ciervo y de otros animales y se dedicaba a toda clase de excesos; lo que entonces se llamaba ‘hacer el ciervo’. Un sermón tan bien construido, unas descripciones tan bellamente conseguidas, que no tardaron en verse los efectos: las fiestas siguientes tuvieron más éxito que nunca. ‘Parece que nadie sabía hacer bien el ciervo hasta que yo lo enseñé’, se le oía lamentar al pobre Paciano”.

Como si de la concurrencia a un concierto se tratara, se le pide que cuente más, que cuente otra u otras. A lo que Antonio Priante sonríe con un deje de timidez, antes de sentenciar:

— La brevedad es una de las grandes virtudes, en el arte y en la vida. Y creo que ya me he pasado.

Y sigue entonces con su bebida y sus tapas, que acaso derivarán en menú.

Antonio Priante
La obra de Priante incluye títulos novela histórica como Lesbia mía o La encina de Mario.