Maggie O'Farrell
La escritora Maggie O'Farrell.

Maggie O’Farrell, en busca de “vidas escritas con agua”

La escritora regresa con 'El retrato de casada' tras el éxito mundial de 'Hamnet', fijándose otra vez en las historias de personajes pasados por alto por la historia

A Maggie O’Farrell (Coleraine, Irlanda del Norte, 1972) la historia de su último libro le llegó “como un rayo”. Todo empezó cuando se puso a releer uno de sus poemas favoritos, Mi última duquesa de Robert Browning, frecuentemente escuchado en las escuelas de Reino Unido, a pesar de que el protagonista confiese el asesinato de su anterior esposa. “Me pregunté si era un personaje real”, cuenta la escritora. Luego descubrió que sí que había existido y, lo peor, que era una niña de 16 años. Esa primera chispa le hizo encontrar el retrato de Lucrezia de’Medici, sorprendiéndose de nuevo con su expresión, nada habitual para la Italia renacentista: “Mira con ansia, un poco preocupada. Vi que ella tenía una historia que contar”.

Así se empezó a fraguar El retrato de casada, publicado por Libros del Asteroide (L’Altra Editorial en catalán), donde se marcha hasta el siglo XVI para ponerse en la piel de la pequeña Lucrezia, avisando al lector desde el principio de que va a morir y de que puede que sea por asesinato. La escritora entrelaza sin perder el ritmo narrativo los últimos días de vida de la protagonista con sus años de infancia y juventud, sesgados por una repentina madurez obligada por un matrimonio de conveniencia, perfilando la personalidad de alguien que “fue subestimada y poco querida”. Una niña callada, más lista de lo que piensa su familia, con una extrema sensibilidad que la llega a hacer enfermar.

Maggie O’Farrell empezó a escribir el libro en aquel marzo de 2020, sin posibilidad de viajar hasta Florencia para enriquecer su relato, a pesar de que se aprovechó de que había vivido cerca de la ciudad italiana hacía años y había visitado el palacio de los Medici, eso sí, como turista: “No podía imaginar que escribiría años más tarde esta novela”. La investigación para acercarse a la vida de Lucrezia se tuvo que basar en leer y más leer, “no me quejo, me gusta mucho, sobre todo sobre Historia del Arte”, pero había una pieza que necesitaba de presencialidad. Nunca había estado en Ferrara, donde la joven protagonista se tiene que desplazar para vivir con su marido, un duque que la dobla en edad. Se había estudiado la ciudad de arriba a abajo con Google Maps, pero le faltaba algo: “Sigo una estricta norma: no escribo nada de un sitio que no haya visitado antes”.

Cuando se levantaron las restricciones, Maggie O’Farrell pudo volar hasta Italia. Estaba en un palacio de Ferrara y se quedó mirando cómo se colaba el sol por la ventana y la deslumbraba: “Nada puede substituir la experiencia. Por mucho Google Maps, por eso estaba ahí”. A pesar de que fue un poco preocupada por viajar a los escenarios de la novela con el texto ya casi terminado, con el miedo de haberse equivocado, por suerte solo tuvo que hacer algunos retoques y añadir detalles. Lo que le sorprendió fue el impacto emocional que tuvo recorriendo los lugares en los que había crecido, y muerto, Lucrezia, con quien llevaba un tiempo conviviendo: “Fue mucho más conmovedor”.

“Intento no pensar demasiado en que estoy escribiendo una novela histórica”, continua O’Farrell, atendiendo a los detalles pero jugando con la ficción para que la historia crezca. A ella le interesan las “vidas escritas con agua” de personas como Lucrezia, o el hijo de William Shakespeare que permitió Hamnet (Libros del Asteroide), un éxito mundial que ya lleva más de 100.000 ejemplares vendidos en español. Es decir, las historias sin narrar, conocidas superficialmente a través de los ojos de otros. “Me fijo en los elementos no explicados de la historia. Pensamos que lo sabemos todo del Renacimiento y Shakespeare y no es así”.

Preguntada por si ya está escribiendo algo nuevo, O’Farrell, con gracia, no suelta prenda. Dice que sí, que está con el primer borrador de su próximo libro, pero que es muy supersticiosa y, cuando todo es tan incipiente, no le cuenta ni a su marido de qué va.