“Para empezar cayendo mal de entrada, que es algo muy saludable, te diré que no bebo alcohol, así que pediré un Bitter Kas, brebaje sintético y delicioso que yo salvaría en una de esas cápsulas de recuerdo de la humanidad. Pero solo jamás. Ha de ser con unas olivillas o unas patatas fritas”.
La periodista, escritora y experta de referencia en el mundo de la moda, Marta D. Riezu, se acomoda a pie de barra y alterna unas chips con su bebida, mientras de fondo sólo se oyen algunas conversaciones y los rumores de la calle, y la recién llegada se halla a salvo “de los imbéciles escuchando música o mensajes de voz en el móvil”.
“En la barra yo te cuento lo que quieras, en eso tengo carácter de borracho confesor aunque, como te decía, no beba gota. Siempre he trabajado en esto de escribir, es lo que estudié, y he tenido una suerte indecente. Nunca he aspirado a estar en una redacción ni a tener un cargo de importancia; tampoco es que tenga el talento para ello. Me gusta contar con una cierta libertad y también me gusta obedecer a un equipo, si ese equipo es inteligente. Obedecer a alguien con talento no tiene nada de deshonroso, al revés, es tremendamente práctico. Soy ordenada en mis tareas y luego en mis horas libres leo y escribo alguna cosa que me apetece. O a veces no escribo nada”.
De momento, a una infinidad de colaboraciones con cabeceras como Elle, Vanity Fair, El País, Glamour o El Mundo, Marta suma dos exitosos títulos publicados para Anagrama, el más reciente de los cuales, Agua y jabón, hilvana a través de una sucesión de exquisitos retales ético-estéticos un rico y honesto canon de elegancia. Para ello, la autora se sirve de figuras, momentos, nociones e instantáneas de la historia y de su historia para guiar al lector por su ideario estilístico.
“El contacto con los lectores es rarísimo. Puedes escribir lo que quieras, queda impreso, corre suelto por ahí. Te escriben personas muy diferentes: marineras, sacerdotes, panaderos, maestros, abuelas. El libro como artefacto es un milagro. Tiende puentes y lo hace así de fácil, en un chasquido. El trabajo con el editor, ir desbrozando el camino, me gusta mucho también. Me encanta que me digan mis fallos. Yo tendría un editor para la vida diaria que caminase a mi lado guiándome, como el cuervo de Pasolini”, ríe sorbiendo algo de su Bitter Kas.
Instalada en los años estupendos
De la niñez hasta la adolescencia, la parroquiana vivió en una casa y un barrio. “Luego nos mudamos y de los 12 a los 22 viví en una casa mejor en un barrio mejor. Ese cambio de ambiente fue completamente desconcertante, agradable pero misterioso”. Después llegó el hachazo. “A los 22 murió mi madre y la vida pasó de un antes, marcado por la despreocupación, a un después marcado por la responsabilidad”. Ahí es cuando la escritora y periodista considera que se le terminó la juventud. “Pero después vinieron años estupendos, y sigo en ellos, pero el gran palo ya te lo has llevado. La pérdida de mis padres es lo que más ha marcado mi vida. Lo otro, los cambios de empleo y los amores, son claramente secundarios”.
“La pérdida de mis padres es lo que más ha marcado mi vida. Lo otro, los cambios de empleo y los amores, son claramente secundarios”
— Hombre, digo yo que lo de los amores tan secundario no será…
— Bueno, de hecho yo creo que la elección de la pareja determina el 80% de tu felicidad, y me quedo corta. ¡Por eso soy una gran defensora de la soltería!
Tras seguir dando cuenta de su bebida, la parroquiana insiste en sentirse “una gran afortunada” que tiene todo lo que desea, y no se queja de nada. “Casi no me atrevo a decirlo en voz alta para no ofender a la suerte”. Algunas claves que justifican este estado de gracia puede que sean el “no haber hecho nunca el trepa ni haberme peleado con nadie en el trabajo, menos una única vez con una pesada que daba por saco con el aire acondicionado”. Y, también, “ser coherente y discreta”.
— Aún así, tienes algo de influencer y de personaje público o, como mínimo, rostro de referencia cuando se habla de moda y estilo.
— Mira, aunque faci la mona en Instagram soy consciente de la ridiculez de eso. Lo importante es no perder de vista quién eres, tus miserias. Y tus méritos que los digan otros.
Una ciudad para la que no damos la talla
“Yo escogí Barcelona. Nací en Terrassa y llegué aquí hace dos décadas. Lo tenía y lo tengo clarísimo. Creo que deberíamos ser más rigurosos y exigentes como ciudadanos, empezando por la autocrítica. Muchos de nosotros, como vecinos, no damos la talla”, razona la escritora, que confiesa que tuvo una buena relación con la urbe en los noventa, pero que ésta “ahora es regular, estas cosas van a lustros”. Sobre todo, confiesa que le afecta “de un modo profundo” ver “a personas abandonadas a su suerte, sin oportunidades. En Estados Unidos las ves y piensas que en Europa esto es impensable. Bueno, ya no. Esa sensación de ‘que cada uno se busque su vida’ es terrible”.
“Yo escogí Barcelona. Nací en Terrassa y llegué aquí hace dos décadas. Lo tenía y lo tengo clarísimo”
No obstante, no puede negar el impacto, para una terrasense “acostumbrada a crecer en cuatro calles”, de llegar a una ciudad con tantos barrios diferentes: “Me pareció la leche”. Y recuerda, entonces, “la emoción de cuando me gustaba alguien y me dejaba caer por donde podía estar; ciertas tiendas de discos, ciertos puntos de encuentro. Algunos días de primavera y sobre todo algunos de otoño, caminar por cualquier calle de aquí es suficiente para ser muy feliz”.
— Nuestra oferta gastronómica también brinda numerosos motivos para sentir auténtica dicha.
“Me gusta todo: el menú degustación de un restaurante de esos de arruinarse, una media ración en un bar infecto, menús de mediodía con rebozados, platos combinados en áreas de servicio, bocadillos, puestos en la calle. Todo lo que se pueda ingerir me interesa. Como dice un amigo: no tengo estomago, tengo hormigonera”, replica Marta D. Riezu con la mirada café patinando sobre los diversos manjares que se le ofrecen, mientras profiere una máxima universal del saber comer:
— Con el tiempo, uno aprende a base de ensayo y error. La gastronomía es uno de los pocos lugares donde el error no se paga muy caro.